Mayra Moreno Barajas*
El arte tapatío, a pesar de ser diverso y bastante activo, se caracteriza por no ser documentado y, si no se está en las grandes ligas del mundo del arte, además suele ser no remunerado. En este sentido, la pandemia producida por el coronavirus Covid-19 viene a agudizar la precariedad e incertidumbre laboral, además de la poca documentación que se hace de los artistas tapatíos. Peor aún si hablamos de los que se desenvuelven en la independencia.
Este es al caso particular de Nayeli Santos, egresada de Artes Escénica en la Universidad de Guadalajara, de cuya trayectoria se iba a inaugurar una muestra retrospectiva, el pasado 3 de abril, y que fue suspendida por las medidas ante la contingencia del Covid-19.
Esta muestra pausada ilustra azarosamente el sentir del movimiento feminista actual, es decir, llegamos a un punto en el que el feminismo por fin se encuentra en la discusión pública, para muestra las marchas feministas del pasado 8 de marzo, y días después un virus nos manda a encerrarnos con los violentadores —sí, esos que están en casa y no son la amenaza diaria de la calle— y la violencia doméstica y de género repunta.
Sin embargo, para la generación de Santos, más que un feminismo académico o su contraparte masiva, el feminismo pop, hay una combinación de la actitud riot grrrl heredada de la época y música alternativa gringa de los años noventas del siglo pasado, con la urgencia de defensa, resistencia, de forjar comunidad y llevar a cabo proyectos desde la precariedad que implica la independencia y los obstáculos del mundo del arte patriarcal tapatío, en el que predomina la masculinidad y los roles sexistas que constantemente desafía Nayeli en sus obras.
Pero, al igual que el feminismo, la muestra no se cancela, y se espera llevarla a cabo en julio en un centro cultural de Tlaquepaque. En esta exposición, además del trabajo de Santos, se presentarán una serie de colaboraciones con otros artistas. Éstas son importantes porque dan cuenta de la forma de realización que ha caracterizado últimamente el trabajo de la artista. La colaboración le permite a Santos trascender un discurso individual y disciplinario para desbordar las prácticas estéticas y lo que se espera de éstas.
Santos describe su obra como interdisciplinaria pues surge de la combinación de la danza experimental, el performance, la experimentación sonora, la instalación y la poesía, principalmente, entre otras prácticas. Pero, yo señalaría su trabajo como transdisciplinario, debido a las yuxtaposiciones que hace entre cuestionamientos-resistencias y diálogos de las propias formas de hacer arte, en este sentido, expande el arte al potencializar otras significaciones y experiencias de lo que implica la danza, el performance, el sonido o la poesía en la estética que desea generar y experimentamos los espectadores.
Un ejemplo de lo anterior es una de sus últimas obras, El fin de la nostalgia (2018), una pieza sonora surgida de la experimentación corporal con materiales que parecieran haber salido de los deshechos o destrucción de un edificio. Sin embargo, en el montaje, lo que los espectadores observamos es la materialización de los procesos sonoros y de la creación visual-escultórica.
De esta forma, el arte que hace Nayeli Santos es el que hace una parte de los artistas tapatíos que trabajan desde la independencia: un arte que se desmarca de las exigencias del mercado y por tanto genera el pulso de la contemporaneidad.
Y ese arte es el que puede que tenga esperanza de sobrevivir a la pandemia del coronavirus, pues es un arte en riesgo constante, por lo que resiste y se adapta, además de aportar desde la sensibilidad mecanismos o estrategias indispensables para afrontar el autoencierro (en estos momentos) y el escenario distópico que probablemente deje la pandemia para los sectores más vulnerables de la sociedad, incluido el sector artístico.
*Doctora en Estudios Culturales e investigadora de la UdeG