En la noche tapatía no es raro oír aullidos y lamentos caninos. Para algunos, éstos representan un llanto desgarrador, comparable al de un humano; para otros solamente es un “pinche perro que ladra” y que a lo mejor no les permite descansar. Entre estas dos visiones opuestas existen leyes que, independientemente de la sensibilidad subjetiva, reconocen y tendrían que garantizar los derechos y la protección de los animales.
Un caso ejemplar
De las dos categorías de individuos dichas, Rafael Sánchez pertenece a la primera. En una zapatería ubicada en la esquina de Morelos y Robles Gil, en la colonia Americana de Guadalajara, justo frente a su departamento, un Weimaraner lloraba insistentemente todas las noches. El perro vivía en condiciones insalubres en una terraza, a la intemperie, supuestamente para hacer guardia al negocio, sin agua y comida, rodeado de basura.
En noviembre de 2009 acudió cuatro veces a la tienda para pedir en balde a los dueños que resolvieran esta situación, por lo que en enero decidió dar a conocer públicamente el caso a través de cartas a un periódico local y dirigiéndose a asociaciones protectoras de animales.
Irene Escamilla, quien por parte de estos grupos siguió el asunto, dijo que se presentó una denuncia a la Dirección General de Medio Ambiente y Ecología. La dependencia la turnó al Centro de Mediación Municipal, que el 29 de enero citó en la Procuraduría Social a las partes en causa. En la conciliación, en la que participó Rafael, el representante legal de la tienda, José Ibarra, se fijó como fecha para mejorar las condiciones de vida del animal el 31 de mayo de 2010, pero no se establecieron eventuales sanciones.
A raíz de lo anterior, “el dueño le construyó una jaula con un techo de lamina, en tierra”, explicó Escamilla. Pero su situación no mejoró, al contrario, “el perro nunca salía de allí, no hacían limpieza en el encierro, por el calorón cavó un hoyo para tener un espacio fresco, lloraba, a veces tenía agua y otras no”.
Como comentó Escamilla, al vencer el plazo todo seguía igual, a pesar de que el dueño se había comprometido inclusive a entregar al perro. Por lo que “seguimos solicitando que del ayuntamiento hicieran algo; una trabajadora social dijo que había intentado hablar con el dueño y que no le contestaba, y que habían mediado y que ya no podían hacer nada más”.
Tampoco la intervención del diputado del Partido Verde, Enrique Aubry, logró que el propietario entregara el perro, a pesar de haberse comprometido a hacerlo. Finalmente la semana pasada, después de casi un año, el can desapareció y su propietario no dio ninguna noticia sobre su destino, a pesar de los requerimientos de información por parte de las asociaciones que se interesaron por el asunto. Escamilla teme lo peor.
Reglamentos poco efectivos
Este caso, como explica Maricarmen Portilla, fundadora de Pet Help A.C., no es de los más graves: “Hay pandillas que cuelgan a los perros y los usan como piñata”. Sin embargo, las dificultades que los denunciantes encontraron en el intento de salvar al Weimaraner, evidencian las carencias que presentan las leyes en materia de protección de los animales y su aplicación en la Zona Metropolitana de Guadalajara.
“Reglamentos hay muchos y muy específicos, pero la mayoría de la gente, incluso las autoridades, no saben cómo aplicarlos”, comenta Portilla. “Hay dos que remiten a la Dirección de Ecología y Medio Ambiente del Ayuntamiento, que son el de Protección a los Animales y el de Ecología y Medio Ambiente, que traen capítulos específicos al respecto”.
Inclusive, también el Reglamento de Policía y Buen Gobierno faculta a los agentes municipales para intervenir en caso de maltrato de animales, agregó. “En ellos se indican a detalle los responsables de su aplicación y se establecen sanciones, sin embargo jamás hemos visto que se ponga una multa. No hay voluntad por parte de las autoridades, es muy difícil que intervengan en estos casos”.
En este sentido, el director del Centro de Control Animal, del ayuntamiento de Guadalajara, el médico veterinario zootecnista Guillermo Korkowski, reconoció que “los reglamentos que tenemos son obsoletos, yo siento que están enfocados más a cuando la rabia era un problema serio, pero ahora el tema de maltrato es muy importante y en boga”.
Agregó que “nosotros no podemos transgredir una propiedad privada, vemos a muchos perros en azoteas, encadenados, a la intemperie y sin comer, pero hacemos solamente labor de convencimiento”. Por esto, dijo que “estamos en vía de modificación del reglamento, porque queremos que el Centro de Control Animal sea la autoridad que pueda atender y castigar los casos de maltrato animal”.
Los que tienen atribuciones para entrar en un domicilio y sancionar irregularidades, son los ecoguardias de la Unidad Departamental de Inspección Ambiental, de la Dirección de Inspecciones y Vigilancia. Sin embargo, como explicó Korkowski, “no está bien implementado en su reglamento, ellos pueden intervenir solamente si nosotros le damos el sesgo de que existe un riesgo sanitario, y en consecuencia pueden atender también a casos de maltrato”.
Asimismo el jefe de esta unidad, el maestro Francisco Jalomo, admitió que “el reglamento de protección de animales es muy escueto y endeble, porque no podemos decomisar a los animales, ya que es una posesión privada, sólo podemos sancionar la acción. A menos que no sea un giro comercial, entonces sí podemos realizar un secuestro administrativo”. Este es el caso del Weimaraner, pero finalmente no se llevó a cabo el resguardo del perro. También en cuanto a infracciones, esta unidad en lo que va del año no levantó ninguna, únicamente se emitieron cuatro apercibimientos por maltrato animal.
Como dijo el director del Centro de Investigación de Clínicas Veterinarias de la UdeG, el médico veterinario zootecnista Mario Alberto López, “los más dramáticos son los casos que se documentaron últimamente en televisión e internet, pero otra forma de maltrato de una mascota es no llevarlo a consulta en el momento adecuado, el no darle alimento o un lugar adecuados, pero hay una gran cantidad de la población que es ignorante en esto”.
En este sentido, como coinciden todos los entrevistados, falta una cultura del cuidado de los animales, y una concientización de que tener a una mascota es una responsabilidad e implica ofrecerle los servicios básicos que necesita. “Porque luego esto crea una problemática, no sólo para el animal sino también social, puesto que la gente cuando se cansa del animal, lo suelta a la calle, o nos los traen para que nosotros lo sacrifiquemos, pero no hacemos esto, y nos lo dejan amarrado afuera de la puerta”.