Fue una mañana en Coyoacán cuando encontraron el cuerpo de Luis Cernuda tirado en el suelo. Vestía, se dijo, su bata y sandalias de descanso. En su mesa de noche estaba un libro autoría de Emilia Pardo Bazán con dos separadores. Uno de ellos con la pintura de Francisco I, de Tiziano. El otro con El David de Miguel Ángel; dos artistas del Renacimiento italiano. En el primer separador, el monarca francés posa de perfil y emerge de la oscuridad al color. Elegante, poderoso, el símbolo de la autoridad. El David es la adolescencia en mármol. Galardonado con la belleza luce su desnudez sin malicia. Sus manos son fuertes y grandes. Es David por la hazaña de sus manos.
En Coyoacán era noviembre, día cinco, año de 1963. En la casa de Concha Méndez, ubicada en la calle Tres Cruces, a unas cuadras del centro, Luis Cernuda estaba muerto.
Luis Mateos Bernardo José Cernuda Bidón nació el 21 de septiembre de 1902 en Sevilla. Tercer hijo de un severo militar, después de dos hermanas, recibió estricta disciplina familiar, donde las muestras de afecto eran exiguas. “En la cabecera el padre adusto,/ la madre caprichosa estaba en frente,/ con la hermana mayor imposible y desdichada,/ y la menor más dulce, quizá no más dichosa…” («La Familia»).
Estudió Derecho en la Universidad de Sevilla. Ahí conoció al poeta Pedro Salinas que lo introdujo, en tertulias fuera de la Universidad, al estudio de los clásicos españoles: Fray Luis de León, Garcilaso de la Vega, Lope de Vega, Calderón… Y a los franceses: Mallarmé, Rimbaud, Proust, Reverdy, Gide… Como poeta en formación le debe mucho a Pedro Salinas y él, Cernuda, lo reconoció en algunas entrevistas.
Perfil del aire (1927) fue su primer libro y continuo problema. Salinas lo recomendó a la editorial Sur. Ahí habían publicado otros jóvenes poetas, quienes después formaron parte de la Generación del 27: Alberti, Bergamín, Prados, Altolaguirre. Escrito bajo la influencia de Jorge Guillén, el primero en señalarlo fue Salinas. Desde ahí empezó la separación del maestro y el alumno. Para la edición de La Realidad y el Deseo, poesía completa reunida, Cernuda suprimió el título del primer libro, con su toque un tanto cubista, por el insaboro Primeras poesías. En uno de sus poemas a finales de su vida, recordó: “Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado/ Leyenda alguna, caísteis sobre un libro/ Primerizo lo mismo que su autor;…” («A sus paisano»).
Los libros se sucedieron. Breves, intensos. Égogla, Elegía, Oda (1928), Un río, un amor (1929), Los placeres prohibidos (1931), La invitación a la poesía (1933), Donde habite el olvido (1934), Invocaciones (1935)… Cuando el franquismo dominó España, el estilo y tema de sus poemas era conocido: “Te hubiera dado el mundo,/ Muchacho que surgiste/ Al caer de la luz por tu Conquero, Tras la colina ocre,/ Entre pinos antiguos de perenne alegría.” («A un muchacho andaluz»). Imposible vivir ahí, él que además fue un republicano. Y salió al exilio.
Estuvo en Inglaterra, Estados Unidos y México. Fue en este último país donde se reencontró con su idioma materno, el español; con un clima más benigno; y con un amigo fisicoculturista al que le dedicó Poemas para un cuerpo. “Estas líneas escribo,/ únicamente para estar contigo”. El poeta y pintor Enrique Asúnsolo fue también su amistad. En el poema «Amigos. Enrique Asúnsolo», sostiene que era de “humor sutil”. Quizá. En una entrevista con Paloma Altolaguirre, le confió que Asúnsolo dormía “…en una caja de muertos (…) para irse acostumbrando”.
Octavio Paz escribió en el ensayo La palabra edificante: “La obra de Cernuda es una exploración de sí mismo; una orgullosa afirmación no desprovista de humildad, al fin de cuentas, de su irreductible diferencia”. Este largo ensayo lo incluyó en Cuadrivio (1965). Vuelve Paz a escribir sobre Cernuda, años después, invitado al Primer Congreso Internacional sobre Luis Cernuda. El breve texto La pregunta de Cernuda fue publicado en la revista Vuelta (noviembre de 1988), junto con otros cuatro textos de otros escritores.
Donde habite el olvido de Cernuda, retoma un verso de Bécquer: “…donde habite el olvido,/ allí estará mi tumba”. (Rima LXVI); en 1999, Joaquín Sabina lo utilizó para titular una de sus canciones incluida en el álbum 19 días y 500 noches.
En Desolación de la quimera, Cernuda escribió el poema «Ninfa y pastor, por Tiziano«, después de contemplar el cuadro en Nueva York: “El cuadro aquel aún miras,/ Ya no en su realidad, en la memoria;/ La ninfa desnuda y reclinada/ Y a su lado el pastor, absorto todo/ De carnal hermosura…”. En otro de sus libros, Vivir sin estar viviendo, está el poema «Escultura inacabada», inspirado en El David, de Miguel Ángel: “Es el instante, el alba/ Pura del cuerpo,/ En el secreto absorto/ De lo que es virgen…”
Dos separadores de libro, dos poemas. En ellos, la belleza y la claridad, dos características de la poesía de Luis Cernuda.