La vida nueva del arte breve

763

VERÓNICA DE SANTOS

Levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad. Italo Calvino estaba a unas semanas de dictar en Harvard una serie de conferencias sobre algunas cualidades de su arte en la perspectiva del nuevo milenio, cuando la muerte lo asaltó con todas éstas escritas y ordenadas en sobres listos para el viaje. Faltaban 15 años para cruzar la barrera del triple cero, un lustro para la inicial comercialización de internet y dos décadas para que comenzara el fenómeno virtual-social de Twitter. Hoy, la clarividencia de sus Seis propuestas para el próximo milenio puede servir de clave para entender cómo la literatura se ha hecho una habitación nueva en los trinos del pájaro azul.
En el número más reciente de Luvina, Naief Yehya cierra la edición hablando de la traslación del diálogo interno a la red: “Así, algo como 70 millones de tweets son lanzados al ciberespacio diariamente por unos 200 millones de usuarios para regurgitar aventuras culinarias, confesar emociones reprimidas, súbitos descubrimientos y estridentes revelaciones, describir episodios de aburrimiento, enojo o tristeza y lanzar alegatos apasionados por temas dolorosamente triviales. Por supuesto, también sirve para difundir noticias, anuncios de masacres, información especializada para todas las industrias y campos del conocimiento, avisos de servicios públicos y pitazos salvavidas”.
En verdad, todo lo anterior se ha hecho desde siempre. Se llama comunicación, y está íntimamente ligado con el hecho, la existencia de la cultura: “Los límites del lenguaje son los límites de mi mundo”, diría Heidegger si tuviera que sintetizarlo en un tweet.
La novedad de Twitter y su influencia revolucionaria no provienen del decir ni del qué se dice, sino de sus restricciones y particularidades en el cómo es dicho: la brevedad arbitraria a la que obligan los 140 caracteres; la red de vinculaciones intrínsecas y extrínsecas que forman tejidos de información esculpidos individualmente al decidir a quién seguir y a quién no, en qué mensajes detenerse y cuáles pasar de largo, sobre qué ligas cliquear y cuáles ignorar; la virulencia de ecos al reproducir en mi canal los mensajes de otros; la inmediatez temporal, el acceso indiscriminado y su carácter absolutamente público, etcétera.
Es por esas características formales y sistemáticas, así como por las funciones sociales de que le hemos dotado, que Twitter se ha hecho parte de lo que Michel Houllebecq denomina “mutaciones metafísicas” en la introducción a Las partículas elementales, a cuyas puertas inciertas estamos desde hace tiempo por tercera ocasión, y la cual parece estar determinada por el cambio de las estructuras externas, los contornos discernibles. Haciendo caso a esta lógica, el siguiente paso sería la modificación de las estructuras internas, las ideas.
Por lo pronto y como la noria del tiempo se mueve en aguas lentas, lo que podemos ver es que no sólo las noticias, las conspiraciones civiles, las opiniones, el chismorreo y el fanatismo aspiracional han anidado en Twitter, sino también la forma estética clásica del diálogo interno a través de la palabra: la literatura.

Ars brevis
“Mi fe en el futuro de la literatura consiste en saber que hay cosas que sólo la literatura, con sus medios específicos puede dar”, anticipa Italo Calvino desde el prefacio, como para calmar a los fatalistas. Ni aun Twitter escapa de esta verdad. Es así que hoy la minificción ha tomado un inusitado impulso para reclamar un espacio ahí, como colonia de la “galaxia de Gutenberg”.
La tradición del arte breve en el ámbito hispano es larga, y sus raíces pueden rastrearse –como siempre– hasta los latinos. Pero su estudio teórico es más bien reciente, encabezado en nuestro país por Lauro Zavala y su indispensable antología Minificción mexicana (2003), en la que no sólo establece el parangón canónico conformado por Juan José Arreola, Julio Torri y Augusto Monterroso, sino que establece la ya clásica definición del concepto: “La minificción es la narrativa literaria de extensión mínima que generalmente no rebasa el espacio de una página impresa”.
También llamado “microcuento”, “microrrelato”, “nanoficción” y “cuentuito” (en el contexto específico de dicha red social), el nombre con que lo bautiza el otro eminente estudioso de los géneros liliputenses, Javier Perucho, tiene su propia pertinencia: con “cuento jíbaro” se alude a la práctica de ciertos indígenas amazónicos de momificar las cabezas de sus enemigos vencidos reduciéndolas al tamaño de un puño sin que pierdan sus rasgos.
Por este motivo para el autor de Yo no canto, Ulises, cuento, Twitter “es un gran corsé que imposibilita el desarrollo del género, pues debe tener historia con trama, personaje, conflicto, resolución. La mayoría de los ‘tuitcuentos’ no tienen estructura”, dice. “Generosamente se les podría llamar estampa, viñeta o simple prosa. El problema es que además muchos lo hacen sin limpieza ortográfica, lo que equivale a falta de rigor intrínseca, de profesionalismo”. Con todo, admite que “internet ha sido un catalizador de géneros literarios nuevos y ortodoxos, pues los aficionados se procuran, encuentran y difunden el género que les apasiona, reuniendo y sistematizando la información que poseen al respecto”.
Las revistas Internacional microcuentista (http://revistamicrorrelatos.blogspot.com), Ficticia (www.ficticia.com) y Ficción mínima (http://ficcionminima.blogspot.com) son prueba de ello, si bien algunas publicaciones en papel han hecho eco de este esplendor digital: La Jornada semanal le dedicó su portada este 5 de junio, y en septiembre del año pasado la hoja de poesía Metrópolis tuvo a Mariño González como editor invitado para su especial de minificción.
Así pues, toda ars brevis debe contener en su pequeñez las partes íntegras de la unidad que le vale, y así también cabe decir que en ella se despliegan todos los géneros: por un lado el ensayo se convierte en aforismo, apotegma, máxima, refrán, adagio y proverbio; la poesía se condensa en haikú, epigrama, poemínimo, microverso, poetuit y quizás hasta en soneto.
Y la narrativa coquetea con la idea de la “tuitnovela”, que Mauricio Montiel Figueiras ejercita narrando a manera de folletín a través de la cuenta @Elhombredetweed, y que Cristina Rivera Garza ha definido como “tuitnovela”, que es “un timeline escrito por personajes”, los cuales pueden ser de distintos escritores, si bien el autor sería el dueño del recipiente, según el texto donde la cita Edmundo Paz Soldán en el blog El boomeran(g).
Esta definición, sin embargo, causa conflicto con otro género: la dramaturgia. Y ésta queda aparte todavía, con el problema irresoluto de la medición: ¿Por la mancha en la página? ¿Por el tiempo de representación, como en las piecitas del exitoso experimento español Microteatro por Dinero, que mezcla un bar con obras de menos de 15 minutos en salitas para una veintena de espectadores de pie? ¿O por el medio, como Twitter, donde ya se ha aventurado la Royal Shakespeare Company el año pasado para “montar” una libre y actualizada versión de Romeo y Julieta en tiempo real y con seis actores caracterizados tras una arroba?
Quedan también por hallarles sitio en semejante taxonomía a otras brevedades, algunas cultas, otras ordinarias, como el palíndromo, el albur, el chiste y la adivinanza, por ejemplo.

“Me pagan por ‘twittear’”
Renato Guillén fue por un tiempo un rumor. Se oía por ahí que existía un becario del Fondo para la Cultura y las Artes (Fonca), cuyo proyecto era escribir en Twitter. Entre el asombro y el escepticismo, la verdad se materializó una mañana en el centro de Coyoacán. “Sí, me pagan por ‘twittear’”, confirma.
Esto es una exageración, pues el producto final del proyecto beneficiado no son precisamente los ‘tweets’, sino “un libro de minificciones, el cual por supuesto será una selección de los mejores, y que contendrá otras que no he publicado ahí”.
“Uso Twitter desde hace cuatro años, pero fue apenas el año pasado que se me ocurrió que ahí también puede haber literatura. Entonces saqué otra cuenta (@nanoficcion) sólo para eso y propuse el proyecto”. Su justificación consistió en decir que las redes sociales virtuales son el presente, que de hecho ya cambiaron al mundo y que en éstas no se había hecho nada que explotara el medio con fines literarios. Luego se enteraron, tanto él como su tutor del Sistema Nacional de Creadores, Alberto Chimal, de que ya en algunos consejos estatales se habían rechazado propuestas similares.
Para Guillén es una ventaja llevar el proceso creativo de este libro públicamente: “Los lectores juzgan al momento la obra. Puedo saber cuáles gustan más por las menciones que me hacen directamente, los ‘retweets’, y demás estadísticas”. Y no sólo eso. Guillén ha llevado la interacción con sus lectores (2 mil 217 al momento de redactar estas palabras) al grado de establecer el día jueves especialmente para complacencias: el público propone temas y él responde con una minificción.
Sin embargo, a diferencia de algunos escritores que consideran este medio de exposición como un caldo de cultivo o sondeo de borradores de obras más grandes, para Guillén un ‘tweet’ puede ser un texto perfectamente legítimo. “La literatura, como el porno y la publicidad, se apropia de todo. También de Twitter”.

La cuestión de la edición y “#140cc”, la discusión oficial
@albertochimal es el principal promotor del foro “#140cc”, que desde febrero organiza mesas mensuales en torno al relato mínimo en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, en la Ciudad de México. En ellas han participado súbitos “twittstars” como @diamandina, escritores que “twittean”, como Mauricio Montiel e Isaí Moreno, y críticos como Sandra Lorenzano, por mencionar algunos.
Éstas se pueden seguir simultáneamente vía Twitter con las etiquetas #twitteratura y #140cc, justamente, pero sólo en las inmediaciones temporales de la sesión, pues pronto la discusión es desplazada por otros usos de las mismas: en España el portal Yahoo organiza concursos de síntesis de obras clásicas a 140 caracteres mediante la cuenta @Generacion140 y en inglés y francés otros mundos idiomáticos hacen sus propias reflexiones (muy parecidas) bajo la etiqueta #twitterature.
En México, Alberto Chimal se acomoda en la silla de una cafebrería en la Condesa, da un sorbo a la limonada y explica sus razones: “Twitter es otro medio para jugar, experimentar con el lenguaje. Pero no todo en él tiene que ser ‘Literatura’, al igual que en un cuaderno, también se puede escribir ahí la lista del mandado, qué se yo… Aunque tampoco le podemos negar el potencial de que entre muchas otras cosas pueda haber ahí, quizás, literatura”.
El mejor ejemplo es su propio e hiperactivo timeline, lleno de enlaces a noticias literarias, entrevistas, textos, descargas de libros electrónicos, audios, videos, referencias todas a lo que entonces ve, lee, oye, dice: la transparencia de su diálogo interno enfocado meramente al oficio.
Y en medio de todo, algunas minificciones, reunidas recientemente en un volumen: 83 novelas, que se puede descargar gratuitamente en formato PDF, ePub o Mobi en su blog www.lashistorias.com.mx, como ya han hecho otras ocho mil personas, superando por mucho los alcances físicos de la edición artesanal de 150 ejemplares que ha regalado a su vez.
La experiencia, está consciente, es distinta para el que las leyó en su efímero momento de existencia en la red y para el que –quizás el mismo– las lee en forma de libro. Incluso sin papel, el trabajo de edición (acomodo, estructura, idea) dota a los textos no sólo de un sentido superior a la unidad individual al agruparlos en series y discriminar a los malogrados, sino que los ubica en la soledad indispensable de la lectura que permite el entendimiento más amplio y profundo de estos mundos narrados, que como él mismo explica en la nota inicial, “son pequeñísimos en la página pero se amplifican en la imaginación”.
“Por eso la participación activa del lector –siempre necesaria– es crucial para la minificción, porque apenas se puede decir nada, todo es alusión, sobreentendido, sugerencia de que hay mucho más de lo que se enuncia”, puntualiza, sobre un inusual fondo de cello y violín en vivo.
No se trata, pues de “Cuentos de alguien sin tiempo para escribir para personas sin tiempo para leer”, como efectivamente anuncia una cuenta en Twitter.
En otro café y en otra ocasión, otro minificcionista, José Luis Zárate (@joseluiszarate), dijo al respecto que “Desgraciadamente el democrático libre acceso a Twitter también produce muchos charlatanes, por los que pagamos todos, que les dan motivos a los escritores del mainstream para quejarse de falta de seriedad y talento”.
Quizás sean un esfuerzo inconsciente de autorregulación, los persistentes concursos que han continuado la larga labor de Edmundo Valadés en la revista El Cuento, como el que convoca el propio Alberto Chimal cada mes en su blog con una fotografía como detonante y que ya va en la edición número 67, o como el “virtuality” literario Caza de Letras que organizan la editorial Alfaguara y la UNAM, o el de haikú que orquestó hace dos años Guillermo Sheridan en su blog “El minotauro” de la revista Letras Libres… y varios etcéteras a los que se puede tener acceso fácilmente siguiendo el hilo de Ariadna, nada más.

5 minificcionistas para seguir

@Adrian_Zsabo
“Se miró al espejo, mientras la besaban todas aquellas bocas sedientas de piel. Y sonrió. Las perdonaba. De nuevo la amaban sin querer.”

@tweetcuento
“Tras mucho sufrir decidió ignorar la realidad y rechazó a quien trató de ayudarle. Cuando logró vivir en su mundo descubrió que estaba solo.”

@nohubounavez
“La muerte de la mariposa fue tan súbita que su sombra aún voló un rato más por sobre los campos de flores.”

@latadelombrices
“Mientras el cuerpo del barco hundido hospeda a fantasmas turistas, el alma de la nave recorre océanos reclutando futuros huéspedes.”

@microficciones
“Llueve. El conserje suspira y atraviesa el vestíbulo con una escoba en la mano. En el suelo del ascensor, hecho añicos, otro silencio.”

Artículo anteriorCecilia Bastida
Artículo siguienteYo tengo papiloma