Narrar a México

"La función de la literatura es contar estos fenómenos sociales, denunciarlos. Pero tiene que ser antes que nada buena literatura para ser convincente, para conmover, para alarmar"

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Recién cumplidos los ochenta años, octogenario como Carlota —personaje de una de sus más célebres novelas—, las noticias que Fernando del Paso recibe de México son por lo regular tristes. A diferencia de la antigua archiduquesa de Austria, presa de la locura en un remoto castillo de Europa y a la que sus mensajeros le llevaban información acerca de un imperio mexicano, tan lejano y perdido cuanto efímero, el escritor no tiene intermediarios: “Soy un lector de La Jornada, Mural y de revistas como Proceso, Bellas Artes y Letras Libres. Además, vivo en México, y soy fiel espectador de los noticieros televisivos. Durante muchos años seguí sin perdérmela, a Carmen Aristegui. De México por lo general me llegan siempre malas noticias”.

Esta convicción ya la había expresado en marzo de este año, cuando en Mérida le fue entregado el Premio José Emilio Pacheco a la Excelencia Literaria. En un diálogo hipotético con el fallecido poeta —que pudiera parecerse a los soliloquios que caracterizan por su maestría algunos de sus libros—, ensalzaba su obra, pero también lamentó la inseguridad y la violencia que vive el país: “Quiero decirte lo que tú ya sabes: que hoy también me duele hasta el alma que nuestra patria chica, nuestra patria suave, parece desmoronarse y volver a ser la patria mitotera, la patria revoltosa y salvaje de los libros de historia”.

Historia, con la “H” mayúscula, que ha sido la fuente de inspiración para su obra, en la que retrató momentos importantes de la vida del país, desde el reinado mexicano de Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota de México —en Noticias del Imperio—, la huelga de los ferrocarrileros en José Trigo y la revuelta estudiantil del 68 —en Palinuro de México—, libros con que además se instituyó como máximo exponente de un género literario, el de historia ficción, que en México cuenta con destacados representantes, desde Mariano Azuela, Carlos Fuentes a Enrique Serna, entre otros.

Usted ha inspirado sus novelas, si bien dándole luego largo aliento narrativo e histórico, en hechos puntuales de la historia de México —, le pregunto: ¿existen en la vida del país otros sucesos que le llamarían la atención para, hipotéticamente, escribir una nueva novela?

“Quizás en los últimos setenta u ochenta años, como por ejemplo la Guerra Cristera, la que trato, aunque superficialmente, en mi primera novela José Trigo. Creo que la Guerra Cristera no ha encontrado su gran novelista”.

Lo que ha contribuido a que sus novelas hayan sido galardonadas (José Trigo recibió en 1966 el Premio Xavier Villaurrutia; Palinuro de México el Premio Rómulo Gallego en 1982, y Noticias del Imperio el Premio Mazatlán de Literatura en 1982) y consideradas entre las obras maestras escritas en Latinoamérica, está su peculiar estilo, que va de lo erudito a lo grotesco, de lo macabro a lo político, siempre con un humor y una riqueza del lenguaje que revelan una elevada y peculiar sensibilidad hacia el mundo y la historia, y que lo han acercado en algunos casos, principalmente con Palinuro, al francés Rebelais.

Sin embargo, como ha declarado, entre sus referencias literarias se encuentran William Faulkner, Christian Wolfe, James Joyce, Lezama Lima, Lewis Carroll y Juan Rulfo. Sus obras se inscriben en una tradición literaria —si bien diferenciándose en parte de ésta por el manejo de los personajes y de la trama—, que incluye a Cien años de soledad, La muerte de Artemio Cruz, Tres tristes tigres y El siglo de las luces.

En una entrevista, Elmer Mendoza dijo que él no estaba de acuerdo con la creencia de que se necesita una cierta distancia temporal para poder narrar y reflexionar sobre los hechos históricos. ¿Usted qué opina al respecto?

“Estoy de acuerdo con Elmer. Por pequeña que sea, siempre ha habido y habrá ‘una cierta distancia temporal’ para narrar y reflexionar sobre los hechos históricos. La Historia, con mayúscula, es siempre la historia del pasado, nunca del presente o del futuro”.

Fernando del Paso (Ciudad de México, 1º de abril, 1935), además de haber ejercido, entre otras funciones, la de diplomático en París y locutor en Londres para la BBC en español, escribió obras de teatro, ensayo y poesía. También es un fino gourmet, dibujante (“El dibujar es una venganza de mi mano izquierda al acto de escribir”, declaró alguna vez en entrevista) y pintor que ha expuesto sus obras en México, Estados Unidos y diferentes países europeos. Es un reconocido académico, al que la Universidad de Guadalajara nombró Maestro Emérito en 2005 y le otorgó el doctorado Honoris Causa hace dos años. Desde 1992 es director de la Biblioteca Iberoamericana de esta Casa de Estudio, motivo por el cual desde entonces reside en la ciudad. Es, sin duda, un lúcido analista de la realidad mexicana, que ha colaborado como columnista en diferentes periódicos.

A sus ochenta años luce sus características barbas y cabellos largos, albos, y sus lentes de gotas oscuras. Así apareció, vestido con elegancia y colores vivaces, hace poco en una celebración del aniversario del Holocausto en el Museo de la Artes de Zapopan. A pesar de las dificultades para hablar, a causa de una reciente operación, se esforzó con amabilidad para responder a unas preguntas sobre literatura y el horror en que los nazis sumieron al pueblo judío.

En aquella ocasión, usted dijo que “la violencia de los campos de concentración es algo inenarrable”. Además agregó que nunca le ha gustado usar esa palabra. ¿La violencia extrema alcanzada en algunas ocasiones en México, en particular con el narcotráfico, es algo que se puede narrar?

“El narcotráfico es algo que sí se puede narrar. La palabra ‘inenarrable’ es la palabra a la que se acude cuando la inmensidad de una cosa, de una tragedia por ejemplo, hace muy compleja y muy dolorosa su descripción. Pero en realidad todo es, desafortunadamente, narrable”.

¿Cuál es el papel y la función de la literatura frente a este y otros fenómenos, como la corrupción, la desigualdad y descomposición social que vive México?

“La función de la literatura es contar estos fenómenos sociales, denunciarlos. Pero tiene que ser antes que nada buena literatura para ser convincente, para conmover, para alarmar”.

Claudio Magris, el escritor italiano, dijo una vez que las novelas del Novecientos, pese a ser muchas de las mismas grandes obras maestras, son un intento fallido en pos de la novela total para buscar una unidad de la vida que ya se ha perdido. ¿Se puede buscar esa unidad? ¿Cree que la realidad actual: fragmentada, a veces dispersa, casi siempre frenética y acelerada, se puede narrar de la misma forma que con, por ejemplo, las grandes novelas históricas?

“Sí se puede buscar. Lo difícil es encontrarla. John Dos Passos fue el primer novelista, que yo sepa, en enfrentarse a esa realidad que usted llama fragmentada y frenética. Y creo que lo logró siguiendo las técnicas joyceanas”.

Citando de nuevo a Elmer Mendoza, narra que una vez usted le dijo que para escribir “hay que agarrar el toro por los cuernos”. En una situación como la actual, ¿el toro, para un escritor, es la imaginación, la narrativa o la misma realidad social?
“Es ambas cosas: la realidad social recreada por la imaginación”.

Para cerrar con Carlota: en Noticias del Imperio, en su diálogo interior, ella le dice muchas veces a Maximiliano que “todos los días llegan alguna vez”. En su discurso de aceptación del Premio José Emilio Pacheco, recordó que el poeta había dicho que los pobres, tarde o temprano, en masa, heredarán la tierra… ¿Hasta cuando, Emilio, hasta cuándo?, le preguntó. Este día —de igualdad y justicia— que parece no llegar, pero que, como todos los días, tendría que llegar, ¿opina usted que se podrá alcanzar alguna vez en México?

“No lo sé, pero llegará”.

Algunos reconocimientos

Beca Guggenheim (1971 y 1981).
Premio Nacional de Lingüística y Literatura (1991).
Premio Fil de Literatura (2007).
Premio Internacional Alfonso Reyes (2014).
Miembro de El Colegio Nacional (1996) y la Academia Mexicana de la Lengua (2006).

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