Johana Placencia es artista visual, muralista por convicción y profesión, amante de la vida, luchadora social con un montón de ideales y convicciones sólidas y fuertes. Ella se dedica a la investigación, a la docencia y fusiona todo lo que sabe, lo investigado, lo leído y todo esto de lo que se ha nutrido, para llevarlo a la práctica cada día haciendo lo que le gusta, lo que disfruta.
Cuando pinta, vive un proceso de abstracción fuerte, se enfrenta a ella misma, en su mente siempre está presente la pregunta: ¿sabes si verdaderamente lo que estás haciendo va a tener impacto?
“Es una lucha constante porque sé perfectamente que el arte mural aún sigue ligado mucho a una cuestión muy masculina y ser yo una mujer muralista que anda a 20 metros de altura, detallando madera, que me he colgado del edificio, no es una noción sencilla ni fácil de conceptualizar. Lo llamo conquista en el sentido de que soy yo la que lo está creando”, explica Johana.
El gusto por el arte
Durante la educación primaria, Johana participó en la creación de periódicos murales. Ella tenía un trato con su hermano: a cambio de hacerle dibujos, que serían utilizados en los periódicos, ella le daría dulces por su trabajo. En una ocasión, para el 21 de marzo, natalicio de Benito Juárez, le tocó llevar un dibujo del tamaño de una cartulina.
“Mi hermano me cobraba por hacerme mis dibujos, le pagué con dulces y no me hizo el Benito. Me desperté en la madrugada. Tomé mi cartulina blanca muy enojada, porque además se burló y dijo que no me iba a quedar, del enojo hice el Benito Juárez y me quedó idéntico, de ahí fue donde me surgió el gusto por el arte”.
Sin embargo, el interés por el muralismo creció y se desarrolló en la investigación. Sus temas se han centrado en las movilizaciones sociales, la cultura y la ideología, resaltando su pasión por los temas de la Revolución, las estructuras culturales y sus diversas gestiones en los periodos históricos.
“En realidad, decidí dedicarme al muralismo porque a través de las cosas que he investigado, creo que es una de las disciplinas más complejas que hay. Por ejemplo, cuando trabajas en caballete es muy fácil manipular las cosas, mover los formatos, las herramientas, el material. Pero cuando trabajas mural es bien complejo porque te enfrentas a retos que a veces no esperabas”.
Esto implica exponerse no sólo a las alturas, climas, a la diversidad de técnicas y espacios, sino al juicio de muchas personas, pues el muralismo tiene una conexión más amplia con el espectador, por la misma magnitud y por estar en sitios transitados; aunque la gente no quiera, lo voltea a ver.
Por eso, cuando empieza una nueva obra, de la felicidad pasa muy rápidamente a nervios, y, mientras hace el boceto, muchas preguntas rondan en su cabeza: ¿Cómo voy a lograr que verdaderamente impacte?, ¿cómo voy a lograr que verdaderamente este muro cobre vida? “Cada obra que pintas así es un reto”, agrega al respecto.
La primera vez que miró ese muro en blanco
Hace memoria, le cuesta un poco recordar la primera vez que lo vio. Transitó muchas, demasiadas veces frente a ese muro de 20 metros de altura y nunca le pasó por la cabeza que un día estaría colgada de un arnés sujeto a una estructura de andamios, pintando allí un mural. Y no sólo eso, participando así en la construcción simbólica e identitaria del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH).
“La oportunidad que me han dado el rector Juan Manuel Durán y el rector Ricardo Villanueva es muy simbólica para mí, porque es muy difícil que una institución te permita trabajar temas sociales, críticos y eso es algo que admiro mucho de nuestra universidad, que te permite esa apertura de trabajar un arte crítico que no te encasilla”, explica Johana.
Luego se recordó a sí mismas, parada 25 metros frente a esa pared, imponente, toda blanca. Ahí estaba ella, de pie sobre el paseo de las jacarandas, donde se sacó una foto con el muro en blanco, aunque por dentro se estaba muriendo de los nervios.
La noche antes de comenzar
Un día antes preparó su capucha, una gorra, sus botas, además de su overol. Tomó precaución con sus tiempos, llevó al CUCSH los materiales y herramientas días antes, entonces prácticamente esa mañana nomás tuvo que preparar café y lonche.
El boceto ya estaba listo. Allí la cara de Salvador Allende medía 10 centímetros, pero en el mural llegaría a 2 metros y medio. Escogió ese tema simplemente porque es parte de la identidad del CUCSH, por el discurso que el expresidente chileno dio en la sede de La Normal, donde pronunció las famosas palabras:
“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción, incluso biológica”.
Salió de su hogar a las 5:00 am, hizo alrededor de 30 minutos en coche hasta llegar a la universidad. Los nervios de comenzar su proyecto más ambicioso (hasta ese momento) se hacían sentir, por ello quiso llegar a esa hora, para que nadie la viera pintar, que pasaran personas y estuvieran enteradas de que Johana estaba pintando arriba de unos andamios.
“Llegó el momento, me puse los audífonos y me quedé abstraída”.
“I must disagree, oh no, sir, I must say you’re wrong.
Won’t you listen to me? Goodbye horses, I’m flying over you».
La canción de Q Lazzarus empezó a sonar en sus oídos. La mañana se veía fabulosa desde 20 metros de altura. La neblina que comenzaba su descenso. El ruido de los coches que pasaban en un flujo incesante por Periférico, los cláxones de las personas que iban tarde o tenían prisa por avanzar. El todo envuelto en una atmósfera fría, pero matizada por su bebida caliente.
“El café daba una sensación de satisfacción, porque yo lo tomo muy cargado y el aroma es muy fuerte, con tonos frutales, al menos el que tomaba en ese momento. Me quedé unos 15 minutos contemplando todo el entorno”.
Las tardes noches ofrecían otro espectáculo: a 20 metros de altura es como ser parte de ese atardecer, rojo, naranja y rosa en algunas ocasiones, esa misma calidez de la madre naturaleza. Desde las alturas Johana fue testigo además de las proyecciones hechas en la Pantalla Bicentenario, su momento favorito fue la tarde donde proyectaron Titanic, y aunque no había audio, la experiencia fue preciosa.
Al día de hoy dentro de la cabeza de Johana está constantemente una idea constante, que le repite “le faltan cosas”, “necesito corregir detalles” pues sigue en proceso como todas las obras. Para Johana el tamaño es algo que siempre va a cambiar, sufrirá de modificaciones porque así lo requiere el mismo espacio donde se va a pintar.
“Yo no uso herramientas como proyectores porque se me hace demasiado mecánico. Y porque tienes que ir sintiendo el espacio, a veces el espacio te requiere formas que ni siquiera tenías pensadas, pero que se acoplan dentro de dentro del visual, en el espacio y en el tamaño”, explica.
Y aunque el mural ha tenido un “recibimiento e impacto genial en las personas que lo ven”, e incluso que haya llegado a ojos de Chile, Argentina y Francia, lo que es muy simbólico, para ella aún no está del todo terminado.
“Yo lo veo y sé que está en proceso”, concluye, “sí, porque no lo voy a soltar hasta que no quede verdaderamente como lo tengo en mi cabeza”.
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Este contenido es resultado del Programa Corresponsal Gaceta UdeG que tiene como objetivo potenciar la cobertura de las actividades de la Red Universitaria, con la participación del alumnado de esta Casa de Estudio como principal promotor del medio oficial de comunicación de la Universidad de Guadalajara.