Tengo 32 años viviendo en Zapopan. Me vine con mi familia de Cocucho, Michoacán, porque en mi pueblo y en los pueblitos de allá no había trabajo.
Al llegar a la ciudad, todo cambió porque no entendía lo que me preguntaban, lo que me decían. Y te quedas como de ¿ahora qué hago?, porque no sabía hablar español, en la escuela aprendí a hablar muy poquito, porque los maestros ya no querían que habláramos en purépecha, aunque a mí me gustaba hablar en mi lengua.
Si salía de la casa volteaba de un lado a otro: ¿a dónde voy? Si iba a la tienda, no me entendían lo que yo les pedía. Aquí y en los pueblitos las cosas se nombran de otra forma.
Al no poder pronunciar bien las palabras pues se burlaban, de india no me bajaban, de mugrosa, todas estas cosas nos decían.
Entonces una se siente triste por haber salido del pueblo. Una viene con la ilusión de que todo va a ser bonito, todo. Antes de llegar, pensaba, voy a cambiar, pero no en la forma de hablar, en mi lengua. O no me voy a vestir como me vestía. Una tiene muchas ideas.
Después de estar un mes por acá, decía: «me voy a regresar a mi pueblo», porque por lo menos allá conozco a mi familia, a mis amigos, conocía las cosas y, más que nada, la comida que era diferente a la de aquí, y yo quería comer lo que comía de niña. Pero no regresé.
Cuando nació mi primera niña empecé a hablarle en mi lengua purépecha, pero sus abuelos y sus tías paternas, que no lo hablaban, no me dejaron. Mis hijos e hijas no hablan purépecha. Lo entienden cuando yo les hablo. Lo pronuncian, corto, no como se pronuncia. Me da tristeza porque yo debí decirles que debían hablar la lengua porque era algo bueno.
Pero ¿cómo le iba a hacer si vivía en la casa de mis suegros? Si estás en la casa de tus suegros haces lo que te mandan. Yo quería enseñarles y no pude, y por eso a veces me siento triste.
Ahora les enseño algunas palabras a mis nietos. Les digo se dice así, y se ríen porque me dicen: «abuelita nos debes enseñarnos a diario», pero no estoy, me salgo, ando del tingo al tango aunque les pido que repitan una palabra.
Desde 2012 comencé a ayudar a la comunidad. Y a partir de 2016 me capacité como intérprete. Voy a los hospitales y sé que algunas personas llegan diciendo, con las palabras entrecortadas en español, cuál es su enfermedad o que ocupan un medicamento. Como no se saben explicar bien, se burlan en los hospitales.
En los hospitales siempre peleo para que haya traductores. Porque si no los hay, no atienden a las personas:
¿cuánta gente ha muerto porque no los supieron atender, porque no supieron qué era lo que decía?
Hay mucho trabajo que hacer, muchísimo: las autoridades y la gente nos piden favores, lo hacemos aunque sin ayuda. Aunque el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas da capacitaciones a los traductores, también debería darnos un trabajo o un recurso para poder movernos porque si no, no podemos ayudar a nuestros compañeros.
Se festeja el Día Internacional de la Lengua Materna, pero las personas ¿cuánto están dispuestas a hacer para que se respete nuestra lengua y nuestros usos y costumbres?
Siempre he hablado en mi lengua y la gente me discrimina porque no me entiende. Si por lo menos me preguntara ¿qué lengua hablas? Yo con gusto les diría qué lengua es la que hablo y que me siento orgullosa de hablar purépecha porque es una herencia muy bonita que nos regalaron nuestros abuelos.