Acoger en masa a gentes tan indiscutiblemente útiles en algunos casos como agricultores, obreros, ingenieros, médicos, se comprende perfectamente sin más. Acoger a un pobre filósofo más o menos distinguido y más o menos superfluo, se comprende por razones o motivos que han ido históricamente desde el culto de la libertad de pensamiento hasta el mero sentimiento de humanidad.
José Gaos (Pasajero del Sinaia).
Confesiones de transterrado
1939. El buque Sinaia había zarpado con más de mil quinientos pasajeros de las costas de Francia rumbo otro continente; se alejaban de las insufribles calamidades que la Guerra Civil y el espíritu totalitario del franquismo. Abandonaron su patria, muchos de ellos con la esperanza de seguir luchando por un proyecto de vida con mayor dignidad y libertad pero ahora desde el exilio; otros aún eran niños que habían sido alejados de sus familias que albergaban la ilusión de no heredarles el terror que distingue a una guerra expulsora. Las leyes españolas se habían endurecido y amenazaban con castigar a todos aquellos que hubieran manifestado su oposición al “movimiento nacional”, por ello los exiliados, los refugiados o los disconformes con el franquismo sólo tenían dos opciones: seguir huyendo o volver a España donde la persecución, el encierro y la muerte se presentaban como la segunda alternativa.
El General Lázaro Cárdenas, al frente del gobierno de México, de diferentes maneras había manifestado muestras de solidaridad con los refugiados y los republicanos españoles. Nuestro país ya había sido receptor de los desterrados desde 1937. Pero el Sinaia representa no sólo a una embarcación con un mayor número de refugiados, sino además la clara convicción del pueblo de México con la libertad y solidaridad con los expulsados.
El barco tocó tierra en las costas veracruzanas un trece de junio a las cinco de la tarde, pero no eran aquellas cinco de la tarde que tanto repitiera el fusilado por el franquismo, García Lorca, en su llanto por Ignacio Sánchez Mejías: “¡Ay, que terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes, Eran las cinco en sombra de la tarde!”. Estas eran una cinco de la tarde de algarabía e ilusión, donde más de veinte mil personas daban la bienvenida a los españoles que reiniciaban una nueva vida en un nuevo continente, en un nuevo mundo, en una nueva cultura, que parecían coincidir con la creencia de que basta ser humano para respetar el derecho a la libertad, el pensamiento y la búsqueda de una vida digna frente a la tiranía de los que piensan que la unicidad de la religión, la moral y la política han de conservarse con la irracionalidad de la violencia.
Y las palabras de bienvenida, a cargo del Ministro de gobernación en México, siguen enmudeciendo a los amantes de la libertad:
“No os recibimos como náufragos de la persecución dictatorial a quienes misericordiosamente se arroja una tabla de salvación, sino como a defensores aguerridos de la democracia republicana y de la soberanía territorial, que lucharon contra la maquinaria opresora al servicio de la conspiración totalitaria universal”
Y de altamar, arribaron los obreros, los filósofos, los campesinos, los poetas, los sastres, los ingenieros, los panaderos o los estudiantes; también llegaban los valencianos, los aragoneses, los vascos, los gallegos, los catalanes o los canarios. Y junto con ellos llegó una generación que hizo de México su segunda patria y en agradecimiento nos legó sus talentos y la enseñanza de que el anhelo por la libertad desconoce el miedo, el peligro y las fronteras.
De aquel barco descendió Pedro Garfias, que decía:
Qué hilo tan fino, que delgado junco
—de acero fiel— nos une y nos separa
con España presente en el recuerdo,
con México presente en la esperanza…
También en aquel legendario barco llegó Tomás Segovia, quien, reprochando el horror de las identidades que segregan y ante la pregunta ¿la literatura del exilio es literatura española?, respondía: “Un escritor español del siglo XX es más del siglo XX que español.”
Las mujeres y los hombres de las letras nos dejaron los testimonios del sentimientos de los transterrados así como de la trascendencia y legado de esta relación entre México y el pueblo español. Pero de entre los que no hacen de su vida la escritura, encontraron en nuestro país el nicho que les permitió desarrollar su ingenio en las artes o las técnicas, dejando así, esta otra alternativa material y perdurable a nuestro legado cultural.
Y fue José Gaos quien, con la creación de su neologismo “transterrados”, resaltaba esta nueva naturaleza y sentimiento de quien abandona su espacio geográfico, pero mantiene fuertes lazos de entendimiento a través sus ideales, el lenguaje y la concepción emancipadora de la humanidad y el pensamiento: ““transterrado’ no implica dejar la tierra patria, la de origen, por una tierra extranjera, la de destino; se refiere a aquel que se ha trasladado dentro de su propia patria.”