Especial Gaceta

Las reliquias del Obispo

En esta serie especial sobre la vida, muerte y legado de Fray Antonio Alcalde presentamos una perspectiva más detallada de los vestigios religioso que dan muestra del amor, fé y convicción que deja  este personaje. 

Texto: Adrián Montiel
Fotos: Gustavo Alfonzo

Entre los pequeños relicarios de latón con forma de custodia rematados con cruces, palomas y corderos, el padre Tomás de Híjar extrae con mano firme, de una vitrina con marcos de madera, una pluma y dos pedazos de lienzo. Coloca las piezas sobre un escritorio, se desmonta las gafas y lee un papel con letra de otros tiempos.

«La pluma que usó Pío IX durante 12 años; una parte de la capa del reverendo Padre Fray Antonio Margil de Jesús, y otra de la camisa interior del ilustrísimo señor Alcalde».

Se trata de un documento oficial de finales del siglo XVIII que consigna la “Reliquia del Ilustrísimo señor Alcalde”, firmado por el notario Nuñez.

El fragmento de la camisa suma 231 años de antigüedad, una pista de la presencia del obispo resguardada en la parroquia de Santa Teresa.

El padre Tomás afirma que en ese templo también estuvo la lengua del obispo, una noticia que se torna más inusual todavía si se suman otros tres órganos del fundador de la Universidad distribuidos en templos de Guadalajara.

Los restos

Con 91 años, 4 meses y 22 días, el obispo Fray Antonio Alcalde y Barriga murió el 7 de agosto de 1792 a las cuatro de la madrugada.

A la mañana siguiente, los tapatíos se enteraron de la muerte con el redoble de cien campanadas durante una hora en todos los templos, de acuerdo con lo publicado en la Gazeta de México.

El padre Tomás de Híjar, universitario y experto en la vida y muerte del obispo Alcalde, explica que el clérigo tuvo una muerte natural y sin sufrimiento.

«Sólo podemos atribuir la muerte a su edad tan avanzada, a los achaques acumulados. No murió ni en un accidente ni de enfermedad con nombre específico sino, como se decía, de decrepitud».

El cadáver del obispo fue dispuesto para unos velatorios de jerarca: se preparó con las técnicas de embalsamamiento de Europa del siglo XVIII, con sustancias aromáticas para extender los velatorios de tres a cuatro días.

«Ya era una práctica para quienes, después de morir, velaban dos días y les sometían al embalsamamiento con elementos más enérgicos que los nuestros», dijo.

Como ocurre hasta nuestros días, a los cadáveres les extraía la sangre y las partes blandas, principalmente los intestinos, con la diferencia de que, si lo disponía el difunto, en general un clérigo, se reservaban algunos órganos para depositarlos en templos como un recordatorio del ejemplo dejado por la persona fallecida.

Voluntad póstuma

Además de cimentar las instituciones sociales más antiguas de la ciudad, la Universidad y el Hospital Civil de Guadalajara, en vida el obispo también financió la construcción de templos y conventos sin rentas, éstos últimos para los más pobres y devotos con la causa de la caridad.

Fray Antonio Alcalde deseó, como última voluntad, donar cuatro órganos y su propio cuerpo como reliquias en templos y claustros femeninos dedicados a la oración, la contemplación, la enseñanza y práctica de la pobreza con sus hermanas de hábito.

El término reliquia proviene del latín «reliquiae», es decir, fragmento o remanente, un objeto asociado al cuerpo o cosas de un santo o de una persona considerada santa, pero no canonizada.

La ruta de las reliquias se traza en el centro de Guadalajara: en el templo de Santa Teresa dejó la lengua; en Jesús María, los ojos; los intestinos en la capilla de las Maestras de la Enseñanza y la Caridad (derribado y donde se encuentra el Palacio Federal), y el corazón lo resguardan las monjas Capuchinas en su claustro.

«Fray Antonio Alcalde fue cuidadoso y así lo dispuso en su testamento, y con eso quiso dejarnos una huella, el mapa de un tesoro, una ruta de sus afectos más entrañables», explica el padre Tomás.

La ruta de las relíquias

Santa Teresa

Caminamos al lado del padre Tomás quien nos guía por la ruta de las reliquias del obispo, una peregrinación que apunta hacia la tumba de Fray Antonio en el Santuario de Guadalupe. Avanzamos desde la parroquia del padre, Santa Teresa, ubicada en Morelos esquina con Donato Guerra, hacia el templo de Jesús María. Mientras regresa los saludos de los parroquianos, explica que la parroquia que lidera, la cual luce una combinación de estilos neoclásico y neogótico, resguardó anteriormente la lengua del obispo. "Quiso que su lengua permaneciera en el convento de Santa Teresa, que era el Monasterio de las Carmelitas Descalzas dedicado a la alabanza, a la oración contemplativa". Pero la lengua ya no se encuentra en el templo, aunque queda esa vocación a la alabanza con las misas del tenor Ernesto García Preciado acompañadas del órgano alemán Walcker.

Jesús María

Entramos por un portón lateral de Jesús María donde las religiosas se dispersan tras la oración matutina. Nos recibe sor Lupe, que abre la pequeña puerta del coro bajo, con reclinatorios oscuros que apuntan al poniente. "Estamos en el sitio exacto donde pudieron estar los ojos, en el coro bajo, que es el lugar de oración de la comunidad donde también está la bóveda sepulcral de las religiosas", resuena con un eco la voz del padre Tomás. Como en Santa Teresa, bajo el piso de losas naranja descansan cientos de religiosas que probablemente resguardaron los ojos, ahora extraviados. "Para ver a lo alto y desde la regla que él profesó haciendo suya la pobreza evangélica hasta las últimas consecuencias". Se trata de un templo en el que el obispo patrocinó la última etapa constructiva del claustro hacia finales del siglo XVIII. El templo fue tomado durante la expropiación de los bienes religiosos y recuperado por el canónico don Atenógenes Silva, que fundó el Colegio Luis Silva.

Maestras de la Caridad

"Sus entrañas las dejó en lo que más amó: la educación femenina en la capilla del Colegio de las Maestras de la Caridad y de la Enseñanza donde al día de hoy se alza el Palacio Federal, a un lado del Santuario de Guadalupe." Mientras esperamos la luz verde del semáforo en la avenida Hidalgo, rumbo al templo de las Capuchinas, el padre Tomás detalla que Fray Antonio Alcalde fundó la primera escuela integral para mujeres. "Estaba a cargo de una comunidad femenina que, sin ser religiosas ni hacer votos, llevaban una vida en común para las niñas", comenta mientras aprieta el paso. La escuela funcionó durante 80 años, hasta 1861, cuando cesó sus actividades porque el gobierno juarista lo convirtió en un cuartel y dispuso de sus rentas para gastos de guerra. Atendía a 37 internas y 300 estudiantes.

Capuchinas

Dentro de un nicho de cantera del coro bajo, se resguarda el corazón del obispo Alcalde en el convento de las religiosas clarisas Capuchinas. El nicho tiene una puerta de madera con cerradura y una inscripción antigua: “Aquí yace el corazón del ilustrísimo y reverendísimo Señor y Maestro don Fray Antonio Alcalde y Barriga de la Sagrada Orden de Predicadores, dignísimo obispo de esta ciudad de Guadalajara en donde falleció a 7 de agosto y su cadáver está sepultado en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en esta misma ciudad”. Desde 1792 permanece dentro de un vaso de cristal. "Su corazón, la parte más vital y sensible, lo encontramos en el lugar más pobre de los monasterios femeninos. Aquí ha querido que quedara su corazón y que la reliquia se conserva en el coro donde la comunidad sigue usando este espacio para el rezo del Oficio Divino".

La congruencia

La historiadora María del Carmen Vázquez Mantecón dijo que la función de las reliquias es para la devoción, protección y bendición de los creyentes, una práctica extendida en la sociedad colonial para acercar la vida de los santos y de personas ejemplares a través de sus milagros y obras, en este caso, de Fray Antonio Alcalde.

«Durante la época colonial novohispana, la Iglesia católica promovió el culto a las reliquias de los santos —y sobre todo a los objetos que se referían a la pasión de Cristo—, convirtiéndolas en un medio de intercesión ante lo divino».

Pero el padre Tomás de Híjar, integrante del Comité de Postulación de la Causa de Canonización de Alcalde, no se queda sólo con la imagen cuasi sagrada del obispo, que tocará al Vaticano determinar, sino con la actitud ante la vida que tenía el llamado Fray de la Calavera.

El padre Tomás resalta la actitud ante la vida del obispo, como quedó registrado en correspondencia localizada en Cigales, España, por el investigador José López Yepez: “Sobrevivía a duras penas cargado de achaques y de quebrantos con un estilo de vida de una simplicidad absoluta”.

«Creo que llevó una vida de congruencia absoluta con los principios que asumió y que defendió por encima de todo. Yo tengo para mí que Fray Antonio Alcalde fue una persona con un sentido de la realidad tan grande que nunca le faltó ocasión para reírse de sí mismo, de sorna o de hilaridad,  lo que le evitó la depresión y la frustración al final de su vida».

Fray Antonio Alcalde donó un pedazo de sí mismo a cada templo por el significado y función de sus órganos: seguir en la oración; ver la divinidad; amar la pobreza y mantener la pasión en el servicio.

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