El documental que se estrena esta semana en salas cinematográficas cuenta las historias de jóvenes llamados colectivamente “Ernesto”, quienes se inician en el uso de las armas y el homicidio a sueldo como instrumentos del crimen organizado
La intimidad lograda por el director Everardo González en documentales como La canción del Pulque, Ladrones Viejos o La libertad del Diablo nos arrastran a conocer sin intermediarios las motivaciones de los protagonistas, quienes, en su último documental Una jauría llamada Ernesto, explican no sólo cómo se mata siendo un niño, sino cómo enfrentan esta encrucijada de su vida para seguir siendo personas.
El documental cuenta las historias de jóvenes llamados colectivamente “Ernesto” quienes se inician en el uso de las armas y el homicidio a sueldo como instrumentos del crimen organizado.
El trabajo de Everardo González carece del glamour del Chapo Guzmán ni ostenta vehículos furiosos o mujeres voluptuosas. Ni se embelesa con la sangre o la violencia: muestra la vida de niños y muchachos que nos topamos en las tiendas, en el centro de las ciudades, que se nos emparejan en los semáforos.
“Sus vidas se parecen bastante a las nuestras. Si te das cuenta se parecen bastante en la cotidianidad de cualquiera de nuestros hijos, su vida no es tan distinta en muchos sentidos, la gran diferencia es el gran peligro de las armas en manos de los jóvenes, que los convierten en armas letales, y eso es lo que tiene que discutirse”.
En el contexto de las voces juveniles de «Ernesto», con acentos de diversos rincones geográficos, hay cualidades expresivas y reticencias propias del testigo o del protagonista que encuentra en las armas un medio para restar las diferencias.
“Eso es importante, porque a eso es lo que aspiran muchos jóvenes. Hay que preguntarnos: ¿qué hemos hecho como países para que un muchacho necesite un arma para empoderarse y sentir que ya no es la víctima de este sistema?”, compartió el director.
Se trata de un fenómeno identificable y replicado que, sin representar el inicio o final, se colorea desde la frontera norte, recorre toda la geografía mexicana y alcanza las naciones centroamericanas, continúa por Colombia, Venezuela y hasta Brasil, incluso más lejos.
“Es una historia que se replica en nuestros países donde jóvenes armados sirven como infantería y brazo armado de las corporaciones criminales que nadie está frenando y que nadie está metiendo en cintura. Por eso responsabilizo a las fuerzas del orden público en su incapacidad para ofrecer un mejor futuro y para eliminar la posibilidad de la tenencia de armas en manos de menores”.
Porque ni las armas ni el dinero de las ejecuciones les garantizan a los muchachos una posición como capos o jefes, ni llegan a amasar riquezas, sólo cargan un presente punzante que los obliga a interpretar una máscara para matar y, después, en el encierro, sacar las emociones.
“Esto es hablar de toda nuestra construcción de masculinidad: el que se quiebra es mal visto, el que se quiebra no sirve y es algo que debemos reflexionar: ¿qué hemos hecho como sociedad para que los chicos sientan que no se pueden quebrar: todos los que nos construimos como varones sabemos qué es eso”.
Para Everardo González se trata de la gran contradicción de América Latina que, sin tener guerras con otros países, mantiene guerras internas que emplean a los jóvenes como brazos armados quienes son las principales y primeras víctimas de esas luchas ajenas.
La película no es un llamado social o político para atender las causas que originan esta especie de leva del crimen organizado, sino la ventana para ver a los protagonistas como nuestros, no como la construcción social que los deshumaniza.
“No es necesariamente un llamado, no deja de ser un testimonio real o simplemente una película, pero espero que quien la vea, por lo menos se dé cuenta que esos muchachos también podrían ser nuestros muchachos, que no son esos monstruos construidos que nos pinta México: son muchachos que vienen de nuestros entornos”. dijo.
Ante el vértigo de los muchachos en frases como “o me muero aquí o algo sale chido”, “el futuro es topar pared”, “no hay reversa” o “el infierno está aquí”, surge otro camino en la encrucijada: la reflexión y búsqueda de espacios rescatables de la propia vida.
Para la filmación del documental se empleó una cámara-escorpión, un artefacto que permite al espectador ver a los protagonistas en su vida diaria, donde conviven con sus amigos, pasean en motocicletas, manipulan armas, entre otras acciones.
El documental fue producido por Animal de Luz Films y Artegios en coproducción con N+ Docs y Films Boutique.
El documental Una jauría llamada Ernesto fue estrenado en la edición 38 del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG), donde obtuvo una mención especial por el jurado.
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