San Johnny Fashion Mall; Taiwán de Dios; El Tepito de Guadalajara, son algunos de los “motes” con los que se refieren al Mercado de San Juan de Dios, el más famoso de Guadalajara. Su verdadero nombre es Mercado Libertad, aunque todos le dicen San Juan de Dios por el barrio en el que está enclavado.
Diversas sus denominaciones, como diversa es su colorida oferta de mercancías. Este gigantón de 62 años, ubicado en la Calzada Independencia, guarda en sus entrañas todo tipo de productos y transacciones.
Para muchos, el mercado de tres niveles ya no es lo que solía ser. Antes abundaban los afiladores, los talabarteros o los vendedores de calzado hecho a mano. Pero hoy, sobra la piratería, tanto en productos electrónicos como en la ropa.
El Mercado Libertad, con una extensión de cuatro mil metros cuadrados, es el más grande de América Latina. Fue diseñado por el arquitecto Alejandro Zohn Rosenthal, autor de otras obras icónicas como la Concha Acústica del Parque Agua Azul, el Archivo General del Gobierno del Estado de Jalisco y el Centro Comercial Plaza del Sol.
“La zona siempre tuvo vocación comercial. Desde el siglo XIX había tianguis y venta informal de mercancías. Se trata de un barrio con polígonos y subpolígonos. Todo gira alrededor del mercado, alrededor había una red de posadas mesones y cabarets que le daban vida nocturna. En 1888 se construyó el mercado de una planta y en 1925 el mercado de dos plantas. Pero el actual que conocemos fue inaugurado el 30 de diciembre de 1958. Este mercado tiene una forma característica por las parábolas hiperbólicas: su techo es el rasgo distintivo”, relata Bogar Armando Escobar Hernández, investigador del CUCSH.
Al día, el Mercado Libertad recibe alrededor de cincuenta mil visitantes. Es decir, cerca de tres millones de personas al año. Ahí se encuentra de todo a precios populares. En la planta baja, las fondas que ofrecen todo tipo de fritangas: tacos, sopes, flautas, tortas ahogadas, pozole, menudo, comida corrida, y el famoso “Caldo Michi”, con pedazo, o sin pedazo: un trozo de pescado flotando en el plato. También hay carnes frías, frutas, verduras, hortalizas, dulces típicos y alimentos en general.
La ropa es lo que atrae más visitantes. Desde tenis deportivos de marcas gringas, pasando por cachuchas, camisas estampadas, gafas, pantalones de mezclilla, relojes, jerseys de equipos deportivos y, aunque cada vez menos, puestos con playeras estampadas con logotipos de bandas de rock. Se trata de un colorido laberinto, en el que se tiene que caminar en pasillos angostos y rampitas.
La piratería y la fayuca han encontrado su refugio en este mercado. Pantallas planas, estéreos para casa o automóvil, equipos de sonido, bocinas portátiles que se conectan con bluetooth, consolas de videojuegos, discos compactos, películas que se estrenan antes que en las salas de cine, instrumentos musicales y hasta software.
“Pensar sólo en el mercado sería pobre. Este símbolo, porque el Mercado de San Juan de Dios se ha ganado con toda justicia el estatus de ícono, se debe de vincular con la actividad lúdica y nocturna, las de los cabarets. Hacia inicios de la década de los ochenta Flavio Romero de Velasco siendo gobernador modificó el código penal para castigar con mayor severidad el lenocinio, pero en la práctica la mano dura sólo se aplicó contra esta zona, y desaparecieron aquellos casinos emblemáticos, tan célebres, como El One Two Three, El Zarape, El Nopal, El King Kong, el Luna de Miel, donde se podía encontrar un abanico de verdaderos hijos de Clío: magos, cantantes, cómicos y una amplia baraja de artistas y los desvelados que iban a desayunar menudo al mercado después de la parranda. Era un universo de luz y sombras que daba vida al mercado”, añade Escobar Hernández.
Muy pocos puestos quedan con productos artesanales. Aunque sí se encuentran todavía huaraches, cinturones piteados y chamarras de piel. También hay vestidos típicos regionales y máscaras de luchador. Quedan algunos locales tradicionales donde trabajan afiladores, vendedores de huaraches y ropa artesanal, sobre todo en la parte nororiente, frente a dónde estuvo la extinta plaza de toros. Estos son atendidos por gente mayor que todavía tiene ese orgullo intergeneracional.
“Estos locatarios muestran la cara más limpia del mercado, el de un sentido de vida cabal”, apunta Escobar Hernández.
Lo que sí es recurrente en los medios de comunicación, es la publicación de noticias sobre la inseguridad que se vive en la zona, por lo que se le ha llegado a decir también “El Tepito Tapatío”, y tachado como como barrio bravo. “Matan a golpes a un hombre en San Juan de Dios cuando salía de una cantina”, relata una nota del portal policiaco Guardia Nocturna.
“Abundan esas noticias en los medios de comunicación que crean una percepción de que el barrio de San Juan de Dios es un mundo caótico. Pero yo lo que he encontrado son seres humanos de oro, gente muy solidaria, quiero decirlo sin que nadie más se ofenda, pero las personas más solidarias de Guadalajara las he encontrado en ese hermoso y bendito barrio”.
Quienes viven o trabajan en San Juan de Dios, afirma el investigador, son personas con un sistema de valores que los lleva a quitarse la camisa y la comida de la boca por ayudar a los demás. “Es muestra de lo que significa ser de barrio: luchón, incansable entre la adversidad. Quienes son señalados por el dedo acusador de quienes se dicen gente decente”, reflexiona Escobar Hernández.
Por ello, para el historiador y antropólogo Bogar Escobar, todas esas frases que pintan a San Juan de Dios como un “Tepito tapatío”, o los epítetos como “El lunar de Guadalajara”, “La vergüenza de la ciudad” o “El Barrio de la Ignominia”, han sido acuñados por personas que realmente no conocen desde dentro el barrio de San Juan de Dios.
“Históricamente se ha desdeñado a San Juan de Dios, de forma injusta. Guadalajara está en deuda con este barrio”, concluye.