La retaguardia de Cortés

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La noche del 30 de junio de 1520, no fue una noche común en México. Es la Noche Triste. Hernán Cortés y su ejército huyen de Tenochtitlan antes de recibir las lanzas, flechas y mazas que les arrojaban los aztecas.

El mismo pasaje de la historia de la conquista de México, narrado en el siglo XVI por el escritor español Francisco Cervantes de Salazar o el cronista Bernal Díaz del Castillo, es contado por Arturo Pérez-Reverte, quien imagina su propia Noche Triste en un cuento de apenas 36 páginas titulado Ojos azules, que tuvo como inspiración el mural de Diego Rivera de Palacio Nacional, en la Ciudad de México.

Esa noche Tláloc estaba enojado. Llovía a cántaros. Los tambores no dejaban de hacer bum, bum, bum, bum, mientras un soldado español corre por la calzada para alejarse del templo Mayor con sacos de oro a cuestas. En la mente traza su viaje: Tacuba, Veracruz, España… y también recuerda la mujer morena que se enamoro de él.

Es un cuento para ser leído en menos de dos horas, y que metaforiza sobre el mestizaje en América con la mezcla de la sangre española, no sólo derramada esa noche en tierras mexicanas, sino también entre las razas, entre conquistados y conquistadores. Es el fragmento de una noche en el que se alzan corazones al cielo negro, de piezas de oro que caen junto a los muertos, de historias que no cruzarán para contarse a Cáceres, Tordesillas o a Luarca. A su España.

El texto es una “Miniatura magistral”, como lo describe Pere Gimferrer, poeta y Premio Nacional de las Letras Españolas 1998, encargado del prólogo y quien agrega: “Ojos azules me trae a la memoria cierta frase de Emerson que solía recordar Borges: comprendiendo un momento de la vida de un hombre, podremos comprender toda su vida”. Esta afirmación es la definición del breve relato y preámbulo de lo que el lector encontrará en un pequeño libro de pastas azules, publicado en la colección Únicos de Seix Barral.

Ojos azules se acompaña de ilustraciones de Sergio Sandoval, quien trabajó con Guillermo del Toro en diseños conceptuales para filmes como El laberinto del fauno, El espinazo del diablo y Hellboy, entre otras producciones cinematográficas.

La obra literaria es una muestra para acercarse al vocabulario bélico de la época utilizado por Pérez-Reverte en la saga del capitán Alatriste, así como de los rezos y maldiciones españoles.

“Quiso rezar, pero no recordaba una sola palabra de maldita oración alguna… Tenía los ojos desorbitados, muy abiertos a la lluvia que le caía en la cara, y de ese modo vio el cuchillo de obsidiana alzarse…”.

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