OCTAVIO YBARRA La docencia entre trazos de colores

Con plumón en mano el profesor del CUCS imparte sus clases con un peculiar estilo que incluye referencias a memes, datos culturales y mucha medicina

El blanco es el color más común en las aulas del Centro Universitario de Ciencias de la Salud (CUCS). Está en las paredes, en los escritorios, en el piso que acaban de limpiar, en las batas de los alumnos, pero esa pulcritud no dura cuando el profe Ybarra llega al salón. El color se apodera de los pizarrones y aterriza en los apuntes de los futuros médicos.

Cuando empieza la clase, la voz de Octavio Ybarra acaba con el silencio del aula y el ruido afuera casi parece inexistente.

Un segundo y un rápido movimiento bastan para que el profesor arroje sobre su escritorio sus herramientas de trabajo: decenas de plumones que salen expulsados de su morral como un arcoiris que invade una realidad monocromática.

“Mi clase tiene tres objetivos: número uno, demostrarles que la medicina no es aburrida y no es difícil, los malos maestros nos la hacen aburrida y difícil. Dos: la ciencia médica puede ser un verdadero hobby, un buen pasatiempo”, cuenta.

“Y número tres: los estoy enseñando a ser profesores, para que en algún punto cuando terminen y tengan la curiosidad o la inclinación por la docencia mi método sea de ellos y a su vez le pongan su toque”.

Las clases del profesor Ybarra están llenas de colores, referencias a memes, información cultural y dibujos

Las clases del profesor Ybarra están llenas de colores, referencias a memes, información cultural y dibujos, aunque a veces es difícil seguirlo con la mirada, porque no se queda quieto en el salón.

Deambula de un lado a otro del aula desgastando las suelas de sus tenis Converse azules, hasta que se detiene frente al pizarrón y escoge un color diferente para detallar algunos usos de los antiinflamatorios.

Elige naranja para la palabra “Fiebre”, el morado para “Dolor” y un azul tenue para “Inflamación”. Con el rosa empieza a desglosar las características de las inflamaciones y en azul marino escribe “Rojo”, “Hinchado”, “Caliente”, “Dolor”.

“Es conectar con los muchachos y con la realidad que tienen aquí y ahora. Si llegas y les hablas solamente de medicina los vas a aburrir, pero si involucras más cosas, haces las clases lo suficientemente interesantes. En mi opinión, un buen maestro tiene que lograr que el estudiante agarre los libros y estudie por su cuenta, por interés, por diversión auténtica”.

En opinión del profe, un buen maestro tiene que lograr que el estudiante agarre los libros y estudie por su cuenta

El profesor Ybarra es de esos docentes que enseña con el ejemplo, y después de tapar el plumón azul marino y hacer referencias al anime One Punch-Man la lección continúa. Mientras sus alumnas se apresuran a tomar apuntes, o dibujan notas, él sigue con la clase de Farmacología sin dejar de rascarse el antebrazo izquierdo.

“¡Miren, chavalas! Está rojo, tiene una temperatura diferente, duele un poco y ya va a empezar a hincharse”, dice antes de mostrarles en primer plano su brazo a las alumnas, con los efectos de la fricción sobre la piel, sobre su piel.

“Los alumnos son muy receptivos, a ellos no les interesa si el profe tiene una maestría o un doctorado en Harvard. No, lo que les interesa es ver que el profesor tenga interés, que disfrute su clase, porque el profesor es el reflejo de lo que nosotros como alumnos vamos a ser en 10 o 15 años”.

En la cuerda floja

Octavio Ybarra no se imaginaba como docente frente a estudiantes. Años atrás, antes de terminar su licenciatura, este maestro dudó si seguir en el mundo de la medicina al sentirse abrumado con las exigencias de las clases y la competitividad. Llegó a sentirse “en la cuerda floja”.

“Eso me hizo entrar en una cuestión de saber si estaba en la carrera correcta, si lo mío era la medicina, porque esto era un idioma nuevo, la ciencia médica es un idioma enorme y para alguien que viene completamente en ‘ayunas’ de eso, es pesado, abrumador, y más si tienes una edad como mis muchachos, 18 o 19 años, te empiezas a cuestionar todo”, afirmó.

Pero el camino docente de Ybarra se afianzó cuando entró a la clase del profesor Jaime Arias Amaral, quien le contagió esa pasión por la enseñanza que años después replicaría frente a sus propios alumnos.

“La inspiración del doctor Arias no solo salvó mi carrera, sino que me hizo interesarme auténticamente por la docencia. Su método, su forma de dar clases… de hecho mi clase está basada mucho en su método y precisamente gracias a él disfruto muchísimo la docencia”, compartió.

De vuelta al aula, Ybarra continúa con el repaso en el pizarrón de su clase de Farmacología; traza líneas que relacionan un concepto a otro, cambiando hábilmente entre alguno de los 25 plumones que carga consigo y, en medio de las explicaciones, nunca olvida poner una carita feliz a los dibujos que ilustran los apuntes médicos.

Tampoco olvida detenerse para ver si hay preguntas. Está consciente de la cantidad de información que acaba de compartir y, una vez más, da unos minutos para que las alumnas tomen apuntes, tracen sus diagramas, repliquen los dibujos —con todo y caritas felices— y lancen sus dudas.

El más inexperto del salón levanta la mano y, con apenas una hora en clase de Farmacología y unos pobres apuntes, hace un par de preguntas sobre el paracetamol y otros fármacos.

Las otras alumnas voltean con timidez y seriedad al escuchar la pregunta, como si la misma duda hubiera surgido por todo el salón, satisfechas al saber que no eran las únicas con preguntas. Después voltean con el profesor Ybarra para escuchar la respuesta y plasmarla en sus libretas y tablets a la espera de que la clase prosiga.

“Lamentablemente, a veces muchos maestros no tienen una pedagogía o una metodología que conecta con los estudiantes, a veces por costumbre o por su formación hablan de términos demasiado específicos, demasiado técnicos, asumiendo que tú ya los conoces, y eso te angustia, te angustia más y puedes entrar en ansiedad”, menciona Ybarra.

Se acabó la clase del profe Ybarra

Parece que la hora de clases durara apenas unos minutos, aunque el pizarrón lleno de conceptos, líneas, palabras y dibujos de pastillitas que saludan con la mano diga lo contrario.

Casi son las 11 de la mañana y fuera del aula de Ybarra el ruido vuelve a existir junto a decenas de alumnos que buscan el salón de su próxima clase o que se acercan a saludar al profesor de Farmacología.

“¡Vengan, estamos haciendo un repaso de los antiinflamatorios!”, les dice.

“No gracias, profe. Es que tengo clase con usted a las 11 en el salón de arriba y luego no alcanzo lugar, se llena”, le replica una estudiante con notable prisa.

El profesor aún recuerda que su primera clase “fue un caos”, con un proyector dañado, unas diapositivas desactualizadas y los plumones que se convertirían en uno de los símbolos de su peculiar estilo de enseñanza.

“Y así empiezo a utilizar los dibujos y más adelante me doy cuenta de que hay plumones verde, rojo, azul y negro, ¡uy, pues mejor! Los alumnos me dijeron que mejor aún, es mejor con colores”, expresó.

Al filo del cambio de hora, Ybarra da por terminada su clase de repaso. Las alumnas toman sus cuadernos y se dirigen a su próximo curso esquivando a los otros estudiantes que buscan saludar el joven profesor, que va guardando su veintena de plumones de colores.

“Básicamente, yo no vengo a trabajar, vengo a divertirme, a pasarla bien, a pasarla a gusto, a echar ciencia, a ‘atormentar niños’ desde temprano. Es un trabajo divertido y eso es lo que tenemos que hacer los docentes, divertirnos, pasarla bien”.

Con su morralito en la espalda y sus plumones guardados, el profesor se despide de todos y deja atrás la blanquitud del aula donde dio su clase para dirigirse a su próximo destino, perdiéndose en los pasillos del edificio O del CUCS.

Y como el profe Ybarra no es de los maestros que usa bata blanca, le resulta fácil camuflarse entre esos estudiantes que también elegirán la medicina como su futuro.

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