Teatro con olor a café

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En 1988 Pablo Escobar Gaviria colocaba a Colombia en los titulares de los principales diarios internacionales. Gracias a aquellos años violentos, el mundo se enteraba del poder del cártel de Medellín y de su sanguinario líder, pero también de cómo la DEA extendía su presencia en toda América Latina.
En Colombia, en ese mismo año, el nombre de una mujer cobraba fama por motivos distintos. Fanny Mikey, actriz, productora y gestora cultural de origen argentino se atrevió a dar vida a un festival escénico provocador, uno que se apropiaba de una ciudad pintada con el fuego y la sangre del terrorismo.
Bogotá cumplía 450 años de fundada y aunque sus cielos se nublaban por el humo de atentados, Mikey decidió tomar al teatro como el mejor motivo para invitar a la gente a recuperar las calles y así festejar la vida en su ciudad. El llamado inaugural fue “Un acto de fe en Colombia” y a él respondieron no sólo los habitantes de la capital y su comunidad teatral, sino también grupos y colectivos escénicos latinoamericanos. Desde entonces, cada dos años Bogotá celebra el Festival Iberoamericano de Teatro, que del 23 de marzo al 8 de abril celebró su XII edición bajo el nombre de “La fiesta de las mil caras”.

El teatro, un acto de fe
Aquel distante acto de fe de los colombianos y de muchos artistas latinoamericanos, hoy se ha establecido como un poderoso ritual festivo que convierte a bogotanos y a muchos visitantes en romeros en busca de espectáculos de las mejores compañías del mundo. Así, confiados en los nubosos cielos de Bogotá, es posible ver hordas de jóvenes y viejos caminar dentro del margen montañoso de la capital para verlos llenar teatros y plazas con la intención de sorprenderse hasta el grito y de aplaudir, aplaudir mucho, porque la del teatro es también la cara de Colombia.
En 2012 el país invitado fue Rumania y su presencia demostró la calidad que caracteriza el teatro de Europa del Este. Pareciera que las violentas condiciones históricas que marcan a esos países, abonan al crecimiento de la creatividad e impulsan a sus artistas a correr mayores riesgos.
De entre la programación en la que aparecieron compañías de países como Australia, Suiza, Reino Unido, Serbia, República Checa, Estados Unidos, Japón, Italia, España e India, además de casi todos los países de América Latina, todas y cada una de las obras que Rumanía eligió para este festival fueron exitosas. El invitado de honor llevó a Bogotá clásicos de entre los que destaco sin duda Electra.
Esta versión étnica de la obra clásica dirigida extraordinariamente por Mihai Măniuţiu nos habla del eterno y trágico presente condenado perpetuamente al destino. La tragedia griega se mezcla armónicamente con tradiciones rurales rumanas de la zona de Maramures, incluyendo música de esa región interpretada en vivo, para conseguir confluencias arcaicas universales traídas hábilmente a este momento.
Otra de las joyas de la cartelera rumana fue Leonce y Lena, del autor alemán Georg Bí¼chner, dirigida por Gábor Tompa, quien impactó la mirada de todos quienes asistimos, gracias a la brillante apuesta estética del montaje. El paisaje escénico formado por actores, vestuario y escenografía crea una pintura absolutamente deslumbrante, propia del expresionismo alemán.
Lo que pasó cuando Nora dejó a su marido fue otra puesta extraordinaria. Escrita por Elfriede Jelinek, premio Nobel de literatura en 2004 y dirigida por Michael Docekal, la Nora de Ibsen se convirtió en un musical alucinante, con un logrado diseño estético industrial de entre guerras.
Finalmente destacó la participación del grupo australiano Strut & Fret, que con su espectáculo Tom Tom Crew presentó un ejemplo de la tendencia escénica contemporánea de llevar la calle al teatro. La obra es un concentrado sustancioso del vértigo en las grandes ciudades. Acróbatas que se exponen maravillosamente al aire se acompañan con técnicas de beat-box, así como de fantásticas mezclas de DJ y danzas callejeras.
Colombia fue sin duda una fiesta de mil caras esperanzadoras. Bogotá certifica la importancia de la cultura en una sociedad violentada, el poder que tiene el arte en una ciudadanía de tantas formas agredida.

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