In memoriam de Mario Molina
La ciencia no habla ni del bien ni del mal. La solución al cambio climático es cuestión de valores, de ética puesto que tenemos una gran responsabilidad con las próximas generaciones.
(Mario Molina 2018)
Durante la primera mitad del siglo pasado se desarrolló la industria del plástico; se trata de un material sintético moldeable, de baja densidad, aislante eléctrico, impermeable y resistentes a la corrosión, entre otras de sus múltiples propiedades para su aplicación en la vida cotidiana y la industria. Hoy el plástico es uno de los principales contaminantes, amenazando la vida en la tierra y los océanos.
Con las innovaciones tecnológicas se logran satisfacer algunas necesidades o intenciones humanas, pero en ocasiones se generan efectos indeseables frente a los que se hace indispensable emplear acciones radicales por parte de científicos, tecnólogos, industriales y ciudadanía con el fin de restaurar los daños ocasionados. Un caso análogo fue descrito por Mario Molina como un “problema de ética superior”.
Mario Molina, junto con Sherwood Rowland, han recibido el Premio Nobel de Química en 1995 por los trabajos realizados sobre Química atmosférica, en los que señalaban y describían los daños ocasionados a la capa de ozono.
Según la narración hecha por León Olivé en su libro El bien, el mal y la razón, Molina y Rowland desde la década de los setenta tuvieron la sospecha de que los cloroflurocarburos (CFC)[1] contribuían al adelgazamiento de la capa de ozono. Sus investigaciones los llevaron a afirmar que las moléculas de CFC se acumulaban en la atmósfera, lo anterior frente a la posición de otros científicos que afirmaban que se trataba de compuestos inertes. De acuerdo a la hipótesis del científico mexicano las cantidades liberadas de CFC, aunadas a las condiciones de la estratosfera, podrían iniciar una reacción en cadena con lo que las moléculas de cloro podrían destruir miles de moléculas de ozono.
En los procesos de investigación científica, después de diversos procesos de análisis, observaciones o modelaciones en laboratorio, se formulan hipótesis o supuestos que reciben la aceptación de las comunidades científicas cuando han sido verificadas o refutadas empíricamente. En otras palabras, las acciones o recomendaciones surgidas a partir de una conjetura son puestas en marcha una vez que han sido agotados los medios de verificación y refutadas plenamente las hipótesis contrarias.
Pero, ¿qué hacer cuando estamos ante una hipótesis consistente, que ofrece datos sobre daños a la vida en el planeta, pero que no ha agotado los procesos de verificación? ¿Debíamos esperar a que se cumplieran plenamente todos los protocolos que podrían tardar diez o quince años antes de emprender acciones de control y prevención? De acuerdo con Molina, se encontraban ante un dilema de ética superior: “…si estábamos convencidos de la altísima probabilidad y de la gravedad del daño y de la urgencia de empezar a actuar ¿podíamos restringirnos a argumentar únicamente a partir de la evidencia empírica?”.
La hipótesis sobre el daño a la capa de ozono a causa de los CFC fue corroborada diez años después y fue posible la firma de acuerdos internacionales para la reducción de los CFCs. Pero antes, los galardonados con el Premio Nobel de Química en 1995 habían fomentado algunas medidas preventivas.
El siete de octubre de 2020 Molina falleció a causa de un infarto, y, tres meses antes de sus deceso, siendo coherente a su compromiso con la precaución, consciente de la responsabilidad social que conlleva la investigación científica y tecnológica, además de su fidelidad a su principio de “ética superior” y ante la polémica mundial sobre las ventajas del uso del cubrebocas para prevenir el contagio por el nuevo coronavirus, publicó un estudio titulado Identificando la transmisión atmosférica como la ruta dominante para la propagación del COVID-19 en donde postula que el uso del cubrebocas es la medida más efectiva para prevenir la enfermedad.
¡Que la memoria y el ejemplo de Molina impacten por siempre a la ciencia, la industria, la tecnología y la sociedad!
[1] Los cloroflurocarburos (CFC) son derivados de los hidrocarburos que se originan después de que los átomos de hidrógeno se intercambian por átomos de flúor y cloro. Su aplicación más común es en aerosoles, aires acondicionados y gases refrigerantes.