En su libro Literatura infantil dice Alejandro Zambra que dice Baudelaire (y ambas son verdades a medias): la literatura es “como una recuperación voluntaria de la infancia”. Como curarse, como resucitar, como algo nuevo.
Descubrir y asombrarse: escribir las peripecias que tu hijo ensaya en el jardín, como dicen que Emilio Salgari hacía en el valle de San Martín. Que tu hijo sea un pirata de la Malasia, o un náufrago de Liguria, o un León de Damasco. Pero siempre pende sobre nosotros la espada de Damocles, la muerte acecha… por eso la escritura, la memoria, el anhelo de permanencia.
La permanencia, es decir, la continuidad de las historias. Da igual que se trate de libros que no terminan en la última página, o de la historia de un niño-hombre que escribe para otros niños literatura infantil.
Se trata, no podría ser de otro modo, de una literatura colectiva. No la lectura egoísta y en silencio, sino de las palabras en voz alta que son comunión y extrañeza; los cuentos leídos antes de dormir. Lo que se escucha no es la voz de quien lee (o de quien escribe), sino una otra voz distinta que es ficción y casi realidad. Ceremonia renovada.
Pero toda ceremonia, todo rito maquilla la realidad. Cuando releo lo que he escrito hasta ahora en este comentario me parece que sólo he tratado de postergar una verdad: que yo también crecí sabiendo que Mafalda no es argentina, como dice el hijo del protagonista, y que alguien se atreva a rebatírmelo.
Sigo leyendo esta Literatura infantil y lo que propone. Me sorprende una certeza: todos los libros infantiles (hablo de los míos, que también dejé atrás hace años) los leí muchas veces. No quedó uno intacto. Y coincido con la voz narrativa. Esos libros no me “prepararon” para la literatura adulta, sino que me condenaron: ahora no dejo de buscar su maravilla en la “literatura verdadera”, y sólo en raras ocasiones la encuentro.
Creo que una de las líneas conductoras de este libro infantil, este libro chilpayate, se concentra en esta frase: “además de pensar en mi padre pensaba en mi hijo, o sentía que yo era mi padre”. Porque el nacimiento del hijo protagonista es la aceptación de su padre, dos lados de una misma página escrita.
Disfruto las anécdotas, me da igual lo que tengan de realidad o de autoficción. Son relatos sobre un mundo que tiene sentido para mí.
Además, me gusta la imagen de que los padres vivan tres horas en el futuro (y lo de irle a los Pumas, aunque el futbol en realidad no me interese).
He disfrutado la lectura de este libro, Literatura infantil, de Alejandro Zambra, como lector, como padre (tardío también, en los 40), y como hijo. Y pienso que probablemente, parafraseando una idea del libro, yo he escrito esta crítica no para el escritor o los lectores, sino para la mamá del escritor, como el narrador de este volumen no escribió el libro para su hijo Silvestre, sino para mí.
Literatura infantil de Alejandro Zambra fue presentada el pasado 23 de agosto, por Rodrigo Pardo, Ángel Hurtado y el autor de la publicación, en la ciudad de Morelia, Michoacán.