Luisa Valenzuela
De la escritura a la verdad y viceversa
VICTOR MANUEL PAZARÍN
De la escritora argentina Luisa Valenzuela (26 de noviembre de 1938, Buenos Aires), he leído cuentos sueltos y algunos de los capítulos de sus innumerables novelas, pero sobre todo he intentado aprender de dos de sus más representativos libros de ensayos: Peligrosas palabras y Escritura y secreto: viaje alrededor del misterio, ambos publicados en los primeros años de este siglo, en los que vierte sus obsesiones narrativas a manera de pensamiento: el poder, el deseo y el lenguaje.
Me agrada pensar en ella como la periodista que es (siempre he creído que los mejores son excelentes narradores) y la mujer viajera (para ver mejor nuestra propia realidad, la de nuestro país, son importantes los viajes), pero sobre todo saber que a sus ochenta años es una persona lúcida y una enormísima mujer de su tiempo. Sus estancias han sido en París, Nueva York, Barcelona y la Ciudad de México, como huyendo mas siempre quedándose: porque desde esos espacios ha sabido mirar los horrores de la dictadura de su país, mirarse, sentirse y saber sobre qué es el deseo y comparar los significados de su otra obsesión —que debería ser de todo escritor—: el lenguaje.
Sobre su aprendizaje del oficio de la escritura, alguna vez le respondió a Victoria Ríos Castaño (Les Ateliers du SAL, 2017) lo siguiente, que da un panorama completo de los que es y será siempre Luisa Valenzuela:
«Fue sin quererlo. Soñaba con ser o hacer de todo, ser científica, trotamundos, aventurera. Era una lectora voraz y estaba rodeada de gentes de letras, pero la escritura no estaba dentro de mis planes. Hasta cuando, a mis 17 años, me aseguraron que el periodismo englobaba todo lo que yo quería ser o hacer, y les creí. Y me fui adentrando a tientas por ese camino periodístico, y un buen día escribí un cuento para demostrar que no era tan difícil hacerlo, y dicho cuento, que en un principio se tituló “Ese canto”, es hoy “Ciudad ajena” y sigue circulando. Como en mí sigue circulando la certeza de una vocación».
En esa entrevista, se pinta a ella misma y nos ofrece sus secretos y nos adentra en la perspectiva de lo que es y significa para ella su propia escritura, sus viajes y sus obsesiones. Tal es su claridad de las cosas que rodean su vida que permite un doble aprendizaje: el conocerla y conocer el producto de su vida: la escritura.
En 2001 definió lo que para ella ha sido —y es— su trabajo: “Escribo contra aquellos que creen tener todas las respuestas. Espero que cada uno de mis libros sea un semillero de preguntas que genere más preguntas y por suerte casi ninguna respuesta”.
Sus palabras, al menos para mí, han sido un camino hacia mis propias preguntas, y son esenciales: nadie que considere que la escritura es un asunto trascendente en su vida puede dejar de lado preguntarse sobre la realidad de las cosas: su país, su cuerpo, su objeto-materia de trabajo.
“El escribir con el cuerpo lo siento físicamente, como un fluir de la energía. Y lo del poder de la palabra, bueno… no necesita ejemplo, lo vemos a diario con el descaro con que circulan las posverdades y las falsas verdades”.
No pensar el poder, el deseo y el lenguaje, sería como no estar vivos. Sólo los muertos no se enteran de nada. Y no saber de nosotros y nuestra circunstancia es una muerte en vida. Y eso no, nunca. No nos lo permitamos, como Luisa Valenzuela no se lo ha permitido. Leer su obra, estoy seguro, nos ayudará y será de enorme provecho en ese camino.
FIL Literatura. Lunes 02 de diciembre
18:00 a 19:20
Salón 3, planta baja, Expo Guadalajara
María Gainza
Crear desde la intuición
JULIO RÍOS
El escritor no tiene control de su trabajo. Y esa es la gracia. La obra toma vida propia y encuentra por sí sola sus matices y dimensiones. Finalmente, el arte exime. Es una terapia. De eso está convencida María Gainza, escritora, crítica de arte y ganadora del Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2019.
Una muestra de que una novela es como un pájaro que al salir de la jaula jamás regresa, es La luz negra, novela escrita con tanta libertad y, sobre todo, que rompe el mimetismo de los géneros literarios con una propuesta única.
La luz negra, obra que la hizo merecedora del reconocimiento, aborda el tema de las falsificaciones artísticas y pondera la presencia de las mujeres en el mundo del arte, señalaron los jueces de la edición 27 del Premio.
María Gainza fue corresponsal de The New York Times en Buenos Aires, Argentina, y es autora de dos libros de ficción: El nervio óptico (2014) y el citado La luz negra (2018).
«Recibir este premio de literatura fue una sorpresa agradable y una responsabilidad para la que no creo estar preparada”.
Con dos novelas has alcanzando el reconocimiento de la crítica y de los lectores, ¿a qué lo atribuyes?
Dos novelas delgadas, agregaría. Nunca en mi vida soñé con ser una escritora reconocida. La fama es algo que miro con recelo. El éxito de mis libros se lo atribuyo a una buena alineación de las estrellas. Sinceramente es la única razón que encuentro y quizás por eso no la discuto.
La luz negra parece tan actual, pero, al mismo tiempo, luce como un libro que jamás va a caducar. ¿Cómo es posible que adquiera tantas dimensiones?
Me gusta analizar mis debilidades, no mis fuertes. El escritor no tiene control absoluto de su trabajo, y esa es la gracia. No sé cómo lo logré, me resulta uno de los tantos misterios de este universo, tampoco estoy segura de haberlo logrado. No desdeño el factor suerte. Tengo una intuición y la sigo, es mi única receta. No me gusta forzar la escritura ni obligarme a contar cuando no tengo nada urgente que contar. La luz negra nació en un momento muy complicado de mi vida y me sostuvo a través de esos meses. Me eximió de la realidad cuando más lo necesitaba. No estoy hablando de arte como terapia, sino de arte como algo que te permite explorarte y a la vez salirte de una misma. Una plomada al centro de la tierra y una línea hacia Júpiter, algo así dice la poeta polaca Anna Swir.
¿Qué papel juega la literatura en este oscuro momento de la historia?
Un libro es una planta y a la vez una lámpara. Da oxígeno y da luz.
Nota: La autora es la ganadora del Premio Sor Juana de la Cruz 2019, sin embargo, se tuvo que cancelar la entrega porque por motivo personales no podrá asistir a la Feria.
La brillantez de Muñoz Molina
Miguel Sánchez
El siglo XIX nos legó, en cuanto a la literatura universal, dos grandes enseñanzas: la retórica sostiene al mundo, y el olvido como un canevá, como un filtro raído, deja en la memoria diseminada y colectiva, únicamente a los novelistas maravillosos.
Muchas de las veces, la pasión del filósofo y del literato (o si es que existe tal separación) es proveerle de nombre a las cosas, regalarles una asidera en forma de adjetivo, sin embargo, cuando esta pasión se torna contra aquéllos resultan en apretadas camisas deformadoras. Hondura y brillantez son un ejemplo vistoso y nítido de tales prendas constreñidoras.
Un poquitín timoratos pueden parecernos a quienes nos recreamos en la narrativa de Antonio Muñoz Molina y quienes no estamos habituados a la pulcritud y sencillez de las actas de premiación. Ciertamente, cada quien escribe “lo que puede y no lo que quiere”, ya lo ha sentenciado el autor de El Jinete polaco y Sefarad para quien trae a cuestas los mundos hechos de palabra bruñida, para quien ha sido premiado por recrear con profundidad “la historia de su país” y transformar los “episodios cruciales del mundo contemporáneo” en cuerpos rutilantes, eviternos de luminosidad, hechos de importancia crucial para nosotros los que hemos nacido fuera de la historia, pero es precisamente su forma de asumir, bajo la figura de intelectual, el compromiso con sus coetáneos y con el tiempo mismo al reconformar la historia, similar al paciente sastre que afanoso repara un desvencijado ajuar, con las herramientas que el discanto, lo coral que, a la postre, lo multivocal, lo polifónico permiten.
La emoción de leer
Nos ha permitido, Muñoz Molina, por mediación de ese virtuosismo singular que posee la nueva narrativa de suspender los géneros en el aire, reconciliarnos con la idea de que todo es a fin de cuentas ficción, y toda ficción que emana de su pluma debiese entender como una resistencia enconada ante la realidad que los grupos hegemónicos dictan.
Oscila incesante en sus letras la música de los tópicos: la estridencia de la luna, el scherzo del recuerdo, el rondó de la memoria, el adagio astringente del exilio y la guerra; el contrapunto con el que tensa, al tiempo, a la trama y al lector para hacerlos vibrar en resonancia.
Zafios o sabios pueden resultar los senderos cuando el narrador se abandona a la escritura, como abandonado en parte más alta del éxtasis, Antonio Muñoz Molina ofrece ejemplo para el escritor novel, no arrellanarse en los premios literarios y mudar cual perito molusco el caparazón del estilo por uno más grande, más nuevo, que permita el crecimiento y la experimentación. Ante este escritor que pertenece a la noble pléyade es bueno inclinar la cabeza, no como un acto de reverencia, sino cual herramienta para ver en perspectiva su anamórfica obra, para descubrir, cómo la mancha informe en la oblicuidad de la mirada se torna en una nítida figura que el tiempo, estamos seguros, postergará allende el reconocimiento, con el privilegio del recuerdo lector.
FIL Joven. Mil jóvenes con Antonio Muñoz Molina
Lunes 02 de diciembre
17:00 a 18:20
Auditorio Juan Rulfo, planta baja, Expo Guadalajara