Un par de niñas sacan las manos entre la herrería blanca de una puerta antigua del Centro, y gritan a coro: “¡Te odio coronavirus, ya queremos salir!”. En la esquina entre las calles de Juan Álvarez y Pino Suárez, el semáforo se pone en verde y la camioneta blanca que estaba ahí detenida pita para hacer juego con las voces de las infantes; Pascual Macario Zamora, que conduce, saca la mano en señal de saludo y sin que se dé cuenta las niñas le gritan un adiós que se pierde entre el resplandor de la tarde.
A la otra cuadra, Pascual Macario detiene la Sprinter blanca y se estaciona enfrente del edificio Valentín Gómez Farías, sede del Sistema de Educación Media Superior. Ya lo esperan unas cinco personas. Abre la puerta trasera del vehículo, que ha adaptado como cabina móvil de lectura y como librería vagabunda: al fondo hay un sillón bajo un cuadro que recrea imágenes de vida silvestre en un entorno donde arden llamas, fuegos fatuos o simples calcinaciones del alma; a los costados, libros apilados en montones bien formados con el lomo hacia fuera.
A simple vista se pueden ver Guerra y paz, de León Tolstoi; Ernesto Guevara, también conocido como el Che, de Paco Ignacio Taibo II; El hombre duplicado, de José Saramago y hasta las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, quien en su título asegura con solemnidad que esa es la Verdadera Historia de la Conquista de Tenochtitlán.
“Es una librería móvil”, cuenta Pascual Macario, un hombre pequeño, con nombre del siglo pasado y ademanes de personaje extraído del ideario popular. Se mueve con prisa de hormiga mas su trato es de viejos amigos. Conoce a todos por sus lecturas. Es dueño de la librería El Desván de Don Quijote, y vive, come y sueña entre libros.
Saca tres cajas que contiene cerca de 500 distintos títulos que ha regalado para que se intercambien con quienes donan despensa en los centros instalados por el SEMS en sus planteles de todo el estado, para apoyar a los que se han visto afectados económicamente por las medidas de prevención del Covid-19. Dice que también le donará otros tantos a los “chavos” de la FEU, para que realicen dinámicas e inspiren a los estudiantes a que se queden en casa siendo productivos.
La dinámica se denomina Un kilo-un libro, en la cual las personas que regalen al menos un kilo de alimento para las despensas puedan elegir un título para llevarse a casa, explica Diego Ernesto Ruiz Navarro, parte del grupo de asesores de la Dirección General del SEMS.
“Entre el simbolismo de la campaña, si lo traducimos a despensa, se puede convertir en media tonelada de víveres”.
Pascual Macario les platica a todos, con un dejo de sarcasmo, que el gobierno consideró que los libros son un bien no esencial durante la cuarentena, y por ende las librerías tuvieron que cerrar. Dice mucho sin decir nada, pero la sonrisa oculta tras el cubreboca lo delata y afirma que por eso echó a andar la librería móvil: “Si tú necesitas un libro, me llamas y voy con toda esta cabina hacia tu casa. Hacemos hasta siete entregas al día”.
Diego Ruiz lo conoce desde hace mucho. Su amistad está punteada por miles de diálogos sobre psicología, literatura, sociedad y política: “Macario es canijo, como un cazador”, lo describe, “un día lo invité a mi casa a comer y tomar un café, y mientras charlábamos veía cómo en lugar de centrar los ojos en la conversación, la mirada se le desviaba hacia mi biblioteca personal, incluso no tuvo reparos en decirme que si le vendía algunos de mis ejemplares”.
Macario se mete a la charla: “Es que los libros siempre regresan a mí”.
¿Cómo es que se hace de los acervos?, le pregunto.
Pascual Macario afirma que todo está en las tarjetas que deja en cada ejemplar: “Es un juego con el destino, quien se lleva muchos de mis libros les pido que les dejen mi tarjeta dentro, si se adelanta en el camino (muere) muchos de esos ejemplares regresarán a mí. Si yo me adelanto entonces ya se quedaron con gran parte de mi acervo sin gastar tanto”.
¿Qué es para usted el libro?, vuelvo a lanzar. Se toma unos segundos para pensar, como repasando los libros que pasaron por su vida, quizás hasta el primero, hasta recordar la Utopía de Tomás Moro:
“Yo siempre había querido hacer algo así con otros amigos, donar libros, llevar las letras a distintos rincones. Ahora he podido impulsarlo por la enfermedad que anda suelta. Y pues creo eso, que una sociedad con lectura, con literatura, es como la imaginada por Moro en su obra, no distópica sino ideal”.