Un cáncer de pulmón le quitó la vida a Giuseppe Tomasi de Lampedusa a los sesenta y tres años de edad. Antes, dos noticias menos peores lo lastimaron: la editorial Mondadori, en 1956, le rechazó un adelanto de El Gatopardo. Un año después, 1957, la otra: la editorial Einaudi la rechaza también; sobrevivió cinco días más con esa infame carga.
Escritor tardío, puede decirse de él que fue publicado post mortem. En vida llevó dos vocaciones. La primera, la de príncipe, en su caso venido a menos. La otra, la de lector. En su palacete de Palermo, vivió acompañado, aparte de su familia, de miles de libros de literatura francesa, rusa e inglesa. Varios críticos afirman que Giuseppe Tomasi no trabajó nunca. Craso error. Trabajó como lector, lo que le permitió escribir El Gatopardo, un deleite de la literatura italiana. “Nadie puede ser escritor sin la lectura” se afirma ahora por doquier.
Una sentencia, pronunciada por Tancredi, sobrino del Príncipe Fabrizio, hizo famosa, en primera instancia, esta novela: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”. Incluso se acuñó el neologismo gotopardismo más usado en la política y por los políticos. Desde entonces se desató una discusión sobre el uso del término. Juan Manuel Alegría, en etcétera, opina sobre el origen de la sentencia: «…la famosa frase “lampedusiana” (…) se basó en una cita de [Alphonse] Karr: (…) “Cuanto más cambie, es más de lo mismo”. Publicada en su revista en enero de 1849». El nombre de la revista fue Las Avispas. La última de treinta números.
El Gatopardo narra una historia del siglo XIX pero es una novela del siglo XX. Giuseppe Tomasi utiliza un ancestro suyo, que en la novela se le nombra Fabrizio Salina, y describe un periodo de su vida: la decadencia de su clase y el emerger de otra, la burguesía con su origen ramplón. El punto en la Historia es la unificación de Italia.
Consciente de que su tiempo termina, Fabrizio va dejando en su camino las huellas de su derrumbe. En una conversación con Pirrone, el capellán de Palacio, le comenta: “A la Santa Iglesia le ha sido explícitamente prometida la inmortalidad; a nosotros como clase social, no. Para nosotros un paliativo que promete durar cien años equivale a la eternidad”. Otra, de imagen, es su llegada a Donnafugata, y su visita, junto a su familia, a la iglesia para el Te Deum. Ellos, los nobles, entran al recinto empolvados. “Imponentes” sí, pero como imágenes de otra época que han sido invadidas por el polvo. La muestra certera de este punto es cuando rechaza el puesto de senador. “Soy representante de la vieja clase…”. Lo dice sin dudar.
“…gattopardescos, palabra con la que se definen muchas cosas, y que responden, como verá el lector, a una actitud ante la vida y la muerte, ante los hombres y las cosas”. Es el comentario del traductor sobre el uso de la palabra. ¿Qué pasa si se utiliza este neologismo en la enseñanza de la lectura? Ríos de palabras han corrido junto con técnicas de enseñanza que desembocan en flamantes discursos. Seguimos igual, México no es un país de lectores. Las campañas para el acercamiento a la lectura dan la impresión de que ahora sí; y no. Existen personas que se benefician con el iletrismo. Promueven la alfabetización pero no su continuidad: la lectura.
Lucino Visconti llevó al cine El Gatopardo (1963). Los tres actores principales son: Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale. En casi tres horas de filme se presenta la decadencia de la clase aristocrática ante la estoica mirada del Fabrizio Salina, actuado por Lancaster.
Toda la escenografía, cuadros, tapices, salas, aportan su alcurnia para despedir una época. El mismo juego de Tancredi (Alain Delon) y Angélica (Claudia Cardinale) entre los salones empolvados de palacio son la evidencia de dos épocas. Ellos jóvenes, alegres, bien vestidos; con el futuro por delante. En contraposición, las salas desde hace tiempo olvidadas junto a los enseres. Él aporta el linaje que ella no tiene; ella aporta el dinero que él no tiene. Un acuerdo. Todos felices. “Era verdad: ningún Tancredi hubiese resistido jamás a su belleza unida a su patrimonio”. Se lee en la novela.
A diferencia de la novela, en la película, Fabrizio, el último gatopardo, no muere. Deambula entre las calles oscuras de la ciudad. Sí, hay un acuerdo inicial: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”. Tal vez por eso Visconti evita la escena de la muerte. El gatopardo seguirá, pero transformado.
La novela inicia con el final del Ave María: Nunc et un hora mortis nostrae. Amén. (En la hora de nuestra muerte. Amén). El rosario es interrumpido por los gritos de la servidumbre. Un soldado del rey es encontrado muerto en el jardín. Es un presagio. Todo está por terminar.