Me acerco a recibir este premio con una parvada de palabras dándome vueltas en la cabeza: “No sigo el camino de los antiguos. Busco lo que ellos buscaron”. Me las repito a solas, en voz baja, casi como una justificación ante la comunidad universitaria y cultural de Zacatecas y frente a los admirables colegas que han visto suficiente mérito en mis poemas para distinguirlos tan honrosamente. Lo diré de una vez: como poeta, como escritor, no me parece tener más virtud que la perseverancia.
Vine por primera vez a Zacatecas hace treinta y un años. Vine, además, a este mismo festival, en esta época del año. Viajé con el poeta Raúl Aceves por la vieja carretera que atraviesa la barranca de Huentitán, mejor conocida como Cañón de Juchipila desde la perspectiva zacatecana. Yo tenía entonces 19 años y había recibido como un gran honor que los editores de los legendarios Cuadernos de Praxis / Dos Filos publicaran, sin conocerme, mi segundo poemario.
En aquel viaje tuve la fortuna de conocer a poetas, tanto zacatecanos como de otras partes de México, a quienes me gusta considerar mis amigos, como Gabriela Turner Saad, Juan José Macías, José de Jesús Sampedro y José Francisco Conde Ortega. Recuerdo igualmente con mucho afecto, sin poder contener la emoción, a otro invitado de aquel festival: el poeta, políglota sorprendente y amigo de gran calidez Enrique Servín.
Junto con Servín y Aceves recuerdo haber asistido al acto de premiación de aquel festival. Al recibir, en aquel diciembre de 1990, el premio que yo recibo ahora, el poeta Fernando Ruiz Granados leyó algunos de sus poemas. En cierto momento, sin que yo conociera la poesía de Ruiz Granados, me sonaron conocidas estas palabras, incorporadas al texto como una especie de cita no declarada: “No sigo el camino / De los antiguos / Busco lo que ellos buscaron”.
Aquella misma noche, hablando con Enrique y Raúl, traté de recordar de dónde venía esa declaración bimembre a propósito de la tradición, la herencia y los motivos de búsqueda que pueden ligar a un poeta con sus antepasados. Aceves, con su conocida sencillez, dijo no reconocer aquellas palabras. Enrique me ayudó a postular una hipótesis: eran palabras, tal vez, del gran poeta Matsuo Basho. Yo, sin embargo, suponía que formaban parte de un poema, y no pude localizar ningún poema de Basho que las contuviera. Lo cierto, como vine a saber después, era que constituían un enunciado en prosa que Octavio Paz, traductor de Basho, citaba en uno de sus grandes ensayos acerca de la poesía japonesa. Fue necesario recorrer una pequeña galería de figuras, libros y reflejos para saber, al fin, de dónde venían las frases que le habíamos oído leer a Ruiz Granados. Ahora pienso que, de alguna forma, ese pequeño desafío me incitó —como algunos otros por aquellos años— a emprender el camino de la crítica literaria, que al menos para mí es la hermana gemela de la vocación poética.
Hoy, cuando pienso en aquel año de 1990, reparo en que acababa de aparecer la segunda edición de las Obras de Ramón López Velarde preparadas por José Luis Martínez, esto es: la edición más completa con que contamos los lectores y estudiosos del poeta zacatecano. Además, esos días de diciembre fueron, por así decirlo, la víspera de mi primer encuentro con quien se convertiría en uno de mis amigos más queridos y admirados, Ángel Ortuño, apenas comenzando enero de 1991, ya de regreso en Guadalajara. Ángel murió el 24 de septiembre pasado. López Velarde falleció, por su parte, hace cien años, en 1921. Enrique Servín fue cruelmente asesinado hace un poco más de dos años en el centro de su querida Chihuahua, en un acto de incalificable crueldad que sigue horrorizando y lastimando a quienes lo conocimos. Yo no puedo sino asociar las muertes de Servín y de Ortuño con aquella muerte, inesperada también, que ocurrió hace cien años y fue vivida por quienes rodeaban al poeta de Jerez como una catástrofe y una terrible injusticia.
“No sigo el camino de los antiguos. Busco lo que ellos buscaron”. El honor de recibir este premio está, en mi caso, íntimamente relacionado con el recuerdo de los amigos que han muerto y con la conciencia de lo que López Velarde ha venido a significar en mi vida.
Zacatecas, 3 de diciembre de 2021