Arnulfo Eduardo Velasco
Los reyes (México, Alfaguara, 2001) fue el segundo libro que Julio Cortázar publicó (en 1949), y el primero que se imprimió con su nombre. El anterior, una colección de poemas titulada Presencia, se publicó en 1938 bajo el pseudónimo de Julio Denis. Pero ese primer libro posteriormente fue rechazado por Cortázar. En cambio, este «poema dramático» (como él mismo lo definía) sigue siendo apreciado por muchos lectores y el mismo escritor señalaba que le tenía un especial afecto.
Ciertamente su estilo es muy diferente al que encontramos en sus libros posteriores. Aquí existe un manejo más estricto de la retórica tradicional, con una escritura que intenta reproducir el formalismo de un texto antiguo, pero funciona de cualquier manera como una verdadera obra del siglo XX al plantear preocupaciones propias de la modernidad.
En ese sentido, se podría identificar una cierta influencia de Jean Cocteau en el texto. Al menos en la forma de reinterpretar y reescribir un tema de la mitología en función de una realidad distinta y contemporánea. Igualmente, el famoso cuento «La casa de Asterión» de Jorge Luis Borges puede que haya funcionado como un disparador o motivador del texto de Cortázar. El relato de Borges se publicó por primera vez en Los anales de Buenos Aires en el mes de mayo de 1947, y posteriormente se incluyó en el libro El Aleph, publicado en el mismo año que Los reyes (en 1949).
En ambos casos encontramos la misma idea: recontar el mito clásico desde otro punto de vista, dándole la voz al monstruo. Y también se resalta que la monstruosidad es una cuestión de mirada, pues el monstruo solamente existe ante la percepción del otro, no ante la propia. Es importante recordar que el término mismo está relacionado con la idea de “mostrar”, de poner en evidencia o advertir. El monstruo es algo que se ve, y sólo cuando es visto es cuando se le reconoce como monstruo. Por ello el Minotauro dice:
A solas soy un ser de armonioso trazado: si me decidiera a negarte mi muerte, libraríamos una extraña batalla, tú contra el monstruo, yo mirándote combatir con una imagen que no reconozco mía.
Y agrega que «sólo hay un medio para matar a los monstruos: aceptarlos».
Sin embargo, a Cortázar le interesa también y sobre todo hacer la crítica del antagonista del monstruo, de ese héroe en función del cual se cuentan los mitos. En este caso se trata de resaltar la vacuidad de esa figura, el hecho de que se trata de un ente que actúa, pero depende fundamentalmente del no pensar para poder realizar la acción.
El Minotauro aparece como una especie de artista o intelectual, como quien medita y razona, frente al héroe que simplemente ataca y vence (por el hecho mismo de ser incapaz de analizar sus motivaciones o interesarse en ellas). En realidad, el Minotauro de Cortázar se deja derrotar, y es vencido precisamente porque piensa demasiado.
En esa época (finales de los años cuarenta), cuando la exaltación del heroísmo era todavía una regla, y se manejaba una clara oposición entre quienes supuestamente hacían cosas y quienes solamente se limitaban a pensar (favoreciendo a los primeros), es interesante que Cortázar haga una propuesta que va en contra de la línea general. Algo que, a pesar de su afiliación posterior a los «movimientos de izquierda», siguió subsistiendo (un poco soterrado) en su visión del mundo y la creación de sus figuras de ficción. Donde los llamados héroes son ubicados siempre en un segundo término frente a sus verdaderos protagonistas, que son aquellos que dudan.
Sus personajes principales son siempre quienes se atreven a pensar y terminan, por ello, a menudo desilusionándose de las ideas que los habían motivado en un primer término. Algo que quizá refleja la vida del mismo Cortázar.