La palabra contra la tradición

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Nos ha pasado que los protestantes llegan y te hablan del paraíso y de Jesús”, relata Atssima Mirna de la Cruz González, oriunda de la comunidad wixárika de San Miguel Huaixtita. “A uno de ellos que iba muy seguido a la casa, mi papá una vez le dijo ‘yo no quiero que vengas a mi casa a hablarme de tu Dios, porque yo no hago lo mismo contigo; a ver, si mañana te digo vamos a mi rancho a celebrar una fiesta del tambor, a preparar tecuino o a hacer todas las ceremonias que yo realizo, ¿tu aceptarías?’ Le dijo que no y nunca más volvió”.

Según Atssima, sentirse convencido de “lo que eres”, la argumentación y el diálogo son elementos clave para defender la cultura wixárika de la “cruzada” perpetrada por predicadores de otras religiones que penetran en territorio indígena para difundir sus creencias. Sin embargo, es justamente la falta de capacidad para dialogar la causa de que en este decenio acontecieran cruentos conflictos al interior de las comunidades del Norte de Jalisco, que desembocaron en la expulsión violenta de grupos de huicholes evangelistas, los que se vieron obligados a abandonar sus pertenencias.

Un ejemplo de conversión y de intolerancia
Para llegar al terreno donde viven los huicholes pentecosteses desplazados de su comunidad, hay que cruzar un charco turbio y maloliente. Después del arroyo surge una amplia construcción coronada por una cruz. Niños descalzos corren por todos lados, mientras que varias mujeres tejen artesanía en los umbrales de sus casas. La gente en el día prefiere salirse de las minúsculas habitaciones, que en las noches hospedan a más de 60 persona, quienes viven “estibadas” en 13 moradas de 20 metros cuadrados cada una.

Esto, sumado a una hectárea de terreno sembrado con maíz, es lo que le queda a esta feligresía de wixaritaris, que en 2002 fueron expulsados de Santa Catarina Cuexcomatitlán, comunidad del municipio de Mezquitic, por haber abrazado una religión diferente a la tradicional.

Rogelio Ávila García, pastor huichol de este grupo, conoció la palabra de Cristo en 1997, gracias al pentecostes Adolfo García, que pagó los gastos para el ataúd de su hijo, que murió en un hospital de Zacatecas.

“Ya estaba cansado de costumbres, porque uno hace gastos para una fiesta, sacrificios para los dioses y entonces pensé, ‘¿por qué hago los sacrificios, si los curanderos no han aliviado a mi hijo?’”. Sin embargo, el acontecimiento decisivo para su completa conversión fue la ayuda que recibió del pastor García cuando su otro hijo, Paulino, también enfermó.

Relata Rogelio, que a través de la lectura de la Biblia, Paulino se recuperó, y como refiere el indígena, el misionero “me habló de Dios y de Jesús, que nosotros indígenas tenemos muchas costumbres que son satánicas, y que la costumbre y la enfermedad van pasando a los hijos, porque arrastran alguna deuda porque sus antecesores no cumplieron con la palabra de Dios”.

Rogelio comenzó a predicar con sus familiares y conocidos, logrando la conversión de un grupo de cien indígenas, aproximadamente, de diversas rancherías de la comunidad. Entonces comenzaron también las amenazas y las agresiones físicas por parte de los demás comuneros: “nos gritaban que iban a hacernos algo, a quemarnos las casas. Nos empezaron a golpear y también a violar a las muchachas”.

Las intimidaciones se acentuaron con el paso del tiempo, hasta que el 2 de agosto de 2002, la comunidad reunida en asamblea acordó otorgar a los feligreses 10 días para salirse de Santa Catarina si no regresaban a la religión tradicional, de lo contrario serían expulsados con violencia.

En consecuencia, muchos decidieron establecerse en Tenzompa, localidad mestiza del municipio de Huejuquilla El Alto, donde tuvieron que vivir en condiciones infrahumanas. Rogelio explica: “llegamos a una casa, nos quedábamos todos juntos, éramos como 40, algunos recargados, porque no cabíamos”.

La comunidad de Tenzompa estableció que los evangelistas podían quedarse solamente algunos meses, por lo que sesenta indígenas optaron por trasladarse a Huejuquilla, donde el entonces alcalde les consiguió el terreno en que actualmente viven y los ayudó a buscar un programa para construir sus casas, mismas que todavía están pagando con mensualidades de 500 pesos. Sin embargo, casi nadie encontró trabajo. Para sobrevivir la mayoría tiene que emigrar para vender artesanía o buscar empleos temporales en otros lugares de la república.

No obstante estas penurias y la violencia que tuvieron que sufrir, Rogelio comenta que se sienten orgullosos de pertenecer a la etnia wixárika y anhelan regresar a su comunidad: “nos gusta. Por esto estamos orando, que un tiempo va haber libertad y puede entrar nuestra familia. Amamos a nuestra gente, porque ellos no saben lo que hicieron”.

Primero la tradición
Magdaleno López afirma que no se puede hablar de conflictos entre comunidades indígenas y grupos evangelistas. El indígena, quien en el trienio 2005-2008 fue presidente del comisariado de bienes comunales (autoridad huichola) de San Sebastián Teponauaxtlán, gestionó la expulsión de un grupo de adventistas de su comunidad. “Yo los junté a todos de una forma que no se entendiera que era a la fuerza. Incluso se les dice que tienen tanto tiempo para pensarle de esta a la otra asamblea, que no los estamos corriendo: simplemente no quieren participar en las tradiciones de la comunidad, porque están en otra religión que no se lo permite”.

Las prohibiciones morales que impiden a los protestantes asistir a las ceremonias ancestrales y cubrir cargos espirituales y tradicionales en las comunidades, es el motivo que determina su expulsión, afirma López.

“En los estatutos de las comunidades huicholas se especifica claramente, desde la perspectiva agraria, que cada persona puede profesar la religión que quiera, siempre y cuando cumpla con las obligaciones hacia la comunidad”.

La presencia de misioneros cristianos en la zona indígena comenzó en el siglo XVIII, en particular con los franciscanos. Sin embargo, los problemas se agudizaron con la llegada de los protestantes, como explica Samuel Salvador Ortiz, responsable del área de justicia región norte de la Unidad de Atención a Comunidades Indígenas (UACI), quien además es oriundo de la comunidad huichol de San Andrés Cohamiata. “Los franciscanos de alguna manera han cuidado esta parte de respetar la espiritualidad del pueblo wixárika.

Con las que hemos tenido muchos problemas han sido las sectas religiosas que quieren arrancar de la raíz su cultura”. Al respecto Ortiz agrega que “lo veo como un neocolonialismo, en el sentido de que los nuevos grupos que son sumamente radicales, están tratando de que los integrantes de las comunidades definitivamente entierren sus costumbres”.

Kakauyari nukieya: la lengua como arma
Kakauyari, concepto que los huicholes utilizan para representar lo divino: los ancestros que se materializan simbólicamente en la naturaleza, y nukieya, “su palabra”, son los términos que Joe Grimes, evangelista estadunidense, empleó para titular la primera traducción al wixárika de la Biblia, que fue editada en los sesenta del siglo pasado.

La traducción de las Sagradas Escrituras en las lenguas autóctonas siempre ha sido un dilema para los cristianos, explica José Luis Iturriuz Leza, jefe del Departamento de Lenguas Indígenas, del CUCSH, porque estaban convencidos que “traduciendo el evangelio a su lengua, los indígenas lo iban a incorporar con conceptos de su cultura, alimentando así la religión del diablo y la brujería”.

Por esto agrega que los traductores protestantes “optaron por utilizar palabras huicholas, con la idea de vaciarlas de contenido, como en el caso de kakauyari, que no tiene plural, porque indica el único Dios verdadero”.

Esta traducción responde a un objetivo: la conversión total de los indígenas. “Los protestantes son muy radicales, animan a los huicholes a no respetar las autoridades, a no ir a las fiestas y a atacar los demás, criticando sus costumbres. Es una actitud mucho más agresiva, tanto a nivel de creencias como de comunicación intercultural”.

Agresión que según Iturriuz Leza “es demasiado pronto para determinar si efectivamente constituye un peligro para la integridad de la cultura huichola”, ya que los wixaritari en el pasado han sabido incorporar elementos externos, en particular del catolicismo, incluso enriqueciendo su tradición y su religión, que “se mantienen totalmente original”. Lo anterior porque los huicholes “añadieron capas nuevas, que en su lengua están muy bien marcadas y delimitadas: son ciclos complementarios que giran entorno a la semana santa. Son parte de su historia y lo reconocen”.

La historia que se repite
En la actualidad otros 100 indígenas bautistas y testigos de Jehová, de la comunidad de Tuxpan de Bolaños, corren el riesgo de ser expulsados. De acuerdo a a lo que dice el pastor bautista José de Jesús González, en asamblea realizada el 7 de diciembre de 2008, “decidieron darnos 15 días para salir de la comunidad si no regresábamos a la religión tradicional. Nosotros dijimos que no y muchos de ellos empezaron a gritar que había que matarnos”.

La situación se repitió en otra asamblea celebrada el 7 de junio del presente año. Esta vez González comenta que les dieron solo dos días para abandonar sus casas. Frente a la negativa de los bautistas, iniciaron las amenazas físicas. “El día 11, en la noche y en la madrugada del 16, nos apedrearon en la casa, y como nosotros nos acostamos debajo de un techado, no estábamos protegidos”.

El bautista refiere que buscó varias veces el diálogo con las autoridades de la comunidad, pero sin resultado. Su propuesta es “que nos den permiso para vivir en la comunidad, aunque no seamos comuneros, cumpliendo solamente con los gastos y los trabajos comunitarios, asistiendo a las asambleas, pero sin cubrir cargos tradicionales”.

Con respecto a esta propuesta, Ramón González López, presidente de bienes comunales de San Sebastián y Tuxpan, aseveró que “definitivamente la comunidad no puede aceptarla, porque esta es precisamente la práctica de la cultura, darle gracias a la tierra y cumplir con los rituales tradicionales”.

El diálogo, como posible solución a los conflictos religiosos, con estas premisas se convierte en una opción difícil de poner en práctica en la cotidianidad de las comunidades. Esta realidad, por un lado sigue poniendo en riesgo la integridad física y patrimonial de huicholes que abrazaron creencias diferentes a la tradicional, y por otra, constituye un peligro para la integridad cultural de las comunidades indígenas de nuestra entidad.

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