Toda literatura tiene su genio, toda lengua su demonio. Para Juan García Ponce, el genio y el demonio tenían su correspondencia terrenal, carnal: la mujer. Así lo demostró en una de sus novelas más leídas, Inmaculada o los placeres de la inocencia, aparecida hace ya veinte años y dueña de una vigencia sustentada en la riqueza de su lenguaje.
“Los imbéciles dicen que las coincidencias no existen o no tienen importancia. Yo sólo creo, a falta de Dios, en la literatura y las coincidencias. Uno siempre puede dar la vuelta en una esquina y encontrarse con la mujer que va a ser la más importante de su vida, por ejemplo”, dijo el escritor Premio Juan Rulfo de Literatura 2001 en la celebración de sus 70 años en el Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México, el 22 de septiembre de 2002.
De Juan García Ponce y su obra se puede y se ha dicho bastante, sin embargo, permanece entre los autores mexicanos con mejor crítica y más escaso público, algo que destacó el acta del jurado que en el año 2001 le reconoció con el premio literario concedido por la FIL: “La exploración de zonas secretas de la sensibilidad humana ha hecho de su vasta obra una apuesta y un riesgo que convocan la inteligente simpatía de las nuevas generaciones, que lo ven como un maestro único y personal. Reconocerlo es admirar y poner como ejemplo su entrega, sin reticencias, al destino creador de nuestra cultura”.
Juan García Ponce (resulta difícil no escribir completo su nombre respetando la sonoridad de las palabras tal como él lo hacía en sus textos), escribió Inmaculada… después de completar su obra más ambiciosa, Crónica de la intervención, obra monumental de más de mil páginas. Inmaculada, por su parte, es la historia de un viaje de autoconocimiento y realización de una inocente y pervertida mujer de provincia, sostiene el tono y el tema de su obra más prolífica, y en poco más de 330 páginas resume el postulado estético y moral del autor yucateco, como lo afirma en su ensayo “Inmaculada o la abyecta pureza”, de Minerva Margarita Villareal: “Inmaculada es el camino del deseo. El deseo que pone a prueba la vida, que le exige arrastrarse hasta la destrucción. Probar que es. Que es en el reino del vacío. O de qué otra manera nombrar el mundo nos aísla del ser, que nos perfecciona en el individualismo como un barril sin fondo”.
Traductor de Robert Musil, Pierre Klowsosky, Heimito Von Doderer, así como admirador del pintor Balthus, García Ponce envolvió con el lenguaje de la teología atea de la sexualidad al cuerpo de sus textos y el de sus personajes, Octavio Paz lo describía en estos términos: “En casi todas sus novelas y cuentos la inocencia está siempre aliada a esas pasiones que llamamos malas o perversas: la crueldad, la ira, los delirios de la imaginación exasperada y, en fin, toda esa gama de placeres que reprobamos y que, al mismo tiempo, nos fascinan”.
Amplias descripciones de los espacios que sus personajes habitan sustituyen los “flujos de conciencia”, ese recurso literario tan común a sus contemporáneos. Los personajes en Inmaculada… son descritos tanto en su persona como en los espacios que los contienen, una amplia narración visual a la que García Ponce, a través de sus ensayos de pintura, define: “Todo es imagen. El hombre ha sido capaz de mirar a su alrededor y reproducir e interpretar el mundo que lo rodea, antes aun de mirarse a sí mismo”, la mirada no juzga nos dice el autor de descripciones como la siguiente: “Llevaba un vestido de seda a cuadros blancos y negros, con un cuello grande, abrochado al frente y que se pegaba a su cuerpo. Antes de que se acercase con el platón a la mesa, Alfredo la había observado, había visto la cara de Inmaculada, el movimiento de su pelo negro como sus ojos, su boca con el labio inferior abultado, su esbelto cuerpo, la falda mucho más larga y los altos tacones que usaba. Inmaculada dejó a un lado los cubiertos y fijo la vista en Alfredo, poniéndose las dos manos delgadas y largas a los lados de la cara. Alfredo la miró con un ligero asombro. Desde que llegó, el aspecto de Inmaculada le gustaba y sus opiniones le sorprendían”. La mirada no juzga, observamos la belleza dejándonos llevar por su cualidad de existir más allá de la corriente diaria. La observamos como Alfredo, hermano de la protagonista del libro, Inmaculada, sin detenernos a pensar en lazos de sangre. No se trata de entender y de juzgar, la contemplación es acerca de la entrega, de la realización erótica, esa cuya meta Bataille define como “lo más íntimo, allí donde el corazón falla”.
Hombre de inteligencia sensual, García Ponce es autor de una centena de libros que reúnen ensayo, teatro, cuento y novela. Si un lector desea entrar al universo del autor premio Juan Rulfo son recomendables sus ensayos sobre sus autores predilectos, entre ellos el libro ganador del premio Anagrama de ensayo en 1981, La errancia sin fin: Musil, Borges, Klossowski. Si por el contrario se quiere adentrar en el mundo sensual de un autor provocativo, no hay mejor puerta al universo intelectual de Juan García Ponce que su Inmaculada o los placeres de la inocencia.