En 1554 se publicó en tres lugares y con autoría anónima, La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades. Estas ediciones ahora conocidas por el sitio de su publicación, Alcalá, Amberes y Burgos, provienen de otra no localizada aún. Los eruditos trabajan para encontrar esa tal vez prínceps y a ese autor anónimo que se atrevió a criticar el sistema social español y a la Iglesia en la época de la Inquisición. En el año de 1992 se descubrió en Barcarrota un ejemplar de Lazarillo…, emparedado, junto a otros títulos prohibidos. Este ocultamiento ha provocado múltiples interpretaciones. Una de ellas, el darles protección a esos libros.
Lazarillo de Tormes inaugura la picaresca, un género de la literatura que se desarrolló en el Siglo de Oro español, cuya característica es un pícaro como personaje principal, escrita con un lenguaje sencillo donde describe una sociedad enemiga para el desarrollo personal; es, en consecuencia, una crítica a la realidad.
El origen de Lazarillo de Tormes es incierto. Unos críticos sostienen que es una obra de imaginación y otros, como Alfonso Reyes, sugieren que es de origen popular y lo ejemplifica junto a Peribáñez de Lope de Vega. Muchos estudios señalan, entre ellos el de Francisco Rico, que Lazarillo… proviene de la tradición literaria española más el aspecto social de la época. Otras novelas de citar en este género son Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán y La vida del buscón de Quevedo.
Esta novela, escrita de forma epistolar (heredera del ars dictaminum, habilidad para escribir cartas), inicia con un prólogo donde el autor invita a su lectura. Cita a Plinio el Joven en su apoyo: “…no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena”. Ahí comenta que lo escrito “no se hace sin trabajo” y se espera la recompensa “no con dineros” sino con la lectura. Le siguen siete Capítulos o “Tractados” en donde Lazarillo trabaja con diferentes amos: un ciego, un clérigo, un hidalgo, un fraile, un buldero, un capellán y un alguacil. En todo ese trayecto de vida, la novela nos presenta la otra cara de la España Imperial: la miseria, la hipocresía, las supersticiones. Un pueblo que sobrevive.
Lázaro es huérfano de padre y su madre, compañera de Zaide “un hombre moreno”, procrea con él un hijo. Desde ahí aflora ese humor que acompaña, en partes, a la obra y que fue sin duda leída por Lope de Vega y otros más. Se lee el siguiente “chascarrillo” en Lazarillo de Tormes: “Y acuerdóme que estando el negro de mi padrastro trabajando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre a mí blancos y a él no, huía dél, con miedo, para mi madre, y, señalando con el dedo, decía:/ —¡Madre, coco!”. Años después, Lope de Vega escribió en (1632) La Dorotea: “TEODORA. (…) Ay Gerarda, Gerarda!, parecés al negrillo de Lazarillo de Tormes, que cuando entraba su padre, decía muy asustado: “¡Madre, coco!”. Acá en América, Sor Juana (1648-1695), la monja jerónima, escribió en su conocido poema “Hombres necios que acusáis”: “Parecer quiere el denuedo/ de vuestro parecer loco/ al niño que pone al coco/ y luego le pone miedo”.
(Valga el comentario. En aquellos tiempos lejos se estaba el de utilizar el lenguaje políticamente correcto de ahora o mejor conocido, en lo general, como inclusivo y no sexista.)
En la obra se presentan seis de sus “amos”: el ciego, un clérigo, un hidalgo, un fraile, un capellán y un aguacil. En el primer capítulo, la persona con discapacidad visual es quien adopta a Lazarillo, “…y que me recibía no por mozo, sino por hijo”. Falso: desde ese momento fue aprendiz de las más variadas peripecias para sobrellevar principalmente el hambre. Saliendo ambos de Salamanca y cruzando el puente ahora llamado Romano con la escultura de un cuasi toro “verraco” (escultura de finales de la Edad de Bronce), su amo le ordenó: “—Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro dél”./ Yo, simplemente, llegué creyendo ser ansí. Y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome: /—Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo”.
La escuela de la vida le enseñó a Lázaro a sobrevivir. La marginación social hizo al pícaro. Todos los que fueron sus amos representan un segmento de la sociedad. Él no se da por vencido, prosigue en la vida.
El capítulo cuatro, el más breve, se refiere a sus andanzas con un fraile que “…rompía él más zapatos que todo el convento”. Romper zapatos equivale al ahora ser “de suelas ligeras”, por eso las mujeres le llamaban “pariente”, un mote dado en aquella época a las “malas compañías”. Este brevísimo tratado era una sólida evidencia para que el autor anónimo fuera llamado a comparecer ante la Santa Inquisición.
Para concluir. Mario Vargas Llosa, en Mi novela favorita, sostiene: “No importa quién fuere su autor. Lo que importa es la fuerza con que está escrita, la riqueza anecdótica. El vigor de sus personajes que nos seducen…”.