Las vidas de Guillaume Apollinaire

El poeta tuvo en un corto plazo muchas existencias y una sola muerte. Vivió un tiempo terrible como el nuestro. Es contemporáneo de nosotros, cercano a nuestra realidad y nuestra existencia: es muy de nuestro siglo

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Retrato de Apollinaire hecho por Jean Cocteau, retomado de la edición de "Poésie critique" de Gallimard, 1959.

Más de una cosa pone en actualidad al poeta Guillaume Apollinaire. No su número de lectores, ya que no se les encuentra tan fácilmente hoy, cuando en otros tiempos fue un referente para algunas generaciones de rapsodas.

Autor de obras fundamentales, logró ser parte de las vanguardias literarias durante el siglo XX. Fue parte esencial, entre otros movimientos artísticos del siglo pasado, del Surrealismo (él como crítico fue quien lo nombró en un ensayo), que caló con fuerza en poetas como Octavio Paz, que lo tradujo de manera importante, al igual que Agustí Bartra, quien publicó su obra poética completa en la ya extinta editorial Joaquín Mortiz en 1967.

No solamente eso une a Apollinaire con la actualidad y con México: sus Caligramas (obra que anticipó la escritura automática surrealista) influyeron mucho en la poesía de José Juan Tablada; a razón de que su hermano (Esteban) vino a nuestro país, entre sus obras poético-visuales incluyó “Carta océano”, con total referencia a estas tierras con puntos geográficos y a la cultura Maya.

Es en apariencia breve su obra lírica, como lo fue su propia vida. Esencialmente son estos sus trabajos: El bestiario o el cortejo de Orfeo (1911), Alcoholes (1913), Caligramas (1918), y luego se agregaría una serie de poemas sueltos y diversos, que en la edición de pasta dura de Mortiz suman un poco más de cuatrocientas páginas.

Sin contar sus textos ensayísticos (escribió en revistas sobre las tendencias artísticas de su tiempo), dramáticos (Las tetas de Tiresias) y novelísticos (Las once mil vergas), su poesía basta para colocarlo entre los escritores fundamentales de la literatura universal.

Viajero incansable, su vida fue un viaje interminable que no acaba aún. Nació en Roma bajo el inicial nombre de Wilhelm Apollinaris de Kostrowitzky, en 1880, de madre aristocrática polaca y de padre desconocido (algunos biógrafos —uno es Marcel Adéma— dicen que tal vez del “oficial italiano Francesco d’Aspermont o un príncipe de la Iglesia”), pero en todo caso fue allí el comienzo de ese magistral viaje que duró un tiempo intenso de treinta y ocho años. Todo de alguna manera contenido en El bestiario o el cortejo de Orfeo, Alcoholes y Caligramas.

Pese a su prematura muerte, por contagio de la primera pandemia del siglo XX, la de la Influenza Española, que mató a millones de personas en el mundo, el poeta nos dejó uno de los más grandes libros de poesía.

Alcoholes es sin duda su obra maestra, y Agustí Bartra, en el prólogo de su Poesía de Apollinaire, declara que el poema “La canción del mal amado”, es indiscutiblemente la mejor pieza de Alcoholes, «donde la imaginación, el amor y la inspiración se entrelazan maravillosamente”.

Para mí todo su libro es centro de su obra y persona. En tal vez todos los textos de Alcoholes hay lo que antiguamente se pedía de la propia poesía, del poema: que narrara y cantara; que diera razón de su tiempo histórico; que fuera una apuesta no solamente de la inteligencia, sino de algo más grande: de la imaginación.

Con frecuencia olvidamos que la poesía también es imaginación y a su vez testimonio de una realidad-real. Homero y su obra es el ejemplo más claro de que un poema que narra y canta y, también, es un referente de la historia. La Ilíada y la Odisea son el principio del destino de la poesía y la literatura del futuro: es decir, la que vino y se realiza en este instante.

Cuando he vuelto a leer “Zona”, primer poema de Alcoholes, Apollinaire me hizo sentir, pensar y me coloca en un tiempo y espacio específicos. Y más: descubrimos el nivel crítico-social del poeta con su realidad; camino en todo caso por ese París que miró el bardo y me parece estar allí, como si el poema fuera no solamente eso, un poema, sino una crónica de la época. O un documento de la historia.

Uno logra mirar el paisaje citadino, sentir a la gente que allí deambula, y va de aquí hacia allá. De algún modo tengo la impresión de que en este texto basó T. S. Eliot su inicial propuesta para construir La tierra baldía (1922).

La obra de Apollinaire influyó en su tiempo y ha logrado permanecer en esta actualidad de nuestro siglo. Su vida fue un viaje que tocó una diversidad enorme de asuntos y ciudades. Fue soldado y poeta y un autor de poemas grandiosos y narraciones eróticas muy intensas. Fue, también, un erotómano: al comienzo del siglo pasado editó una colección de clásicos eróticos: «Los maestros del amor».

Guillaume Apollinaire tuvo en un corto plazo muchas vidas y una sola muerte. Y vivió un tiempo terrible como el nuestro. Es contemporáneo de nosotros, cercano a nuestra realidad y nuestra existencia: es muy de nuestro siglo.

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