Hablar lenguas indígenas es un acto de resistencia frente a la invisibilidad y el olvido de una ciudad como Guadalajara, según la jefa del Departamento de Estudios Mesoamericanos y Mexicanos, del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), Rosa Herminia Yáñez Rosales, especialista en la lengua náhuatl del Sur de Jalisco.
“Los hablantes tienen una historia de violencia desde la conquista que terminó por despojarlos de sus vidas, territorio, lengua y cultura: hablar una lengua indígena es un acto de resistencia, es un acto contra el olvido, la invisibilización y la castellanización en Guadalajara que se considera tan criolla”, explicó la también profesora de náhuatl en el Departamento de Historia del CUCSH.
Durante el avance militar, la población indígena quedó reducida de 25 a dos millones de personas en el periodo de 1519 a 1521 después de la ocupación europea, debido a homicidios, enfermedades, suicidios y la depresión de la población originaria.
En Jalisco desaparecieron lenguas como el tehuano, el coca o el tecosquín, y sobreviven el wixárika y el náhuatl como lenguas originarias.
Desde la década de los años 80, Rosa Yáñez Rosales investiga la lengua náhuatl del sur de la costa jalisciense que se creía ajena a la región Sur del Estado y demostró, contra la opinión de que esa lengua fue traída por los conquistadores, que sí se hablaba y se sigue hablando tanto antes como después de la expansión española y hasta nuestros días.
En el último siglo llegó un puñado de lenguas con la diáspora de los pueblos que salen por la pobreza y la violencia en sus comunidades.
La preservación de las lenguas maternas
Para la lingüista, se debe implementar un programa integral para el rescate y preservación de las lenguas que debe abarcar varios frentes, desde las autoridades como la Secretaría de Educación Pública, el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, la Secretaría de Cultura, gobiernos, universidades y los hablantes que resisten.
Entre éstos, los jóvenes son los principales agentes de impulso a sus lenguas y culturas en forma de literatura y reflejadas en las redes sociales, donde salvan distancias pese a la variación lingüística y sin la estandarización ortográfica de las lenguas.
“Los jóvenes, en su afán por recuperar lo que el Estado les despojó, lo que de forma simbólica e intangible les daba sentido y pertenencia a un pueblo, ellos dicen ‘nos vamos a encargar de recuperarla’. A los lingüistas nos toca acompañar, en la medida que podamos, a aquellos que nos lo soliciten”.
Yáñez Rosales tiene claro que las lenguas indígenas se preservarán desde los hablantes, en especial con los niños, “que lo usan en la vida diaria, que usan la lengua para jugar”.
Si ellos no la hablan, se encienden los focos rojos. A menor edad de los hablantes, hay más probabilidades de que la lengua siga viva. Si una generación mayor de 20 años no creció con esa lengua, esa lengua no se heredará y queda la opción de la documentación para recuperarla en el futuro.
“Yo soy optimista, aunque no sé si de manera ingenua, pues con las clases de náhuatl que imparto en el Departamento de Historia se siembra una semilla de cambio y también debe implementarse un programa integral, como lo que hacen en las comunidades, con el deseo de recuperar lo que se perdió, lo que les despojaron”.