Raúl Fornet Betancourt es considerado uno de los más importantes filósofos de la cultura. Nacido en Cuba, en 1946, salió del país al estallar la revolución, obtuvo el doctorado en filosofía y letras en la Universidad de Salamanca, España. Actualmente es profesor de la Universidad de Aachen, Alemania, además de impartir cátedras en varias universidades europeas y de América Latina.
Su propuesta de interculturalidad es una teoría práctica para favorecer un verdadero y reflexivo diálogo entre culturas. Una interculturalidad “desde abajo”, desde las vivencias, exteriores e interiores, de cada individuo.
En su teoría dice que la interculturalidad no se mide por kilómetros, sino por “la memoria del relato”. ¿Puede ahondar en este concepto?
Con eso quiero subrayar en primer lugar que la interculturalidad no es un movimiento de distancias, de abarcar espacios, sino más bien un viaje hacia el interior del ser humano, comenzando por adentrarse en su propia memoria, descubrir qué tradiciones, qué relatos le han ido constituyendo. Es como empezar viajando por su propia biografía, rehaciendo y rememorando los acontecimientos que lo han ido construyendo. En este sentido hablo de memoria, memoria como un espacio interior que va configurando un rostro.
Esta práctica interiorizada, ¿cómo se relaciona con el otro?
Salir hacia el otro es salir con un rostro rememorado. En este sentido hablo de intensidad, de rescate de memoria, porque posiblemente la interculturalidad es antes de nosotros, y es posible que haciendo memoria de lo propio descubramos que este es el resultado de múltiples intercambios, de muchas comunicaciones entre distintas culturas, personas y vidas cotidianas. Antes de las culturas están las preocupaciones y la lucha por la vida de la gente, y en esta lucha por la vida hay unas comunicaciones primarias, muchas veces de solidaridad entre individuos que no se entienden a nivel de lengua, pero que ven la necesidad del otro y le acercan una mano.
¿Entonces la interculturalidad existe solamente como diálogo e intercambio entre individuos?
Yo distingo dos niveles: la interculturalidad como experiencia de vida, que es elemental, porque no hay experiencia de vida sin convivencia; en esta convivencia hay interculturalidad, porque en ella se cruzan distintas tradiciones, lenguajes y estilos, que la configuran. Nosotros entramos en una convivencia que ya existe, la heredamos de los encuentros que ha habido y la crearon. Después existe un segundo nivel, donde la interculturalidad es diálogo entre culturas establecidas e interpretadas, en el sentido que cada quien tiene una cultura de vida, pero al mismo tiempo tiene con ella una relación reflexiva. El diálogo intercultural en este nivel, es la comparación entre la interpretación o autointerpretación de las culturas. Hay que ligar estos dos niveles, y creo que lo que más distancia a las culturas son las teorías y no las prácticas interculturales.
¿Cuál es la relación entre estos dos niveles?
Prefiero hablar de la intercultura desde abajo, desde los seres que viven y padecen su cultura, porque una teoría intercultural en realidad siempre está retrasada, a diferencia de la cultura entendida como vivencias de los individuos. Hay un desfase entre el flujo vital de la cultura y la teoría que hacemos. Las teorías necesitan fijar símbolos para la identificación de una identidad, y al fijar separan esta simbología del curso de la vida.
¿Cuál es, en términos prácticos, la ventaja de analizar el diálogo intercultural a partir de las vivencias de los sujetos?
En el origen de muchas tradiciones hay cosas banales, casuales, y muchas veces sacralizamos tradiciones y las quitamos de su momento histórico. Por eso acentuó en la interculturalidad el momento de la contextualidad y de la historicidad. No hay que mantener una relación sagrada con las culturas y las tradiciones. Sagradas en el sentido de intocables. Las tradiciones han crecido de las prácticas y las necesidades de la gente, y es en esta lucha por la vida donde realmente se va formando la cultura. En este sentido las tradiciones ayudan a canalizar el sentido, a dar sentido a la vida. Son una orientación, pero no el punto final de una cultura, como creen muchos teóricos.
¿Esto favorece el diálogo entre culturas?
Esta manera de relacionarse con tu propia tradición es premisa para poder dialogar, porque te abre. Si tú dices: “Mi tradición es un camino para buscar el sentido, y no el sentido”, te puedes encontrar con otros que buscan su sentido por otro camino. Esta es la diferencia entre una cultura dogmática, que se cierra en su tradición y la considera sagrada: la frontera de la verdad más allá de la cual toda perspectiva es falsa. En cambio la tradición entendida como búsqueda, posibilita el diálogo, porque tus preguntas te llevan a interrogar a otros y a ti mismo.