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La literatura como fortuna y salvación

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Dante, lo supe por uno de tus artículos, entró al Paraíso la mañana del trece de abril, fecha cercana a la que tú partiste, dejando en las letras de estos rumbos una sensación de orfandad. Caronte, lo supongo, no conversaría contigo esta vez con la aguardentosa voz con que lo hacía en La Escalera, al hablar con un personaje de Cazadores de gallinas, ni te conduciría por la Calzada, haciendo una parada en El Juve para terminar en El Galeón o en la Plaza de los Mariachis; no sería, en fin, como aquel guía por las turbulentas noches del Guadalajara que lúcidamente retrataste en esa novela.

La ciudad, entendida en el más amplio sentido, porque en las numerosas letras que nos legaste, esa constante se aleja del convencionalismo de fungir como un marco, a secas. 

“Ocurre, por una parte, al intentar etiquetar tu obra (poesía, novela, crónica, ensayo) que las fórmulas se escurren, resultan inútiles, a mi parecer”. 

Por otro lado, al desdibujarse los límites entre los (artificiales) géneros, se pone en marcha un mecanismo de extrañamiento: el contraste de la belleza y el horror, de lo familiar y lo perturbador, de la tradición y la modernidad. Proceso de extrañamiento, no sólo por la difuminación de fronteras o unificación entre lo narrativo y lo poético. Es, sobre todo, el deslizar esa extrañeza frente a los objetos cotidianos y frente a las propias figuras tradicionales, que solemos recibir inmutables. Lo anterior me recuerda la idea de desfamiliarización a la que se refirió Shklovsky: “El propósito del arte es el impartir la sensación de las cosas como son percibidas y no como son sabidas (o concebidas)”.

Así, tales figuras se ven transformadas, alejadas del automatismo a través de tu pluma, reciben una nueva y nítida visión que las revivifica. Como en Miedo al vacío, donde Jonás “En lugar de ir a la Ciudad Perdida en luces ―llevando la advertencia― fue en busca de Leda, desobedeciendo”. O, siguiendo el simbolismo del felino que aparece al inicio de la Comedia, en Ardentía escribes: “Dentro de la casa la pantera creció. Se volvió enorme. Impasible. Indócil. Algo de mí quedaba. Entre sudores fríos, mi corazón luchó con la pantera”. 

Lo mismo ocurre con temas como el erotismo y el amor; la respiración, un ave, las ciudades, el mar: “Para despedirnos/ fuimos a acampar en la playa/ Vimos, entonces, desaparecer la luz./Arrojamos maderas a las aguas./ Recogimos conchitas./ Y escuchamos el rumor.// Era el mar de la tarde./ Era el viento de alas./ Era la arena deshaciéndose./ Era la brisa y el frío./ Eran nuestros cuerpos inciertos.// Ahora, el mar nos moja/ de nuevo los pies,/ por eso despertamos/ y nos reconocemos/ —reales—/ en el sueño…”

Una literatura que, como dice otro de tus personajes ―del cuento “Puerta cerrada”, ganador del concurso del II Festival Rulfo― tiene “un principio corporal […] es nacida del cuerpo y sale al mundo para después retornar a la carne que somos”. Pienso, valiéndome del mismo personaje, que el descubrimiento del mundo que te abrió la literatura, te obligó a mirarte, reveló tu existencia, ese otro universo posible… y, en un juego de espejos, retornó revestida de tu mundo interior.

Dicho retorno no se circunscribió a tu propio quehacer como escritor, pues con una generosidad increíble compartiste esa fascinación y experiencia; 

“La escritura ―según expresaste en uno de tus últimos textos― como fortuna y salvación, vida y muerte. Un canto a lo divino y a sus creaturas y creación”. 

Gracias totales, querido amigo. Harás mucha, mucha falta. 

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