Para los amantes de la lectura es un cliché la idea borgiana del paraíso como una gran biblioteca, sin que por ello deje de ser tentador ese anhelo sobrenatural. No dejan de fascinar tampoco cuestiones más terrenales: la emoción de formar una biblioteca personal, o de recordar los primeros libros que la compusieron. También otro tipo de proyectos: por ejemplo, los realizados en países como Colombia o Kenia con su creación de bibliotecas móviles, ayudándose de burros o camellos para llegar a zonas rurales en donde de otro modo los libros serían inasequibles.
En este marco de posibilitar el acceso a los libros se inscribe también el proyecto «Leer para la Libertad», cuya esencia es la donación de obras con el fin de crear una Red de Bibliotecas Penitenciarias para los centros de reinserción en Jalisco. La iniciativa arrancó en el mes de marzo con una lectura de poesía con motivo del Día de la mujer, organizada por la escritora Patricia Velasco, actividad en la que los asistentes donaron obras para el Centro de Reinserción Femenil de Puente Grande.
Posteriormente, a tal iniciativa se sumaron de manera generosa diversas instituciones, editoriales independientes y particulares (a las que por cuestiones de espacio no es posible citar aquí). Así, en septiembre, con dicho programa se habían reunido y entregado cerca de cuatro mil trescientos títulos, de las más diversas materias, en los centros de reinserción de nuestro estado y en la Comisaría de Liberados y Preliberados.
Para quienes amamos la lectura es de aplaudir este proyecto, tanto como la generosidad y esfuerzo emprendidos por quienes lo apoyaron, que sorteando la dificultad de la pandemia, consiguieron que las personas privadas de libertad tuvieran acceso a bibliotecas con un acervo de calidad, complementando así su formación educativa, que va desde estudios escolares (de primaria a licenciatura), hasta talleres de escritura creativa, como los realizados por la Rueda cartonera y la Secretaría de Cultura. Además, por supuesto, generando la posibilidad de que estas personas accedan a ese placer que es la lectura, a pesar de sus condiciones de internamiento.
Reflexionando sobre el tema, es frecuente encontrar ciertos discursos que enaltecen la lectura como única vía de conocimiento y sabiduría; discursos dogmáticos que terminan por escindir y clasificar a las personas en dos tipos: aquellos casi iluminados por las letras y quienes andan a tientas, ciegamente, por el mundo. Desde esa perspectiva es inevitable el estigma sobre estos últimos. Sabemos que no suelen marchar muy bien las cosas cuando se defiende o impone una idea o una creencia como verdad universal, sea cual sea su contenido…
Evitando esa polarización, Juan Domingo Argüelles sostiene que leer es un camino: no el único, universal. Sin embargo, si atendemos a la realidad de países como México, quienes tenemos acceso a ese universo y amamos los libros, somos un pequeño grupo de privilegiados; privilegiados no por ser poseedores de la verdad absoluta, sino porque tenemos la posibilidad de tomar esa ruta, de elegirla. De cierto, resulta muy azarosa la forma en que uno puede convertirse en lector y más en países como el nuestro, en que la cuestión de la lectura tiene relación con una problemática social.
Leer para la Libertad pretende abrir esa vía, posibilitar ese camino. Se inscribe en el programa Segunda oportunidad, que considera otros ejes además de la educación: el deporte, la capacitación, la salud y el trabajo, mismos que dotan de sentido y contenido a los derechos humanos, y abren un abanico de posibilidades para que las personas privadas de libertad encuentren perspectivas para su reinserción, despojándose de las etiquetas peyorativas que pesan sobre ellas.
Conviene recordar las sabias palabras de Don Quijote: “A los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que encuentran por los caminos van de aquella manera o están en aquella angustia por sus culpas o por sus gracias, sólo les toca ayudarles”.
Así, corresponde también a la sociedad desprendernos de los prejuicios, quitar los estigmas y apoyar —como hicieron muchos— programas de este tipo que sean tierra fértil para una mejor libertad y, en definitiva, para generar comunidad, comprendiendo lo poco que benefician los métodos punitivos, en contraste con este tipo de iniciativas.