Cuando conocí a Víctor Manuel Pazarín éramos de la misma edad y de la misma región, el Sur de Jalisco. No sé cómo estuvo que se rezagó, y mucho. Un día leí que tenía un año menos y, tiempo después, en la presentación de uno de sus libros, ya eran dos. Cuando fuimos jurado en el concurso de cuento en San Gabriel, su rezago era de escándalo: tres años; lo dijo con serena beatitud. Sospecho que ya eran cuatro cuando se fue de viaje sin despedirse de sus amigos. Lo hizo, se supo de inmediato, sin maleta y sin libros. Me quedé con algunas palabras que le quise decir: “Oye, si le sigues restando voy a pasar de amigo a padrino de confirmación”.
Su temor a las alturas era evidente. Si acaso cerca de la ventana y con protección. Una vez me visitó en mi trabajo. Dejó de hablar y se quedó mirando una foto. Ahí los ingenieros están en lo alto de un silo de concreto. Es Colima, a lo lejos bruñe el verdor de las palmeras.
“Ni de chiste me subo. Luego me entran las ganas de pegar el brinco. Más bien le tengo miedo al brinco”, dijo con seriedad”.
Postergamos sin razón seria varios proyectos. Uno era colocar la foto de don Alfonso Reyes en un altarcito y poner, al pie, un cepo. Arriba, un letrero: Para el culto. El sitio: El jardín del Santuario. Otro, y de temer, fue a principios de los años noventa del siglo pasado. El CD Romance de Luis Miguel estaba en todo su auge. Una figura del cantante, la recuerdo de tamaño natural, promocionaba el éxito; y se lucía a la entrada de Casa Lemus en 16 de Septiembre en Guadalajara. Una tarde, madokeando, entre taza y taza de café, acordamos robarnos el mono. Correríamos con él hasta Aranzazú y de ahí vuelta hasta El Expiatorio, el punto de reunión. Todo: el robo, la persecución, la posible cárcel y los periodicazos nos servirían para escribir un cuento.
El primer proyecto se vino abajo porque un poeta nos dijo que esa operación recordaba el poema “El poeta del jardín” de Ricardo Castillo. El segundo, fue el destino. Nos tomamos unas cervezas en La Alemana (para el valor). Cuando llegamos a Casa Lemus estaba el mono doblado en cuatro, esperando el bote de la basura.
El nombre de Gabino Pazarín, ascendiente de Víctor Manuel, está inscrito, junto con otros, en el medallón de la puerta de Señor San José, la catedral de Ciudad Guzmán. No recuerdo si era su abuelo o bisabuelo pero ese señor y los que ahí se enlistan cooperaron con pesado efectivo para la construcción de la parroquia Josefina de Zapotlán el Grande, ahora la Catedral. El cronista de la ciudad me envió un texto sobre el tema: “…don Gabino aparece en la puerta frontal del lado de la nave de Señor San José y eso no es cosa menor. Y de pilón al lado de Guillermo Jiménez”.
Hace tres años enfermé de gravedad. Recibí como dos o tres llamadas de Pazarín antes de la operación.
“No te preocupes —me dijo—. Todo va a salir bien. Acuérdate, Dios sólo se lleva lo bueno”.