Óscar Chávez, «El Estilos»

El coronavirus llevó a la muerte, el pasado 30 de abril, al cantautor mexicano, a la edad de 85 años. Luchó desde su canto por un México justo, y dejó canciones memorables, algunas de las cuales han sido un canto prohibido para la juventud posterior al 68

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Siempre muchacho, mejor dicho, amuchachado, Óscar Chávez (Ciudad de México 1935—2020) llenó a México durante décadas con su música de protesta. Cualquier canción, hasta la más inocente, si salía de su boca tenía (o tiene) un dejo subversivo; y para él era un halago. Eran los finales de los años setenta cuando Óscar, guitarra en mano, consolidaba su carrera y cantaba versos de Pablo Neruda o parodiaba la letra de La casita.

Muchos de mi generación cantamos “Por ti”, esa bella canción autoría de Chávez acompañados por los primeros tequilas en la vida: “…por ti/ me ha dado por llorar como el mar/ me he puesto a sollozar como el cielo/ me ha dado por llorar…”. Su voz gruesa, con un tiple de vez en cuando, era un canto prohibido que hizo presencia en la juventud posterior al 68.

Eran, para mí, los tiempos de la prepa cuando escuché sus canciones y miré Los Caifanes, película dirigida por Ibáñez con guión de Carlos Fuentes. Ahí Chávez encarna al Estilos y canta “La niña de Guatemala” —versos de José Martí— y a cappella, en la bodega de la funeraria, “El pájaro y el chanate”. El lenguaje de barrio, la música (inolvidable el vals “Olímpica”) y los fragmentos de la poesía de Manrique, Lope y Santa Teresa, hacen intersección en una película ahora de culto y cuyo personaje principal es la Ciudad de México. Su trabajo en esta película le valió el sobrenombre de El Caifán mayor. A manera de apostilla, Carlos Monsiváis es en la película el ebrio Santo Clós.

Allá, tras las fronteras, por aquellos tiempos de finales de los setenta del siglo pasado, las dictaduras militares gobernaban muchos países de Latinoamérica con el beneplácito de los políticos de derecha: Pinochet en Chile, Videla en Argentina, Stroessner en Paraguay, Banzer en Bolivia, Somoza en Nicaragua, Bordaberry en Uruguay, Duvalier en Haití… Y en México estaba el PRI con “La dictadura perfecta”, como la definió posteriormente Vargas Llosa. Decir Cuba en aquellos tiempos, para las mentes «ensotanadas», era blasfemia; incluyendo el nombre de Sergio Méndez Arceo, el obispo bueno de Cuernavaca, el Cura Rojo. En medio de ese conglomerado de posiciones y pasiones políticas, Chávez cantaba “Hasta siempre”, comandante, de Carlos Puebla: “Aquí se queda la clara,/ la entrañable transparencia,/ de tu querida presencia,/ Comandante Che Guevara”.

El coronavirus llevó a la muerte, el pasado 30 de abril, a Óscar Chávez a la edad de 85 años. Luchó desde su canto por un México justo. En La Mañanera del 1 de mayo, López Obrador recordó al maestro. “Que les parece —les consultó a los reporteros—, vamos a escuchar… A ver si pueden poner una canción de Óscar Chávez. A ver, ‘Por ti’. Tiene una que es una crítica a los políticos, esos que se hacían sus casitas en Las Lomas cada seis años, ‘La casita’. O una dedicada al Che que es buena también. O ‘Macondo’”. Y la voz del cantante, que lo hizo en el Auditorio Nacional o en Bellas Artes, como también en barrios, universidades o sindicatos de trabajadores, se escuchó en Palacio Nacional.

Al conocer su fallecimiento los homenajes empezaron. “Murió Óscar Chávez” se dijo con pesar entre los teatreros, músicos, cinéfilos y, sobre todo, su público; ese es el verdadero respeto. El México en el que murió aspira a otros rumbos y la derecha con ferocidad añora sus antiguas regalías.

Cuatro versos de una de sus canciones hacen síntesis del pensar de Óscar Chávez: “Se vende mi país con todo y gente./ Se vende la palabra independiente./ Yo no lo vendo no, porque lo quiero,/ yo no lo vendo no, mejor me muero”.

 

 

 

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