Cuando estuve ante la puerta del Metro del Barrio Chino que va hacia el Bronx y Queens, recordé que en el canal sudoeste, donde éste se une con las aguas del East River, está el Puente Throgs Neck Bridge.
Desde allí se pueden tomar ferrys que van hacia varios condados, pero sobre todo a Long Island Sound, donde vivió el autor de Vuelo nocturno, Correo del Sur, Tierra de hombres, Piloto de guerray —quizás su obra más célebre y una que hemos leído casi todos—, El principito.
En el tiempo en el que vivió Antoine de Saint-Exupéry en Long Island Sound —los años cuarenta— el puente no existía, porque fue inaugurado hasta mil novecientos sesenta y uno. Me dicen que en Port Jefferson, punto de conexión entre los distintos condados, hay mucho tráfico…
Recuerdo todo ahora porque es allí, en la finca Bevin House que se levanta sobre una colina de ese estrecho, desde la cual me imagino se tiene una vista maravillosa, donde nació y creció la obra maestra del también aviador y aventurero de la Segunda Guerra.
El principito fue escrito entre el verano y otoño de mil novecientos cuarenta y dos. Se publicó al siguiente año. Desde entonces se convirtió en una lectura imprescindible. Y aunque se ha declarado una lectura para niños, su contenido va siempre más allá y es disfrutable en cualquier tiempo de nuestras vidas.
Como toda la obra de Antoine de Saint-Exupéry, El principito surgió de una experiencia personal e íntima. Cabe recordar aquí que no hay libro que no sea de algún modo biográfico de cada escritor. Pese a que no vaya directamente a la experiencia intrínseca, nadie que escriba una sola línea en su vida deja de ser autobiográfica: hasta los recados lo son. Siempre el espíritu del ser se impregna y se deja ver. Se trasmite.
La vida y los trabajos literarios de este autor resultan muy estimulantes. Nacen y tienen lo que busco siempre en los libros y en mi escritura: trasmitir la esencia de la aventura. Porque creo que todo buen libro narra eso, la aventura. Una aventura que nos permita ir a otra parte, a todo lugar. Y Antoine de Saint-Exupéry fue, en vida y en obra, un aventurero siempre. No hace falta recordar que fue, antes que hombre de letras, fue un piloto aviador que viajó por medio mundo. Y estuvo en Latinoamérica también.
Vivió en la Argentina y en Buenos Aires conoció a la millonaria salvadoreña Consuelo Suncín, quien sería su esposa; en el desierto del Sahara tuvo un accidente, igual que en Guatemala. De esas múltiples andanzas hizo sus libros.
Vida y obra, en él, fueron una unidad siempre.
Nació con un nombre extenso: Antoine Marie Jean-Baptiste Roger Conde de Saint-Exupéry (en Lyon, Francia en 1900), pero lo conocemos con uno breve y encantador nombre.
Cada vez que veo un retrato suyo de joven no dejo de pensar que parece un niño agrandado; ya de mayor parecía tener la cara de un burócrata locuaz. No sé mucho de él, pero me imagino que fue un excelente conversador. Lo cierto es que me sorprende que se haya quedado quieto algunas veces. De esa quietud vino su emoción por el viaje de la escritura.
Vida, aventura y escritura en un solo ser. No fue un intelectual que aprendió de los libros y las enciclopedias, sino de la existencia misma que quién sabe cómo pulió, como lo hizo con su espíritu.
De algún modo lo podemos mirar en El principito, donde encontramos una prosa profunda pero ligera; sencilla y a la vez filosófica; breve y también extensa, no profusa: exquisita.
Dueño de su propio lenguaje creó un mundo que es desde hace mucho parte de la colectividad. Hasta quienes no lo hayan leído tienen una vaga referencia de ese personaje que ha dado mucho qué pensar: nos invita a la reflexión y a la vez nos lleva a otros planetas y a un mundo distinto: uno paralelo al nuestro. Nos invita a vivir una aventura espiritual.
Quizás el planeta del Principito fue Long Island, o la mismísima casa donde fue escrita la historia y desde donde partió a un nuevo viaje. En mil novecientos cuarenta y tres el piloto Antoine de Saint-Exupéry emprendió el vuelo tal vez al planeta de donde venía el Principito.
Después de una temporada de dos años en tierra, el piloto y escritor elevó el vuelo hacia Europa para servir en el servicio aéreo al General Charles de Gaulle. y en un extraño evento aún sin resolver hasta la actualidad, él y su avión desaparecieron en el Mar Mediterráneo; nunca han sido encontrados. Tenía cuarenta y cuatro años y ahora solamente lo podemos encontrar en sus historias, en su escritura.