Poesía de cifrados espejos

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Surgida del Misterio, la poesía de Deana Molina, incluida en La suma azul,* nos exige, en primera instancia, abismarnos en nosotros mismos. Ya inmersos en ella, es la angustia —semejante a la provocada por las pesadillas— lo que encontramos en cada uno de los textos; éstos nos acogen y llevan a una realidad muy distinta a la que estamos acostumbrados. No valen las preguntas. No se incluyen mapas. No hay salidas sencillas y venturosas por las cuales nos podamos escapar. Hay, solamente, el camino; el sendero de pronto aparecido por donde ineludiblemente se debe caminar.
De la única materia de la que se sirve el poema, el lenguaje, está construido todo. En tanto material verbal, en cada frase, en cada palabra, en cada poema, somos interrogados sin que para ello las preguntas se incluyan, pues no son sino estancias emocionales y de pensamiento, lo construido; es material de sueños y, sobre todo, de pesadillas. Debemos avanzar, pero nadie nos puede ayudar si el temor —o acaso el terror— nos atrapa y nos deja ateridos. La verdadera poesía únicamente muestra y no da lecciones de nada. Es lo que es y no ofrece explicaciones, es lo que es y a eso debemos atenernos. ¿En la lectura no vale el grito y no se admite que nos detengamos? Hacer una pausa es perdernos. Es lo fatal.
Deana Molina —en realidad no es ella, sino su poesía— no tolera concesiones. Su materia es oscura, críptica, hecha de la misma sustancia que el Misterio (¿qué es en realidad el Misterio?, ¿alguien lo sabe?) El Misterio, para que en realidad se cumpla, sea, no puede ser revelado, no hay manera; solamente puede sentirse y ser vivido. Si alguna vez alguien descubre la verdad del Misterio, todos habremos muerto, y nadie habrá en el mundo para saberlo.

Presencias y espejos
Casa construida de cuatro habitaciones, La suma azul, desde su inicio ya nos inquieta y perturba, y parecería que nada entendemos, pues no da lugar al cómodo entendimiento, sino únicamente deja sentir la desgarradura, descrita en versos complejos para aquellos no acostumbrados a lo dificultoso, a los no comprometidos con la poesía. Y es que no hay asideros posibles una vez que se sumerge el lector en los textos de la poeta (quien nació en Mérida, hizo su vida en Sonora y ahora vive en Tonalá).
Los poemas de Deana Molina no tienen influencias visibles. Si acaso las hay, se advierte únicamente en aquel de ecos sorjuanianos en el que el juego verbal es su principio y su fin: “Si a la razón asiste /tan franca cuenta llevar /dónde entonces colocar /la memoria que persigue…”.
El libro es un oscuro “juego de señales”, en que las presencias y los cuerpos se pueden percibir únicamente a través de los espejos. Hay, por tanto, una cercanía y, a la vez, una constante lejanía de la realidad real, para encontrarnos con lo meramente mental, despierto por la vía de la pesadilla. Escrito en versos de rigurosa medida, se abre además su semejante en versículos que de alguna manera nos permiten entender que la lectura de La suma azul, puede realizarse muy bien siguiendo ambas frecuencias.
Hechos de constantes presencias, desde el poema inicial hallamos a quien:

Asoma, afila el cristal
de su rumor entre las hojas, muestra
un rostro contráctil, sonriente
de rigor y espuma…

Y nada sabemos de éste, sino más adelante: “…huésped de tiempo/ convenido, redención, cobijo /de cristales para el cuerpo /centro de alimañas, pesadilla /que perfora el alma /de frágil energía…”, algo que nada indica —ni siquiera más adelante del poemario—, pues al ser señalado es “Imposible otorgarle forma /en las formas conocidas…”
Esas presencias, surgidas aparentemente de los espejos, producen dolor, pues resultan perturbadoras, casi podríamos decir que enloquecedoras, ya que su materia vibrante logra que el lector, si de verdad es, no escape por ninguna vía. Es, pensando en imágenes, el libro de Molina, una especie de dédalo, en el cual vamos a la deriva, nos lleva a no sabemos dónde y, a cada paso, es desgarrador lo que escuchamos, lo que vemos y, por ende, lo que sentimos.
Es casi imposible describir este libro con una frase; a riesgo de pecar de ignorancia, aventuramos que lo que ocurre desde el comienzo de La suma azul, es una especie de infierno únicamente comparable al de la Comedia del Dante, pues son las almas y los pensamientos los que arden y se desgarran a cada paso, pero aún así, el gozo otorgado por la poesía es una delicia al oído, gracias al rigor al que está expuesto en su forma.
Se logra, al final del libro, la salvación, y es debido a la misma materia que construye al poema, al lenguaje, a la palabra, porque para Deana Molina “…del continuo laberinto /de mentira e inocencia: salve la paz el alma /de tiranos y de manos /salve la palabra…”; la palabra, único instrumento para que el poema surja y el ser nombre.

* La suma azul, CONACULTA /Apalba, 2006, prólogo de Luis Vicente de Aguinaga.

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