Odas a las madres

Muchos poetas han dedicado por lo menos un poema a su mamá, sin embargo es en la literatura y el ensayo donde más se ha ahondado en la figura de las madres

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Foto: Gustavo Alfonzo

I

Una oda a las madres trasciende a los poemas comunes y también a algunos poetas. Porque puede ser “testimonio” de época en relación a cómo son consideradas por la sociedad y los literatos. Esta condición “reflectora” es una característica de la literatura. 

Hay cantos laudatorios no dichos con la voz y canciones que no alcanzan nivel poético. Para el ámbito de las emociones la libertad impera y cada “escribiente”, declamador o “declarante” la asume, la estropea o sale airoso en su intento de elogiar a la madre y de paso a los hijos e hijas de ésta.

No estoy convencido si por fortuna “El brindis del bohemio”, de Guillermo Aguirre y Fierro, ya no emociona a las nuevas generaciones. Tampoco me consta si las antologías estilo “Mil poemas consagrados”, “El declamador sin maestro” o similares, aún incluyen a “Paquito”, de Salvador Díaz Mirón, a “La guaja”, de Vicente Neira, y por supuesto, a otros de los tenidos como poemas vernáculos. Pueden servir para dar el “salto” a expresiones más logradas.

Aquel verso que afirmó “Y nueva inspiración llegaba a todos los cerebros”, es la constancia de la cantidad de poetas que han escrito al menos un poema dedicado a la madre o las madres. Uno o más, con otras sintonías. La enumeración es amplia: Vicente Riva Palacio, Alfonsina Storni, Pablo Neruda, Miguel de Unamuno, Mario Benedetti, Octavio Paz, Jaime Sabines…, y hasta un libro completo de Gabriela Mistral.

Hay muchos, bohemios o no, que siguen agregando poemas al pebetero de la rendición de homenajes o solicitud de cuentas. A la “alcancía” que acumula el sentir o los sentires de los tiempos en que el poeta vive, el tono de su voz y la sinceridad con que la declara.

Poetas y poemas que van de lo edulcorado a una emoción en equilibrio, a ponderaciones creíbles, a metáforas y figuras que no escaldan la lengua ni atosigan la sensatez.

II

La poesía no es la plataforma para el análisis de los perfiles de las madres (hay de muchas “categorías”), de las de ayer y las de ahora. Para ello acudimos a los clásicos en el tema: Samuel Ramos (1897-1959), Santiago Ramírez Sandoval (1921-1989) y Octavio Paz (1914-1998). Completan el cuadro de analistas sobre este asunto, Roger Bartra Muriá (1942), Marta Lamas (1947), Carlos Monsiváis (1938-2010).

Samuel Ramos con Perfil del hombre y la cultura en México se convierte en pionero en el tema. Es comprensible que no haya logrado un mayor panorama al respecto, pero abre camino a antropólogos sociales, sicoanalistas y sociólogos para que investiguen más.

Con recursos de la ciencia y una metodología más eficiente, Santiago Ramírez Sandoval, autor de El mexicano. Psicología de sus motivaciones, y de Infancia es destino, se introduce en las brumas y ambivalencias en torno a la madre (las madres), en medio de amores-odio, al interior de triángulos en que el hijo busca en su pareja a la progenitora y en la virgen de Guadalupe a la entidad sin mancha y que además protege. Madres que vuelcan su afectividad en los hijos, porque ya perdieron interés por el esposo. Mujeres-madre que sufren la misoginia y el machismo del que no son totalmente ajenas a su fomento.

Octavio Paz, principalmente en El laberinto de la soledad, redondea el análisis del importamadrismo (“me vale madre”), el “nos dieron en la madre”, el “a toda madre”, en un discurrir que disecciona el escenario: somos producto de la indígena violada (“la chingada”) y no logramos superar los traumatismos subsiguientes. Nos lastima la agresión y ofendemos con mentadas, como si fuésemos barro que no estuvo en un vientre similar.

Roger Bartra, Marta Lamas, Carlos Monsiváis… en artículos, capítulos de libros y conferencias, participan y aportan en este debate polémico y trascendente.

III

Ave Guadalupe

Ave Guadalupe

suavidad en los dedos al dar alpiste a pájaros en jaula

tersura en la voz al decir a los barrotes

el poema de ese día.

 

Creíamos que les recitaba su fe

y oímos el discurso de la celda:

–“la domesticación nubla los ojos”–

–“el alpiste fácil emblandece el pico”–

–“la libertad se asume en el barbecho”–

o algo semejante.

 

Estas y otras oraciones fueron trasfondo de una altitud

frente a la vida:

rechazar la jaula exige una vocación de canto

un amor sin rejas.

[…]

Ave Guadalupe fue tan buena, que la cólera de dios no logró amargarla. Iba al templo para regresar con el rostro convertido en luz, porque esa luz entró con ella al recinto solemne. Bien pudo llamarse Faro.

 

Ave Guadalupe fue tan bondadosa

que así consideró a los otros

incluso a dios

al que atribuía bondades:

besa a quien lo requiere y busca en tu mirar

un abrazo en la mañana.

(Miguel García Ascencio, En tanto el sol amanece, 2013, La Zonámbula. Fragmentos de poema dedicado a María Guadalupe Ascencio).

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