Niños de la calle, una población poco atendida e invisibilizada

Sin estadísticas ni programas de apoyos eficaces, más de mil menores viven al día en el Área Metropolitana de Guadalajara, ganándose la vida como pueden. Sin trabajo, familia ni derechos, son víctimas de la delincuencia, la explotación y las adicciones, en la indiferencia de sociedad y gobiernos

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Fotografía: Gustavo Alfonzo

Otilia Arellano Fonseca quedó huérfana a los ocho años y se vio en la necesidad de vivir en la calle. Confiesa que robó, consumió droga y la vendió.

“Tuve que entrarle a todo, era parte de la sobrevivencia en la calle. Ahí no tiene uno moral, ni formación, no tiene uno nada”.

“No conocí a mi padre, sólo a mi mamá, ella vivía con un fulano. No sé cuáles problemas tendrían, el caso es que se quitó la vida. Yo quedé a la deriva. Tenía otras hermanas, pero ya estaban casadas, y empecé a vivir en las calles en el Distrito Federal”, cuenta.

“En la Plaza Garibaldi, conocí a más morrillos y morrillas en la misma situación. En aquel entonces había un tren carguero, y nos subíamos, así fue que comencé a viajar, uno de mis destinos fue Guadalajara, y aquí me quedé”.

Dice que no encontró mucha diferencia entre los niños y niñas que viven en la calle de Guadalajara y México: “El ambiente era igual. Había entre los menores una hermandad, se sentía uno identificado con toda la pandilla callejera, y todos estábamos faltos de cariño, de comprensión. Es un ambiente donde nadie te regaña, ni te acusa, éramos como almas sólo sobreviviendo porque no importaba, uno se la tenía que rifar como fuera”.

“Tuve que aprender todo lo que un niño y niña debe conocer en las calles: a defenderse, a buscar comida, a veces me alimentaba de lo que recogía en la basura. Llegué a vivir en baldíos. A las casas abandonadas, las llamábamos casonas o residencias, y ahí nos metíamos varios menores, y cuando empecé a crecer y tener hijos, rentábamos algún cuartito en casa de huéspedes, y si faltaba dinero, pues nos regresábamos a algún baldío, casa abandonada, debajo de un puente o donde cayera”.

Cuenta que se tuvo que separar de su pareja porque ejercía violencia sobre ella, y comenzó su lucha por tratar de cambiar su situación.

Fotografía: Gustavo Alfonzo

Amigos Trabajando en los Cruceros

Tiempo después, surgió en Otilia y Patricia Lomas Herrera, una de sus compañeras de calle, la inquietud por integrar a las personas en la misma situación y contagiarlas de entusiasmo para cambiar de patrón de vida, y hace 23 años fundaron la asociación civil Amigos Trabajando en los Cruceros, ubicada en la calle Gigantes 1542, colonia San Antonio, que ayuda a familias en situación de calle.

Otilia advierte que los y las menores de edad que salen a trabajar en la vía pública para ayudar a su familia corren el riesgo de llegar a vivir en la calle, ya que pueden juntarse con otros niños o niñas, separarse de su familia, y rentar un cuartito, si sus recursos lo permiten. Este peligro está vigente, sobre todo, a raíz de la pandemia por COVID-19.

“Antes de la pandemia Había familias que estaban integradas, tenían sus tiempos organizados y una manera ordenada de distribuir el ingreso, sus hijas e hijos estaban en casa, pero a raíz del COVID-19 incrementó el desempleo, y hubo menores que ante la falta de recursos salieron a trabajar a las calles«.

«El peligro es que pueden ser víctimas de trata de personas o tener contacto con el mundo de las adicciones o de que los capten para venta de droga”.

El problema de las drogas

Entre la población de los niños y niñas que viven en la calle está de moda la adicción al cristal, que los está casi matando. Actualmente es raro el consumo de tonsol. Las drogas pueden ocasionar que delincan, se enrolen en la prostitución, además del daño mental. “Nosotros decimos: ‘se quedó arriba en poquito tiempo’. Esto quiere decir que está afectado mentalmente y esto sí es grave”.

Cuenta que los chicos y chicas suelen rentar un cuartito, y entre varios pagan, esto lo hacen para poderse drogar en privado, si no, lo hacen en baldíos o casas abandonadas u algún hotelito.

“Para tener dinero empiezan vendiendo dulces, limpiando carros, ‘mechudean’, malabarean, trabajan de “viene-viene”, algunos piden dinero haciéndose pasar por migrantes. Faquires casi ya no se ven actualmente, pero todavía hay algunos”.

Otilia Arellano denuncia que en los DIF estatales y municipales hacen falta centros de rehabilitación, ya que uno de los mayores problemas de los niños y niñas que viven en la calle son las adicciones y el cómo se van enrolando en asuntos delictivos.

Señaló que estos niños y niñas son visibilizados cuando hay que jalar recursos millonarios, “y son en esos momentos cuando hasta los entrevistan, y después dicen que es para ayudar a esta población, cuando sabemos que en muchos casos es mentira, y no se hace nada”.

Resaltó la importancia de que se haga trabajo de campo para conocer de cerca el problema, y lamentó que esto no suceda siempre así. “Solo salen en brigadas diurnas y nocturnas, y lo único que suelen hacer es contarlos por grupo: niños, niñas y jóvenes”.

Fotografía: Gustavo Alfonzo

Población sin muchas esperanzas de vida 

Con la activista coincidió, en gran parte, Ricardo Fletes Corona, académico de la División de Estudios Políticos y Sociales, del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH). Expresó que hay una falta de visión de derechos humanos sobre los niños en y de la calle, ya que los padres y madres de estos menores de edad deberían ser apoyados para cumplir de mejor manera su función de criar a los niños y niñas.

Estos chicos y chicas tienen derecho a que todas sus necesidades educativas, de diversión y recreación sean cubiertas de manera plena, satisfactoria y con calidad.

“Cada niña o niño de la calle evidencia una falla en los mecanismos de atención a esta población: no son suficientes. No lo eran antes de la pandemia».

«Yo conozco a los programas DIF o varias de las organizaciones no gubernamentales que trabajan con menores de la calle, y siempre han tenido restricciones en los recursos económicos y humanos”.

“Llama la atención que el personal de programas de atención a la infancia, del DIF, no ha incrementado. Este año debieron haber aumentado la cantidad de profesionales, promotores infantiles comunitarios de ambos sexos, además de las y los educadores que atienden a la población que sale a la calle”.

Niños de y en la calle, producto de la pobreza

El investigador distingue entre lo que es un niño o niña de la calle y en la calle. En el primer caso, ha roto los lazos de comunicación o de convivencia permanentes con la familia, y vive y sobrevive en la calle, se junta con un grupo de amigos, habita en una casa abandonada, en un hotel barato o espacio público en que se puede resguardar.

El segundo caso, el niño o niña en la calle, es aquel que realiza actividades en la vía pública algunas horas del día o ciertos días a la semana, pero regresa al núcleo familiar cotidianamente.

Describió que detrás de los niños y niñas de la calle está la pobreza económica y social, esta última  comprende a aquellas personas con escasas relaciones con amigos y parientes, que les permitirían solventar de mejor manera las situaciones difíciles, además de tener poco contacto con instituciones como pueden ser iglesias, universidades, centros de atención como el DIF u organizaciones no gubernamentales.

El investigador externó que ante el incremento de la pobreza que se espera en América Latina, a raíz de la pandemia, es posible un aumento en la población de niños y niñas de la calle, ya que muchos padres y madres como estrategia de sobrevivencia sumarían a sus hijos e hijas al trabajo en la calle.

De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se calcula que en Latinoamérica la población de pobres a raíz de la pandemia podría incrementar en ocho millones y hasta doce, dijo el investigador, y calculó que México podría contribuir en ese crecimiento con dos o tres millones.

Foto: Gustavo Alfonzo

Del campo a las calles de la ciudad

La situación no es fácil ante la migración del campo a la ciudad que se está registrando en el Área Metropolitana de Guadalajara (AMG). Se trata de personas que han sido expulsadas de las zonas rurales por la sequía y la pandemia, y son estos núcleos generadores de población de la calle que abarca a personas de distintas edades, incluso adultos mayores.

Destacó que en el caso de la población indígena, a diferencia de los mestizos, tienen fuertes lazos de cohesión familiar, y es más difícil que un menor indígena rompa con el núcleo familiar. “Si los hay, pero son muy pocos”.

El investigador indicó que “si antes de la pandemia se había logrado una reducción del trabajo infantil, y la población de calle estaba incrementando de manera leve, ahora con el COVID-19 nos dejó al desnudo, ya que muchos de los apoyos sociales son insuficientes ante un número mayor de personas que requieren de los mismos”.

Invisibles hasta en los números

Explicó que se ignora el número exacto de niños y niñas de la calle. Un conteo hecho en 2018, arrojó mil 082 en diversos puntos del AMG, tanto de calle como en la calle. En el 2014, en un estudio que se hizo para el municipio de Guadalajara, fueron contabilizados 762 en las dos modalidades.

Se han detectado 258 niñas, de los  mil 082 de ambos sexos contabilizados.

“Al parecer, el porcentaje de población femenina en la calle y de la calle ha aumentado lenta y permanentemente».

«En el año 1986, cuando yo trabajé en el DIF en un programa de atención a niños y niñas de la calle, difícilmente llegaban al cinco por ciento las que andaban o trabajaban por la zona de San Juan de Dios, el centro de la ciudad y por la antigua central camionera”.

Insistió que se trata de conteos, no de censos. Para hacer los conteos se trazan rutas en la ciudad sobre las que hay más personas de calle, pero hay vías transversales a las avenidas donde puede también pernoctar y vivir población de calle, que no son consideradas en los conteos, por lo que podría haber más niños y niñas de la calle. Un factor a tomar en cuenta es la movilidad de esta población. “Por ejemplo, están en San Juan de Dios, y luego se mueven a la colonia Constitución, y no es sencillo registrarlos”.

Observó que hay detectados casos de menores que se quedan a vivir en la calle desde los ocho años, pero siempre acompañados de otro que es un poco mayor. La edad de inicio de la vida en la calle también ha ido bajando, en los años ochenta podían encontrarse a partir de los once, era difícil detectar de menor edad.

Foto: Gustavo Alfonzo

A los veinte años, ya son veteranos

“Mueren de sobredosis, de infecciones fuertes y diarreas graves, que podrían resolverse en otras circunstancias. Hay que recordar que tienen un sistema inmune bastante precario. No descarto que algunos hayan muerto ya de COVID-19, sin saber que tienen esa enfermedad. Fallecen también por intento de asalto o robo y ajuste de cuentas entre ellos”.

Entre los menores de la calle son frecuentes los embarazos adolescentes y los abortos, y peligran con padecer enfermedades de transmisión sexual, incluso suelen presumir “ya tuve tal enfermedad, pero me alivié”.

Las y los menores aprenden a sobrevivir con los valores que imperan en la calle, y es por eso que hay quienes se llegan a dar cuenta que su cuerpo puede ser una moneda de cambio para conseguir droga, refugio e incluso afecto.

«En cierta ocasión escuché a una menor que decía: ‘Yo con una relación sexual saco dinero para una semana’. Es triste, pero sucede».

“En ese momento de sus vidas se están construyendo como seres en sociedad, y los modelos que tienen en la calle son generalmente personas con muchos problemas de integración social: que pueden ser adictos a alguna droga y pueden ser personas que se dedican a robar”.

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