Dos cosas colman el ánimo con una admiración y una veneración siempre renovadas y crecientes, cuanto más frecuente y continuadamente reflexionamos sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí.
Immanuel Kant
“La naturaleza es sabia”. Supongo que a esta proposición no le podemos atribuir un autor en concreto, ya que distintos pensadores la han parafraseado de múltiples maneras y, en diferentes nichos culturales o geográficos, ha gozado, a lo largo del tiempo, de una gran aceptación. Dicha enunciación hace referencia a una realidad (la naturaleza) a la que se le atribuyen cualidades las cuales distinguimos con mayor claridad en ciertos seres humanos o algunas supuestas entidades divinas.
La sabiduría hace referencia a la posesión de conocimientos adquiridos por la experiencia o reflexión de los que se vale el sabio para poder tomar las mejores decisiones, actuando con prudencia y sensatez. Así, el sabio es un ente que, a través de la palabra o ejemplo, se configura como un modelo virtuoso digno de emular o acatar sus consejos. Si lo dicho hasta este momento respecto a la naturaleza y la sabiduría resulta razonable, entonces a la naturaleza le podemos adjudicar una gran cantidad de atributos, pero no podríamos estar seguros de imputarle la propiedad de la sabiduría. En todo caso, parece ser que lo que se quiere afirmar es que en la naturaleza percibimos una especie de toque divino o fuerza interna que hace que se desenvuelva con las cualidades de un sabio; que la naturaleza no se equivoca y si desconocemos las razones por las cuales ocurren acontecimientos que dañan a la humanidad u otros seres vivos, se debe a nuestra ignorancia como especie.
Pero, ¿qué tipo de proposición es ésta? Al parecer los modelos de explicación podemos identificarlos en contextos científicos, teológicos, filosóficos o poéticos.
En un sentido teológico la naturaleza puede ser sabia de dos formas: porque es obra de la sabiduría divina o porque la misma naturaleza posee cualidades divinas. Si consideramos la primera opción entonces la naturaleza no es sabia por sí misma sino por efecto de una entidad externa que le asigna dicha propiedad, pero, al responder a una imposición externa, carece la de posibilidad de decisión o autonomía que distinguen al sabio. Por el contrario, si se considera a la naturaleza como entidad divina, entonces la divinidad se diluye en todo lo existente y así, el juicio “la naturaleza es sabia”, diluye también su carácter teológico.
Respecto al sentido científico se hace referencia a las uniformidades que encontramos en los fenómenos que, al mostrar regularidades, tienen la posibilidad de enmarcarse en los parámetros medibles; tal es el caso de la concepción newtoniana cuyo esfuerzo consistió en mostrar, mediante criterios matemáticos, que la naturaleza responde a un orden racional, propio de una entidad a la que se le puede atribuir sabiduría. Tal discernimiento ha sido adoptado en general por las ciencias de la naturaleza, sin que, necesariamente, exista el acuerdo de reconocer en las regularidades la cualidad de la sabiduría.
La admiración frente a los misterios del cosmos ha llevado a algunos filósofos a indagar, en un sentido metafísico, sobre el misterio del orden observado en la naturaleza y, en el marco de la ética, se ha propuesto que las acciones humanas debieran apegarse a lo establecido en el orden natural. Ante la angustia por la muerte o el dolor, que devienen como fenómenos naturales, la sabiduría humana se manifiesta inferior frente a la incomprensible sabiduría del cosmos.
Dado que tanto el sentido teológico como el científico y el filosófico nos presentan el carácter sapiencial de la naturaleza como una metáfora ante la regularidad, el orden y el misterio, parece que el carácter que prevalece, al referirnos a la sabiduría de la naturaleza, es el poético.
En resumen, el misterio del orden que se observa o se cree observar a la naturaleza, ha movido a los hombres a suponer que detrás de dichos acontecimientos prevalece una especie de inteligencia sobrehumana que, por analogía con la sabiduría, nos mueven a afirmar, de manera metafórica, que “La naturaleza es sabia”.