Las ventanas de la urbe

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Visibles o invisibles, las ciudades necesitan de alguien que las cuente, de alguien que las configure plenamente ante los ojos de propios y extraños, alguien que sepa observar y describir la ebullición de sus habitantes, el crochet de estambres anónimos que chocan entre sí en el marco de edificios y calles, callejones, plazas, parques y camiones, hilillos que se anudan con gracia y se revuelcan gozosos o miserables sobre la tinta de quien las cuenta.
Este oficio es intermitente y pasa de un momento a otro, de una persona a otra, de un blog a un periódico, de un libro a una canción, a una plática con el vecino. Pero también hay personas dedicadas a oír el pulso de la ciudad, sus mil distintas miserias y otras tantas linduras. En Guadalajara, uno de ellos es Marco Aurelio Larios.
Nuestro personaje en cuestión, diría Vargas Llosa, está llegando a “la flor de la edad”. Y quizá no yerre tanto la expresión, pues en los últimos años, Larios ha acumulado significativos galardones literarios, reimpresiones y nuevas publicaciones en distintos sellos editoriales. Ahora mismo, por ejemplo, prepara la salida de un nuevo título, La oportunidad y otros relatos, para La Zonámbula editores; además de que escribe, una o dos horas diarias, de lunes a viernes y con dos tequilas de por medio, una novela basada en el historiador mexicano del siglo XIX, Joaquín García Izcabalceta.
A la fecha, tenemos acceso en librerías y bibliotecas a otros tres títulos suyos: una novela, una compilación de cuentos y un delicioso discurso retórico.
El cangrejo de Beethoven es la novela publicada por Fondo de Cultura Económica y ganadora del premio Juan Rulfo al que convoca el INBA. Son 173 páginas hirsutas, sobre una chica que alucina con sinfonías, en el trayecto del camión de su casa en Santa Tere a la Prepa 1 y viceversa, acompañada de un iluso y terco enamorado. El escenario y el modus vivendi de estos personajes está lleno de referencias conocidas: el teatro Degollado, el Cabañas, la plaza Tapatía… lo que nos deja la clara impresión de que nuestras propias historias podrían ser esas mismas o sus muchas variantes.
La compilación de cuentos es una edición de la Universidad de Guadalajara, titulada La música y otras razones para contar. Historias breves basadas en personajes apasionados que giran, lo mismo que en El cangrejo, sobre el eje del erotismo, el sonido y el silencio.
Pero es Erato, ars amatoria en Guadalajara, el título que más bellezas me ha develado y el de estructura más singular. De inspiración griega, Erato es un personaje-narrador que en una mesa de La Mutualista deja caer las monedas en la sinfonola para hacer fondo a su cátedra de técnicas, teoría y prácticas eróticas, especialidad a la que debe su nombre. Es un libro pequeñito editado por Arlequín, que muchas veces pasa desapercibido en los estantes frente a otras portadas más vistosas. Erato es un diálogo en el que nunca habla el aprendiz, es el soliloquio de una mujer bien fraguada en las sábanas de la vida y los sitios públicos de Guadalajara, una guía práctica-poética para conseguir cariños y favores en la urbe y, además, un retrato de las posturas, prejuicios y actitudes de esta sociedad frente al arte amatorio.
Los relatos de Marco Aurelio Larios, en fin, demuestran que el primor de los paisajes se determina por el ingenio de quien los narra y que las vidas cotidianas son tan estéticas como las de cualquier ciudadano cliché, dígase neoyorquino, parisino o londinense. Recomendable, por lo tanto, para dar a leer a toda la gente, para ver con nuevos ojos los parajes que nos rodean.

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