Sergio González Rodríguez

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El ensayista y periodista Sergio González Rodríguez es quien, en la FIL de Guadalajara 2015, recibió el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez. Al autor de Huesos en el desierto, un reportaje sobre las mujeres asesinadas en Juárez, y El hombre sin cabeza, crónica-ensayo sobre los usos rituales de la violencia, la realidad le interesa “por sus secretos y por la posibilidad de descubrirlos”, y a la vez “es un investigador privado que transcribe los hechos con el pulso trepidante de quien espera que la lectura modifique el desenlace”, ha dicho en su momento Juan Villoro.

En esta pasada FIL presentó su reciente libro, Los 43 de Iguala. México: verdad y reto de los estudiantes desaparecidos, el cual propone una lectura que rompe la división entre insurrectos y gobiernistas, buenos y malos, para comprender la crueldad que conlleva a la normalidad de lo atroz.

En tu nuevo libro dices que se debe hablar de lo que nadie quiere hablar…
El trabajo de investigación siempre tiene que guiarse por lineamientos muy precisos. Primero, en relación a los hechos acontecidos tratar de reconstruirlos, debe de haber un apego a eso. Luego ir hacia las causas, no sólo en cuanto a la mecánica criminal, sino también al contexto histórico, los factores que inciden y no aparecen notoriamente en lo que es la noticia, y ahí el reto de la investigación va creciendo. Ahí se da la posibilidad de lo interdisciplinario. Se tiende a esperar del periodismo simplemente, la crónica o el relato de lo sucedido, y la exigencia no va más allá. Por el contrario, la investigación periodística tiene que dar mucho mayor conocimiento e información. Tiene que crecer ese relato para dar puntos de vista diversos, para que el lector se forme críticamente una imagen más clara.

¿En qué medida hay carencia de estos lineamientos para mejorar el periodismo en México?
Hemos tenido una gran transformación por la revolución tecnológica que tenemos en la vida cotidiana que vivimos desde hace veinte años. Esto es favorable para la comunicabilidad en general, pero no nos ha dado lo que es el complemento, que es más conocimiento y capacidad crítica. Eso es lo que tenemos que exigir al periodismo en la actualidad.

¿El homenaje de periodismo que en esta ocasión recibes cómo lo asumes?
Es una responsabilidad y un honor. Pero es un desafío para tratar de hacer las cosas con bríos y de manera más aguda. Hay que seguir trabajando pero con renovación, para producir libros con mayor calidad, contra lo que nos quita la inmediatez de lo noticioso. Por el imperativo del impacto emotivo como único centro del flash noticioso. Todo cambia y se olvida; la amnesia, el velo de anestesia en la comunicabilidad contemporánea. El presente continuo que va olvidando cosas. Estamos conformados por una sustancia del espectáculo, y no hay lugar para la reflexión y el pensamiento. Hay que buscar otra línea que no sea la de la frivolidad y la trivialidad.

¿Cómo contribuimos los propios periodistas a la vacuidad informativa?
En la inadvertencia. Es una pulsión natural pero optimista y grata: “Ahora ya estamos todos hipercomunicados, qué bonito, cantemos juntos canciones”. Al final es algo superfluo y hasta deleznable, frente a retos enormes. Debemos estar muy atentos todos los días a lo que sucede en el mundo, y de pronto la normalización de la barbarie es lo que impera. Y no estoy de acuerdo. Ése es el reto del periodismo, volver a replantear las cosas a diario.

¿La cultura y el periodismo cultural advierten de la barbarie?
Es un muro posible para evitar la amnesia circundante en el mundo y para reflexionar. Es un límite que hay que tener siempre: cuestionar y criticar es un imperativo cultural. Esto es lo que ayuda a moldear al mundo de otro modo.

En El centauro en el paisaje dices que “lo espiritual ahora se llama cultura”…
La posibilidad de emplear la cultura para moldearnos como ciudadanos suele ser menospreciada. Por ejemplo: se elige simplemente la participación política en un partido, cuando si integráramos política con cultura tendríamos una visión más vasta. Tenemos que recuperar el participar por o en la cultura políticamente. Darle algo más que el aspecto ornamental, para que tenga un protagonismo político. Y no necesariamente tiene que ser ideológico o partidario. La participación ideológica se da de muchos modos, y es ahí donde la cultura nos ayuda a ver mejor todo.

En el mismo texto escribes que “los libros, como la medusas, las mujeres y los tranvías, llegan inevitablemente a cada quien”…
Hay algo fatal ahí, y está en la propia sensibilidad de las personas. Cuando tenemos una orientación a algo, todo se va congregando, es un magnetismo alrededor, el conocimiento lo es. Está en nuestra formación y la cultura y la literatura nos lo dicen.

Al recordar que  defines el origen como “la sombra circular” en tu libro El mal de origen, ¿crees que haya un destino fatal y oscuro en México?
Existe una zona de predestinación y fatalidad que está en nuestra carga genética, y que no podemos evitar como el origen. Pero hay una enorme zona de flexibilidad donde la vida de las personas se moldea de muchos modos. Ser consciente de hasta dónde es fatal y no cada quien, es el reto de toda persona. Entre las amplísimas coordenadas de origen y destino cabe la vida de cada uno y con los que nos relacionamos. El límite de la fatalidad es la capacidad de conocerla, para encontrar otras áreas de libertad.

En tus textos se encuentran los temas de violencia y maldad, ¿eso define tu escritura?
Me ha interesado el principio del mal, el principio negativo, y se hallan en mi obra. Sigo pensando que hay un aspecto teológico que me atrae particularmente; la lucha entre el bien y el mal. Son temas que trato de diverso modo y los detecto en la propia realidad. El mal es el abuso, la injusticia, la crueldad, la violencia desatada, y a eso me refiero.

Ejercer un verdadero periodismo en México parece cada vez más difícil por la censura imperante incluso a través de instrumentos legales, como la nueva Ley de Derecho de Réplica que pronto entrará en vigor…
Es el viejo tema de controlar a la prensa, la opinión, y coartar las libertades de expresión. Se debe combatir integralmente. La burocratización y la judicialización de la información es uno de los grandes lastres en un país supuestamente democrático como el nuestro. No podemos permitir que avancen ese tipo de legislaciones menores que atenten contra las normas constitucionales.

¿Los periodistas en el país están a la altura de los hechos?
Creo que sí. No en balde tenemos tantos periodistas asesinados y desaparecidos en estos años. Tenemos una enorme capacidad expresiva escrita y de fotoperiodismo. Lo que no sigue estando a la altura es la comprensión empresarial y corporativa de los medios de comunicación. Que se conducen como poderes salvajes, como dice Luigi Ferrajoli, es decir, poderes que tienen corrupción, política y concentración de capital en grandes corporativos, y que envilecen la comunicación y la sociedad con sus propios intereses.

Se sigue tratando al reportero como a alguien de segunda…
Sí. Es el gran problema, que no se entiende finalmente el gran papel de transformación que lleva consigo la comunicación, entendida como un proceso donde informas y formas el criterio de las audiencias. Se ha perdido esto para darle preferencia a la frivolidad y a la ganancia, sin ninguna responsabilidad frente a la sociedad.

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