¿Cómo encontrar los restos de cualquier persona a más de dos siglos de su entierro? La búsqueda del padre Gutiérrez Alvizo partió de la fuente más confiable y conocida sobre los funerales del obispo: la Gazeta de México, del 21 de agosto de 1792.
En ese documento se confirmó que el cuerpo embalsamado del obispo, con las vestiduras pontificales, pertrechado de rezos y cumplidas las misas, fue trasladado en procesión al Santuario de Guadalupe que él mismo dispuso como última morada, contrariando la tradición de sepultarlo en la Catedral.
—La Gazeta nos revelaba que en este lugar fue sepultado, entre el altar y el muro del lado del evangelio, es decir, del muro del lado poniente, bajo una estatua bien trabajada de Su Ilustrísima, que lo representa arrodillado venerando a la Santísima Virgen. Gracias a eso tenemos una primera impresión de donde estaban sus restos— acota.
La descripción supuso que el féretro fue empotrado en el muro del recinto, donde hoy se encuentra la lápida de mármol con incisas con letras doradas. Pero la afirmación «bajo una estatua bien labrada» no tenía sentido para el investigador del siglo XXI pues no hay escultura, y si alguna vez estuvo en el Santuario, hoy se encuentra en un museo a 900 metros de distancia.
La lápida de mármol era la única evidencia que reforzaba un constante e ilógico detalle: detrás del muro estructural, contra toda ley física y arquitectónica, se encontraban los restos.
El templo que conoció fray Antonio Alcalde tenía un acceso principal y dos laterales, uno de los cuales se convirtió en la capilla del Sagrado Corazón y el otro, que daba al cementerio, aloja el altar dedicado a la Purísima Concepción.
En la documentación revisada por el presbítero José Manuel en el archivo del Santuario, un legajo en particular sobresalió entre las cartas, registros de bautizos, administrativos, entre otros. Se trata de una licencia concedida al párroco del Santuario, Miguel Medina Gómez, quien en 1897 propuso cambios en el Santuario para la construcción de la cúpula y la remodelación del altar mayor.
La fortuna le entregó el acta de exhumación del obispo (publicada en un opúsculo titulado Muerte y memoria del Siervo de Dios Fray Antonio Alcalde) con la cual el investigador eclesiástico entendió que el altar y el sepulcro se encontraban a nivel del suelo, al mismo nivel que tienen las bancas en la actualidad.
—Por lo que sabemos—, explica mientras dibuja en el aire la antigua configuración, —el presbiterio, donde se celebra la misa, estaba sobre una plataforma a ras del suelo: el párroco nos menciona que el sepulcro de Fray Antonio Alcalde tenía un zócalo y una placa encima de él, a unos centímetros del suelo, es decir, marcaban una elevación donde estaba la placa sepulcral de mármol que hoy podemos ver empotrada en el muro del lado poniente.