Un club de chingones

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Insomnio. Ojos morados. Grupo de autoayuda. Sueño. Cigarrillos. Barras de jabón. Una burbuja de sangre. –Puedes tragar casi medio litro de sangre antes de sentir náuseas–. Sótanos. Bolsas con grasa de liposucción. Supervivencia. Glicerina. Insurrección. Nitroglicerina. Dinamita. Explosión. La primera regla de El club de la pelea es llamarlo por su nombre.
Olvida cuánto posees, lo que sabes, lo que sientes. La resistencia al dolor es la primera prueba. El placer del dolor, la segunda. Reúne a un montón de desconocidos que descubrirán el culto al poder del puño y se arrodillarán ante un altar de huesos destrozados. Enamórate de alguien opuesto y similar a ti como tu reflejo. Dispersa tu memoria en nombres distintos. Que la ciudad sepa que estás ahí. Enloquece un poco. –Quiero que me pegues lo más fuerte que puedas–.
En 1996, Chuck Palahniuk publicó su primera novela, Fight Club, y tres años después, en 1999, apareció la traducción española El club de la lucha, en la editorial El Aleph, hecha por Pedro González del Campo, casi a la par de la película de David Fincher, protagonizada por Brad Pitt, Edward Norton y Helena Bonham Carter, y que en los cines de Latinoamérica se exhibió como El club de la pelea. “Uno se pasa años y años escribiendo. Se sienta a oscuras y dice: Algún día. Un contrato editorial. Una foto en la solapa. Una gira promocional. Una película de Hollywood. Y llega el día en que consigue todo eso y no sale como uno lo había planeado”, confiesa Palahniuk.
Desde entonces a la novela se le conoce como al filme, aunque apenas hace un par de meses editaron una adaptación al español “mexicano” en Debolsillo, que en abril de 2011 había reeditado la obra en España. Partiendo de que la lingí¼ística establece que nos comunicamos a través del lenguaje humano, de la lengua castellana en este caso, y que además hacemos uso del habla “mexicana” en particular, podemos concluir que en el español “mexicano”, por ejemplo, suele ser distinto luchar que pelear.
El argot del mexicano, más bien indiferente ante los cojones, gilipollas, tíos, el follar y las hostias, necesitaba el impacto de lo próximo, de modo que agradecerá encontrarse en la lectura con su cotidianidad, donde abunden tipos, chingadas, huevos, echarse un palo, ligar, tirarse a alguien. El trabajo de Pedro González del Campo como traductor es sin duda valioso, aunque manchado por detalles como llamar “industria de la restauración” a “la industria de servicios (restauranteros)”.
La importancia de una traducción cercana al lector es como la de la saliva del beso de Tyler sobre el dorso de la mano de los iniciados en el club, que funciona como base para que la sosa cáustica actúe, provocando la quemadura y una indeleble cicatriz. El séquito de lectores fieles e infieles de Palahniuk podrá estar satisfecho con ver la obra, esperada como hojuelas de maná, de nuevo en las librerías.
Aunque se ha paseado entre la crema y nata de la Twentieth Century Fox, con la cabeza rapada, envidiando el potenciador de labios de Brad Pitt, y de que ha leído el tarot en el estudio de Marilyn Manson, Palahniuk es sobre todo un autor “de culto”, de aquellos ampliamente recomendados por los amigos gurús. Un autor que a la hora de reflexionar sobre su obra, sintetiza: “Mi teoría favorita sobre el éxito de El club de la lucha es que la historia presentaba una estructura para que la gente se reuniera. La gente quiere formas nuevas de conectar. […] Y ahora hay clubes de lucha. Para bien o para mal”.
El arribo de esta novela, bandera de la Generación X, al español “mexicano”, es motivo de aplauso, en tiempos en que la sangre del país no se derrama en medios litros, sino en miles de metros cúbicos. Pretexto para pensar si creamos la violencia (real o ficticia) o es ésta la que nos crea, nos modifica.
Gente común: meseros, proyectores de cine, oficinistas, “El libro, y hoy la película –,dice Palahniuk– es producto de toda esa gente. Y con todo lo que se le ha añadido, la historia del club de la lucha se ha vuelto más fuerte, más limpia. Ya no es solamente el registro de una vida, sino el de toda una generación. No sólo de una generación, sino de los hombres”. A quienes la maldita rutina no ha podido sobornar.

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