Los jóvenes son un sector de la población de gran vulnerabilidad en el entorno violento y de crisis de salud que vive el país. Los datos de la Secretaría de Gobernación sobre personas desaparecidas y no localizadas en el periodo del 01 de enero de 2015 al 01 de agosto de 2021, muestran que de los 47 mil 483 registros, un 42% son del grupo de edad de 15-29 años (20 mil 125), de los cuales el 70% son hombres y 30% son mujeres; situación dolorosa para miles de familias.
Otro dato alarmante son los homicidios, en el año 2020 el INEGI reportó 36 mil 579 defunciones por homicidios, de los cuáles, el 36% fueron jóvenes de 15 a 29 años, cifra que ha enlutado a los hogares mexicanos.
A este panorama se suman los jóvenes que no gozan de una libertad plena, que estando en una etapa para explotar su creatividad, desafortunadamente están en una penitenciaría; al respecto, la Encuesta Nacional de Adolescentes en el Sistema de Justicia Penal (ENASJUP) 2017 reportó que un 25.5% del total de los adolescentes privados de su libertad tenía una edad entre 16 y 17 años y un 59% entre 18 y 22 años.
Entre los principales delitos por los que tuvieron una sanción, estuvieron el robo (37.8%), los homicidios (16.8%) y la violencia sexual (12.5%). Además, continúa el incremento de las adicciones en los jóvenes. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco 2016-2017 (ENCODAT), el consumo de alguna droga aumentó de 3.3% a 6.4% entre 2011 y 2016 en la población de 12 a 17 años y para el grupo de edad de 18 a 34 años, la prevalencia fue de 11.3% a 15% en el mismo periodo.
¿Cómo lidiar con éste ambiente de violencia en medio de una pandemia que vino a acrecentar las brechas de pobreza y desigualdad para los jóvenes? Una ventana de oportunidad para transitar hacia una mejor calidad de vida, es la educación. Es cierto que se requieren grandes esfuerzos para hacer realidad el acceso universal a la educación, porque aún se tiene una deuda con la atención en educación media superior y superior.
La cobertura en educación media en el país es del 84.2%, que incluye la modalidad escolarizada y no escolarizada; mientras que en educación superior es del 39.7% para ambas modalidades. Esto implica que no se tiene la estructura para atender a quienes empujan por obtener un espacio para continuar los estudios de bachillerato y/o universitarios.
Aunque la pandemia ha cambiado los métodos de aprendizaje, a casi dieciocho meses de haberse suspendido la presencia en las aulas todavía no se encuentra la fórmula que cumpla con las expectativas de aprendizaje de los estudiantes y el logro de los objetivos educacionales, y ello no se debe solamente a la carencia de equipo o conectividad de los alumnos y profesores, sino también a la falta de una disciplina en el estudio, provocada por la falta de un espacio adecuado para conectarse a las sesiones remotas y mantenerse concentrado.
Aunado a lo anterior, hay una pérdida importante de la oportunidad de socialización y convivencia con los compañeros, importante para la maduración emocional y el aprendizaje colaborativo, mediante la interacción espontánea que se genera durante las clases presenciales y que enriquece el conocimiento adquirido.
En este contexto es inconcebible que se posponga la construcción de un lugar para la educación no formal de los jóvenes que haga posible esa indispensable socialización y comunicación: el Museo de Ciencias Ambientales, mediante el cual se abrirá un espacio formativo que hoy no tiene la Zona Metropolitana de Guadalajara sobre temas en los que urge educar para garantizar el futuro del planeta.
Hoy, como nunca antes, la educación ambiental es un tema de supervivencia y nada mejor para ella que una edificación enfocada al conocimiento y el aprendizaje, el disfrute del tiempo libre, la convivencia y la investigación.
Tras el Día Mundial de la Juventud (12 de agosto), debemos reconocer que los jóvenes cuentan con el avance tecnológico, en el que están inmersos cotidianamente, para desarrollar su creatividad y adaptarse rápidamente al cambio, sin embargo, deben contar con entornos solidarios y de acompañamiento donde puedan aprender, convivir y madurar, comprometidos con su sociedad y desarrollando las competencias para resolver los múltiples problemas que aquejan al país y al mundo.