La melodía de la imagen

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George Valentin, protagonista de El artista (Michel Hazanavicius, 2011), es un romántico, de esos que hacen de la nostalgia su bandera: en esto se parece a Gil Pender, el personaje-escritor de Media noche en París (Woody Allen, 2011), cuyo máximo anhelo, en pleno siglo XXI, es vivir en el París de la década de los 20 del pasado siglo.
Valentin es un exitoso actor de cine silente, cuya aparición del sonido lo lleva a cuestionarse toda su existencia: sus convicciones y deseos y la insoslayable realidad, al mismo tiempo, lo atenazan por el cuello. Valentin está convencido de que “la gente viene a verme a mí, no a mis palabras”, y no prevé que el futuro ya llegó. La actriz Peppy Miller –la mujer que siempre viene a rescatar al hombre– lo anima a participar en un filme que lo vuelve a la vida. Pero la profundidad de la película va más allá: el encontronazo que supuso la irrupción del sonido en la producción fílmica.
El artista es un filme mudo, rodado en blanco y negro, y esto, para el espectador de hoy, resulta cuando menos novedoso. Hace 100 años no había otra manera de disfrutar el cine: la mayoría eran documentales y muchas de ellas pegadas como si se tratara de los retazos de un sobrecama. Recordemos que el cine sonoro no se hizo presente sino hasta 30 años después de la invención de éste.
El cine silente constituyó una época memorable en la historia cinematográfica. Algunas cintas insignes de esos años han sido piedra angular de innumerables producciones en el último siglo: El gran asalto al tren (Porter, 1903) –que inauguraría el género western–, Viaje a la luna (Mélií¨s, 1904), Nosferatu (Murnau, 1922) y Metrópolis (Lang, 1927), entre otras; pero vino El cantor del jazz (Crosland, 1927), que no fue precisamente una película hablada, sino casi toda cantada, y “la música fue la forma final de las imágenes.”
Cuando el 5 de agosto de 1896 proyectaron, a través del cinematógrafo Lumií¨re, una primera función de cine –para reporteros y grupos científicos–, en la droguería Plateros (Plateros 9, Ciudad de México), los capitalinos se maravillaron con el invento, nos recuerda Aurelio de los Reyes en Los orígenes del cine en México, 1896-1900 (1984). A tal punto que el cine, subraya, sería “básico en el disfrute del ocio de la sociedad porfiriana.” Se trató de material silente”.
El cine mudo en México dejó excelentes producciones. Salvador Toscano, reseña De los Reyes, fue el primero en filmar algunas escenas: una simulación de atropellamiento al actor Paco Gavilanes, tomas del presidente Díaz y la Plaza de la Constitución. Rafael Orozco, por su parte, dice que Miguel Contreras fue “el director más activo y productivo en el periodo del cine mudo de nuestro país con 15 películas. La última, El águila y el nopal (1929), [que] se convertiría también en la primera película mexicana con sonido, anterior a Santa, de Antonio Moreno, realizada en 1931.” (La Jornada Michoacán, junio de 2010).
Aparecieron también El automóvil gris (Enrique Rosas, 1919), que retrata a una banda de ladrones que en 1915 sacudió a la Ciudad de México, sonorizada (y mutilada) en 1933 y musicalizada el año pasado por la banda Troker; Tepeyac (Carlos E. González, 1917), El zarco (José Manuel Ramos, 1920) y El tren fantasma (Gabriel García Moreno, 1926). El zarco se basó en la novela homónima de Ignacio M. Altamirano; en tanto que El tren fantasma y El automóvil gris guardan semejanzas en su argumento; sin embargo, la segunda se basa en un suceso real.
El cine, no obstante la exclusividad en sus primeras funciones –para reporteros y grupos científicos primero, y para la burguesía después, fue alcanzando una dimensión popular que ya no perdería en adelante, merced al auge de la ciencia en el mundo.
Coincido con Cabrera Infante cuando dice que el cine es un arte que nació a partir de adelantos científicos: sin ellos no hubiera cine. Sin embargo, Hazanavicius, con El artista, plantea que el cine hoy es, sobre todo y más que tecnología y sus efectos, imágenes, llanas imágenes: hacia el final de su filme el sonido aparece, pero ya es demasiado tarde para notarlo.

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