María del Rosario Anaya Corona / UACI
Simone de Beauvoir preguntó alguna vez: ¿Qué es ser mujer? «¿Se trata de algo que segregan los ovarios?, ¿está colgada del cielo de Platón?, ¿bastarían unas enaguas susurrantes para que baje a la tierra?».
Escribir sobre las mujeres no es una labor sencilla, sobre todo cuando los formatos, los marcos teóricos, las epistemologías son construidas desde la visión del hombre. Las mujeres somos esa voz que los ecos masculinos han descrito en muy variadas versiones, plasmadas en la historia como esos respaldos que acompañan desde la parte posterior a un gran hombre, como alguna vez lo declaró Galeano.
Sin pretender restar al camino que han recorrido las que me antecedieron en las luchas por los derechos de los cuales disfruto, en este espacio pretendo hablar en particular de las huellas marcadas por mujeres que recorrieron los territorios de los pueblos originarios y de aquéllas que han sumado sus pasos desde la Unidad de Apoyo a las Comunidades Indígenas (UACI).
Trayendo a la memoria la mesa de planeación de la entonces Coordinación de Apoyo a las Comunidades Indígenas (CUACI), en un histórico 1994, en el silencio del Paraninfo Universitario voces femeninas se alzaban para expresar la necesidad de un espacio donde la palabra indígena pudiera obtener respuestas ante el inicio de la etapa neoliberal que pretendía la eliminación de los pueblos originarios.
De la mezcla entre la razón y el sentimiento, surgió la base de esta dependencia que se caracterizaría por la presencia de la sensibilidad de mujeres que han entregado tiempo, trabajo, análisis, solidaridad y fraternidad con un mundo que nos enseña una visión diferente a la aprendida en nuestra vida académica. Mujeres que han recorrido caminos de tierra para encontrarse de frente con una realidad utilizada en el discurso, pero que pocos comprenden: «la extrema pobreza».
Esa pobreza provocó el levantamiento de hombres y mujeres quienes expresaban que «ya no había nada más que perder, después de haberlo perdido todo: familia, tierras, comunidad».
Esa pobreza que margina y sólo la sensibilidad de una mujer identifica, comprende y se refleja históricamente.
Las mujeres que en ese tiempo formaron pilares y cuyos nombres aún resuenas en el aire: Ana Rosa Castellanos, Josefina Ramos, María del Rayo, Rogelia Justo. Maestras de muchas más que llegaríamos a formar parte de este espacio tan peculiar. Aquellas que nos enseñaron cómo entrar en una asamblea, en una ceremonia, cómo hablar de frente y con honestidad, cómo sentarnos a la mesa y compartir el alimento, cómo caminar para entender las distancias y el paso de un indígena.
Mujeres construyendo durante más de veinticinco años formas colectivas, donde dejamos de ser «ellas» y «nosotras» para convertirnos en «todas juntas», soñando con mejores condiciones y aprendiendo saberes, formas de vida, cosmovisión, vida familiar que se reflejan en la educación intercultural, la salud, la cultura, la economía solidaria, fundiéndonos en los procesos con el sello del «sentipensar» que nos remonta a nuestro origen.
Ser mujer en UACI ha sido buscar nuevos horizontes en la creación de instrumentos de diálogo cultural, impulsar la educación intercultural, brindar espacios dignos de recuperación de la salud, respetar formas de la diversidad cultural, incorporar formas alternas de economía; ser mujer UACI ha sido estrechar la mano de aquellas mujeres con las que compartimos la palabra, donde el alma se conecta buscando un lugar para confesar las ilusiones de un mundo mejor.
Ser mujer UACI es palabra, saber, sentir, pensar, es solidaridad, sororidad, es valor, es aprendizaje, es aventura de ser mujer, hija, madre, compañera, profesionista y amiga; pero ser mujer UACI es tener el privilegio de resguardar una historia del caminar de grandes y valiosas mujeres que han tenido el sueño de construir un mundo más equitativo y justo para todas y todos.