Tigres del tamaño del odio

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Quisiera escribir esta reseña desde una sana distancia objetiva, sensata y académica. Hablar del estilo de Rosa Montero, criticar sus frases hechas, sus momentos sensibleros, sus lugares comunes, elementos cosustanciales de su última novela, Los tiempos del odio, tercer volumen de la saga protagonizada por la androide Bruna Husky. Ponerla en su lugar, en el anaquel de las novelas pop, el de las portadas estridentes y los temas del subgénero que llaman ciencia ficción, pero que sigue enseñando el cobre como novela de aventuras y romance. Escribir que no vale la pena leerla, que me ha dejado frío.

Pero no puedo mentir.

Pienso en Nabokov, en su Curso de literatura europea, donde hablaba de los grandes contadores de historias. Se trata de esos creadores de palabras que con una trama mínima, una motivación visceral e instintiva de la protagonista, desarrollan una historia donde las peripecias se presentan sólo para lo importante: la transformación de la heroína.

La base de la historia es la misma que en Lágrimas en la lluvia, publicada en 2011: una androide replicante que trabaja como investigadora privada mientras espera sin remedio a que se cumpla su sentencia de muerte, su caducidad programada en su código genético. El desgranar del tiempo es el leimotiv de las tres novelas sobre Husky, un hilo conductor en forma de cuenta regresiva (nuevo viaje a la semilla, en palabras de Alejo Carpentier) detrás del cual vemos un mundo terrible… que podría ser el nuestro: una democracia endeble que se basa en grandes desigualdades e injusticias sociales, la consolidación de grandes monopolios que controlan los medios de producción y el capital a nivel global, un planeta al borde del colapso ecológico, un uso y abuso de la tecnología que determina nuestro interactuar con los demás y con nosotros mismos.

Y debajo, nos recuerda Rosa Montero, y al final, el amor. Por uno mismo, por el otro, por la familia que heredamos o elegimos. El amor como identificación, como entrega, pero también como sobrevivencia en las acciones y en las palabras: la vida cotidiana y la memoria que nos resguardan y nos hacen ser lo que somos.

Me ha gustado perderme y encontrarme un rato leyendo las aventuras de Bruna Husky, compartiendo sus temores y sus desesperanzas, pero al tiempo he tratado de mirar con su mirada de androide de combate: lista para la lucha, tierna en los momentos más inesperados, desesperada por disfrutar cada minuto y cada día. Aunque no siempre lo consigue, ni mucho menos, el esfuerzo es lo que cuenta, la narración de lo que pasa en su cabeza es el verdadero viaje al que nos invita Rosa Montero en Los tiempos del odio y nos recuerda que la vuelta a Ítaca de Ulises es una travesía interior que todos debemos afrontar, más pronto o más tarde.

Y que al final, conmovidos por una historia que en sus lugares comunes encuentra su fortaleza (Aristóteles apuntaba ya que necesitamos la seguridad de lo conocido para disfrutar lo extraordinario), descubrimos que los tigres de los que alguna vez escribió el poeta Rafael Alberti, bestias del odio, son susceptibles de ser heridos en la escritura de Rosa Montero, a quien quiero seguir leyendo y disfrutando como una gran contadora de historias, fábulas que ponen en evidencia las verdaderas sombras del mañana que nos acechan hoy.

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