Camina despacio, con las manos en la espalda, seguro de sí. El sol de Sayula, su tierra natal, le cae sobre la espalda. La entrevista será en La Casa de los Patios, el restaurante. Al llegar lo saludan los parroquianos. Él es José Ojeda Larios (Sayula, Jalisco. 3 de octubre de 1932), el cuchillero en el decir de sus coterráneos, el Premio Jalisco, el artesano cuyas obras están incluidas en la colección Grandes Maestros del Arte Popular Mexicano BANAMEX; otro hijo ilustre de Sayula. Se rellena sobre una amplia silla y platica: «Yo me crié con mi tío Salvador. Él no tuvo hijos. Le dijo a mi padre: «Oye Rafel ─así le decía en vez de Rafael─, está bueno que me prestes este muchacho. Para llevármelo. Yo no tengo ni uno. Para ayudarte a criarlo». Mi papá le contestó: «Si quieres hasta dos». Éramos en mi casa cinco hombres y cinco mujeres. «No, no, no… ─le dice mi tío─. Nomás uno».
«Desde niño hago dagas». Lo dice en el doble sentido. Le pregunto por sus estudios: «A la escuela no fui a las de gobierno. En aquel tiempo excomulgaban a los que iban». Paulita González, asegura, fue quien lo enseñó a sacar cuentas, a leer y a escribir; lo dice con alegría.
José Ojeda a los diez años se inició como artesano. A los doce cuando lo enviaron a la escuela él ya ganaba dinero de su oficio: «Hacía diario tres daguitas que se las vendía a un señor por noventa centavos. En el año de 1942 eso era una fortuna».
Su labor artesanal tiene varios tiempos. El primero fue cuando empezó a hacer cuchillos de monte, para la cacería. «Cuando vino López Mateos a Sayula, vino Barba, el presidente del Club de Leones y me encargó un cuchillo para obsequiárselo. Lo hice. Y lo más importante: vi que se ganaba dinero».
Otra etapa fue cuando se dedicó a la hechura de carabinas y pistolas. Terminó dando cursos en la SEDENA sobre la Forja de Herramientas de Implantación en el Campo Militar No. 15 en el año 1988. Antes ya le habían quitado el permiso de fabricación por el problema del 68 en Tlatelolco. Esa fue la justificación.
La tercera etapa fue el cambio que le hizo a los cuchillos de acero al carbón al de acero inoxidable. «Fui el primero que empezó a hacerlos aquí en Sayula. A darles el temple. Tiene su secreto hacerlos». Estos cuchillos son los que le han dado la vuelta al mundo. «Hacemos cuchillos o dagas cotizados en dólares en el extranjero por el material que utilizamos y porque tardamos hasta cuarenta días en hacerlos. Y deben ser sobre pedido». Allá en su tienda está un aparador con cuchillos de monte, cuchillos de acero inoxidable, dagas, cuchillos de cocina. Y dos cosas extrañas y codiciables: bastones de madera de tampicirán con estilete por dentro y los cintos con navaja oculta en la hebilla.
«Uno debe andar siempre protegido ─dice con acento astuto─, yo prefiero pelearme con la justicia que con el panteonero».
«Estoy separado de mi mujer pero me dio dos hijos que valen oro». Don José se crece. Sus manos se mueven. Hace énfasis. Se siente orgulloso de que sus hijos trabajen con él. «Los artesanos viejos explotan a sus hijos al grado de que éstos ya no quieren saber nada del taller. Fíjate. Los hijos de los huaracheros no quieren ser huaracheros. Los de los herreros, tampoco. El secreto está en lo siguiente: Si aquí ganamos mil pesos, doscientos cincuenta para ti, otros doscientos cincuenta para él, los otros para mí y el resto para el taller. Todos de doscientos cincuenta. Tuve la dicha de ser padre de mis hijos y también su maestro«.
Le pregunto cuál es el secreto del éxito en la artesanía. Se arremolina en la silla. Responde: «La razón del éxito es que te guste hacer las cosas. Jamás vas a sentir que estás trabajando. Vas a sentir que te estás divirtiendo y que te están pagando al mismo tiempo. Los artesanos somos alquimistas porque transformamos la materia. Tenemos en los ojos una lupa y vemos lo que otros no ven. La naturaleza es un muestrario, ahí está todo. De ahí viene la educación visual».
Otra pregunta es sobre el término de una pieza. Contesta: “El tacto me dice si una obra está terminada. Cierra uno los ojos y le da una pasada. El tacto te dice dónde le sobra y dónde le falta. La ves y la vuelves a ver y si encuentras algún feo, lo compones».
Don José Ojeda Larios es un juarista de corazón. Cuando habla del prócer su rostro se enciende. Él mismo se declara liberal, sin dogmatismos. Gustoso platica la anécdota de cuando Juárez llegó a Sayula en su paso a Manzanillo: las autoridades municipales adelantaron el pago de impuestos para dárselos al Presidente.
La entrevista llega a su fin. Le pregunto a bocajarro: Si volviera a nacer, ¿le gustaría volver a ser artesano? Él enrojece. Responde con voz firme. «Sí, y más si vuelvo a ser José Ojeda Larios».