Verónica López García
La poesía de David Huerta guarda la potencia de una semilla a punto de abrirse a la vida, y escucharlo es un acontecimiento. Su voz queda contrastada con la palabra incendiaria de su poesía. Huerta, ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019, me abrió las puertas de su casa una mañana increíblemente soleada del otoño capitalino. Sentado en su sillón verde, adornado con cojines que parecen tejidos por manos antiguas, el poeta nos compartió su pensamiento y su amor por el lenguaje.
Para iniciar me gustaría que nos hablara del origen de la poesía. El autor portugués Nuno Judice escribió: “Es verdad que las palabras no nacen de la tierra ni traen consigo el paso de la materia, pero sirven de alimento a otros que las leen como si en ellas estuviese toda la verdad del mundo”. Para David Huerta ¿dónde nacen las lenguas? ¿De dónde vienen las palabras que hacen la poesía y qué mensajes guardan?
Las palabras, las lenguas, surgen con muchas fatigas a lo largo de inmensos periodos históricos. No sé exactamente de dónde surgen las palabras, las lenguas son como los veneros de los ríos: nadie sabe exactamente dónde nace el Danubio, nadie sabe exactamente dónde nace el español. Aunque el español es una lengua neolatina y viene del latín, que es su venero, su proceso de conformación es larguísimo y llega hasta nosotros lleno de esmaltes de otras lenguas, como el árabe, y desde luego de las lenguas autóctonas como el náhuatl. Las lenguas son mosaicos animados y tridimensionales que surgen a lo largo de inmensos procesos históricos y que se despliegan ante nosotros en su multidimensionalidad histórica. Las palabras, las lenguas, se convierten en los objetos más fascinantes del mundo. Son obras humanas y también grandes instituciones, probablemente el lenguaje articulado sea la institución más grande y compleja de la humanidad. ¿Qué nos dicen? Lo que tengan que decir en el uso instrumental de la lengua, mientras que el uso expresivo es otro.
En ese linde voluntarioso entre el uso instrumental y el expresivo de la lengua hay una frontera, ¿en qué momento se atraviesa para llegar a lo poético? Y ¿qué sentido cobra en nuestra actualidad el concepto de frontera?
Cruzar esa frontera hacia lo poético es un acto de la voluntad. Suelen ser pobres las palabras para explicar procesos tan complejos como éste. Por otro lado y por desgracia, dado el comportamiento de los Estados Unidos, las fronteras en los últimos tiempos dividen, separan, rechazan. Hay una frontera también en sentido figurado entre el lenguaje instrumental y el expresivo y uno la cruza por un acto de la voluntad, pero de una voluntad jaspeada de interés intelectual y de una puesta en marcha de esa capacidad llamada imaginación para reconfigurar el mundo. En el momento que decidimos cruzar esa frontera entramos al terreno de la literatura, a la que yo identifico con la poesía. Para mí la poesía no es un género, la poesía es la literatura, la novela y el teatro. Todo está incluido en la poesía.
«Las palabras, las lenguas, se convierten en los objetos más fascinantes del mundo»
Frente a los levantamientos en Chile, Bolivia y Colombia, las elecciones en Argentina, ¿Cuál es la importancia de la poesía en este complejo contexto latinoamericano?
La poesía cumple el papel que ha tenido siempre a lo largo de la historia, mantener viva la llama del lenguaje intencionado, del lenguaje expresivo que puede o no tener, según decidan los poetas, un mensaje político. Es ahí, en la súper realidad menos directa, más profunda, más amplia, de horizontes más complejos. La poesía no tiene una utilidad inmediata, no tiene a su servicio tanques, ni ejércitos. Las exigencias de la realidad son a veces sangrientas y opresivas, mientras que la poesía se sitúa casi siempre en el reino de la imaginación.
En la actualidad nacional, en un país de fosas, de azufre maldito, de niños en llamas y mujeres martirizadas, como alguna vez usted escribió, ¿la poesía nombra eso que ante el horror pareciera que no puede ser nombrado?
Sí, exactamente es lo que hace la poesía. Esos versos que usted citó de mi poema “Ayotzinapa” que escribí en 2014 a petición del creador Francisco Toledo, a quien considero coautor de este poema, buscan dar nombre al horror. Cuando lo releo, después de todo lo que pasó en Iguala en esa noche maldita, pienso que el poema tiene un defecto, se llama Ayotzinapa, cuando debería llamarse México. Porque Ayotzinapa es un lugar muy pequeñito, esos muchachos que salieron de la Normal y que mataron y maltrataron e hicieron desaparecer en Iguala, nos representan a todos, a la tragedia de las víctimas que no terminan.
«Para mí la poesía no es un género, la poesía es la literatura, la novela y el teatro. Todo está incluido en la poesía»
Luego de ser reconocido con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, ¿cuáles son algunos deseos de su propia escritura?, ¿cuáles son sus deseos como poeta?
Vaciar los cajones. Es una frase muy rara, la explico: tengo mucho escrito y de lo que he escrito sólo alguna porción muy pequeña se ha publicado. Tanto así que cuando me pidieron libros, los pude dar porque estaban escritos ya, sólo tuve que ordenar los poemas y algunos ensayos y textos de reflexión y análisis que he escrito a lo largo de los años. Para mí, los papeles que andan volando por ahí en desorden, no revisados, no listos para la publicación son mis preocupaciones, quiero ponerme en orden en ese sentido, a ver si lo que me queda de vida me alcanza para ordenar mis palabras.