Las encuestas: ¿información o propaganda?

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En los últimos 15 años, el uso de las encuestas se ha convertido en una de las prácticas más comunes en los procesos electorales de nuestro país, no sólo en el ámbito nacional, sino también en la esfera estatal y municipal, así como al interior de los partidos políticos. Este instrumento de medición es de hecho una de las principales fuentes de información en las campañas, para la toma de decisiones, la generación de tendencias e incluso la manipulación de los escenarios.
Su relevancia se debe, entre otras cuestiones, a la apertura del sistema político, que a partir de 1990 permitió la competencia electoral y la alternancia en los espacios de representación. El hecho de no depender únicamente de la decisión en las cúpulas de los partidos, sino de la competencia y, mal que bien, de la decisión de los ciudadanos, obligó a los diferentes actores a profesionalizar sus campañas y la promoción de su imagen.
Entonces las encuestas se integran a los insumos de la clase política para conocer el escenario, las tendencias y las preferencias electorales. Como tales, las encuestas son una herramienta importante para la medición y conocimiento de la realidad (más allá de los debates y controversias al interior de las ciencias sociales), siempre que tengan un diseño metodológico adecuado, lo que implica el correcto uso de las no sencillas fórmulas y reglas de la estadística.
Como instrumento inofensivo e imparcial para la profesionalización de las campañas (mejor imagen, contenidos, estrategias), que contribuye para una competencia de mayor nivel, son una incorporación positiva e importante, que ayudan a los candidatos, pero también a los electores. Porque además de tendencias y preferencias electorales, pueden servir para conocer los problemas que más preocupan a los ciudadanos, sus intereses, expectativas y fobias, lo que ayuda a replantear o reforzar estrategias.
No hay lectura inocente. Sabemos a estas alturas que las encuestas son utilizadas también como un instrumento para la manipulación y la generación de tendencias para favorecer a determinados actores o partidos. Además que, con el auge y la importancia de estos instrumentos, se han creado empresas que ofrecen la realización de encuestas, pero que trabajan a “modo” del cliente. Por esa razón, se vuelve relevante la trayectoria de las empresas y el rigor metodológico con que aplican y procesan sus instrumentos, en que el tamaño de la muestra, los criterios de aplicación, el tipo de reactivos y sus cruces, adquieren un papel central.
Como señaló Carlos Monsiváis, las encuestas se han convertido en las nuevas profecías de la política nacional, en las pitonisas de la competencia electoral y la democracia, al grado de que se sobredimensiona su importancia. Somos bombardeados y se presentan guerras de encuestas para tratar de convencer a los electores, por lo que la discusión y los argumentos se centran en quién va arriba en las encuestas, dejando a un lado los proyectos, la razón de ser de las elecciones.
De esta manera, las encuestas se han mitificado y han pasado de ser instrumentos de información para el conocimiento de la realidad (de un rostro y de un momento de la realidad), a un arma que bien puede servir para levantar egos o matar ilusiones, incluso para inclinar la balanza dentro y fuera de los partidos, en un escenario de competencia electoral en el que seguimos esperando campañas más sofisticadas, creativas, profesionales y sustanciosas.

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