La horrible belleza

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No es exagerado afirmar que José Guadalupe Posada es nuestro Francisco de Goya; basta realizar un recorrido por sus grabados para comprobarlo. La obra realizada por ambos artistas mantiene un claro contacto en la temática, sobre todo en aquellas imágenes en que el primero logra describir los fusilamientos de algunos protagonistas de la Revolución mexicana, y el segundo los “Fusilamientos del 3 de mayo” y “La lucha contra los mamulecos”, trabajos realizados en la España de 1814.
Los horrores de las guerras fueron descritos por los creadores y con ello documentaron a la posteridad el dolor, la tragedia y los hechos relevantes de su tiempo. Hay, en todo caso, otro acercamiento entre sus trabajos; las escenas cotidianas realizadas por la sociedad: sus diversiones y sus horrores.
El desprendimiento de Posada de la obra de Goya se cumple cuando el mexicano hace el aporte fundamental con su grabado de “La Calavera Garbancera”, que todos conocemos como La Catrina, y pone en relevancia su presencia artística, logrando una fundamental influencia en artistas mexicanos posteriores a él.
Por ser parte de nuestro imaginario colectivo, y al cumplirse los cien primeros años de La Catrina, en todo el país se han emprendido festejos y las infaltables dudas sobre la autoría de esta imagen. Se alega que “alrededor de este grabado han surgido algunas voces que dudan que José Guadalupe Posada sea el autor de La Catrina, porque Diego Rivera retomó la imagen para el mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, del grabado de la Calavera Garbancera, publicado por el editor Antonio Venegas Arroyo…” (Milenio). Quienes nunca dudaron de Posada fueron los críticos de arte Paul Westheim, Justino Fernández y José Julio Rodríguez, quienes en 1963, año en el cual se celebró el cincuentenario de la muerte de José Guadalupe Posada (Aguascalientes, 1852-Ciudad de México, 1913), publicaron tres ensayos a manera de prólogo en un cuaderno editado por el INBA y el Museo Nacional de Arte Moderno –y que tengo en mis manos–; en el cual se incluye una selección de veinticuatro de los más representativos trabajos del dibujante y grabador.
Abre la serie La Catrina (en su tamaño original), y se expone: “El fenómeno Posada se explica con el carácter popular de su obra. Él mismo hijo del pueblo, supo dar expresión al pensar y sentir del pueblo. Así se convirtió en el precursor y promotor de la nueva generación artística que crearía, en forma de grandes murales y grabados populares, un arte nacido del espíritu de las masas de la Revolución” [Westheim]. “Tanto Rivera como Orozco expresaron sus opiniones encomiásticas sobre Posada; ambos dijeron también que les había servido de inspiración en los inicios de sus carreras” [Fernández]. “José Guadalupe Posada […] nunca siguió el ejemplo de Doré, ni de los ilustradores que embellecieron las páginas que editó Ignacio Cumplido. Dio al velo un trato muy diferente y rompió totalmente las normas a que se ceñían todos los grabadores de su época que dominaban este instrumento. Obraba así, además, por la premura con que se ‘despachaba’ la labor en la oficina de Venegas Arroyo” [Rodríguez].
Recordemos que Posada es uno de los precursores del periodismo del siglo XX: ilustraba las noticias sin llegar a darle un toque similar a las fotografías, sino más bien realizaba su arte con extrema libertad y aderezando todo con su prodigiosa imaginación. El aguascalentense (que no “hidrocálido”), además de su célebre “Calavera Garbancera”, nos dejó testimonios de los horrorosos crímenes ocurridos en la Ciudad de México: “El robo de la Profesa”, “El drama sangriento en la Plazuela de Tarasquillo. Asesinato de la malagueña”, “El asesinato de Leandra Martínez por su hermano Manuel” y las ilustraciones de los grandes corridos de su tiempo (la mayoría están en el libro de Rafael Carrillo, Posada y el grabado mexicano). Este año se imprime la emisión conmemorativa del billete de lotería con La Catrina (y se realiza una exposición itinerante de su obra).
Aunque todavía algunos dudan de su autoría, Posada, seguro, debe estarse riendo muy a la mexicana, acompañado de sus calaveras.

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