Un provinciano del mundo

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Renato Leduc nació en el mismo lugar que el caldo tlalpeño, y se convirtió, durante el siglo XX, en una de las leyendas más populares de la cultura nacional. Su figura recuerda, sin duda, al Negrito Poeta, cuyos versos poblaron la imaginería de la gente del siglo XVIII, pues trasmitía en sus epigramas el sentir de los habitantes de la capital, y quien dijo que “El que nació para burro /no es otra cosa por cierto /Yo dormido más discurro /que vos estando despierto…”
Leduc es, al lado José Alvarado, uno de nuestros más grandes cronistas, y a su vez el poeta más socarrón de México. Fue un prosista excelente, dejó constancia de ello en sus novelas Los banquetes (1932) y El corsario beige (1946). Sin embargo, en donde se le mira de cuerpo entero es en sus trabajos periodísticos que publicó a lo largo de su vida en el Excélsior, íšltimas Noticias, Ovaciones, Oposición, Esto y Siempre! (sus columnas fueron célebres: “Tics”, “En cinco minutos”, “Semana inglesa”, “Presentimientos” y “Renatogramas”). También publicó en revistas “sexys” como Caballero, durante la década de los 70.
Leduc fue un trotamundos, algunas de sus correrías están retratadas en su única recopilación de crónicas: Historia de lo inmediato (1976). Fue testigo de las más grandes empresas de la historia de nuestro país; de padre francés y madre mexicana, tuvo la fortuna y el provecho de observar las vicisitudes de la Revolución mexicana, tiempo en el cual fue telegrafista de la División del Norte al mando del general Pancho Villa. Lo mismo “viajó en caballo, en tranvía, camión urbano, Metro o en aeroplano”, como lo confirma Alvarado en el breve texto de solapa de la biografía escrita por José Ramón Garmella, Renato por Leduc, editada por Océano en 1983.
El duro rostro de sus fotografías lo describen, en momentos, como un ser hosco, pero en sus crónicas lo descubrimos de un humor irónico y singular en nuestras letras; durante la segunda Guerra Mundial cruzó el charco representando a México como comisionado de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, y vivió en París durante 10 años, donde conoció a la pintora —inglesa y surrealista y quien fuera pareja de Max Ernst— Leonora Carrington, y se casó con ella por conveniencia, pues la ayudó a salir de Europa, en una aventura singular que la libró de la persecución nazi.
Pese a que Renato Leduc es un escritor muy popular, también se puede decir que es poco leído, pero eso es sólo en apariencia, pues aunque su periodismo es ejemplar en nuestro medio, es poco localizable en el grueso de sus trabajos. Siempre fue dicharachero e inclinado a beber, en sus crónicas nos dejó algunas constancias de la vida social y del pensamiento de su época, de allí que se le puede considerar un reportero “costumbrista”, pues por él sabemos lo que se decía de los “jotos” en su tiempo; de algunas ferias de la provincia; de John Reed; del poeta “casi olvidado” Miguel Othon Robledo; del café y la tauromaquia, a la que fue aficionado igual que la novelista Josefina Vicens, autora de El libro vacío, y de sí mismo en su “Autominibiografía” que se brinda al final de Historia de lo inmediato.
La apariencia que ofrece Leduc como un autor de culto, es y no es, pues si es poco leída su obra periodística, y sus novelas, amén de su poesía, el mentís surgiría al corroborar el casi infinito de oídos que han escuchado en las voces de José José y del tapatío Marco Antonio Muñiz, el “Tiempo”, que resulta una de las grandes proezas lingí¼ísticas de las cuales el poeta estaba orgulloso, pues el soneto que surgió de una apuesta en una noche de parranda con sus amigos de Aguascalientes, logra el cometido de hacer rimar el vocablo “tiempo”, que no tiene consonantes…

Sabia virtud de conocer el tiempo;
a tiempo amar y desatarse a tiempo;
como dice el refrán: dar tiempo al tiempo…
que de amor y dolor alivia el tiempo.

El poema vuelto bolero es quizás uno de los más populares junto a “Usted”, que se le atribuye al jalisciense Elías Nandino; pero hay otro que guarda sus singularidades y que es igual de relevante que aquél, es el de “La llorona”, que logra hacer tema poético un tópico muy difícil y poco poetizable, podrían asegurar los exquisitos: “No enturbies, señora, la luz de tus ojos./ No llores, señora, porque el llanto afea/ y el riñón inunda de hirientes abrojos/ pues quien mucho llora muy escaso mea…”.
Renato Leduc (1897-1986), fue un poeta irreverente y gozoso, es muy probable que hubiera estado de acuerdo —si le hubieran preguntado— con lo que le ocurrió a su casa en la cual se supone dejó el ombligo. Según Vicente Quirarte, en el sitio ahora se halla la cantina La Jalisciense (“cuyas paredes resguardan fotografías y poemas de Leduc, así como de su amigo Armando Jiménez, ese gran estudioso del idioma y las entrañas urbanas que vive de su leyenda y de sus lectores”), lo cual hace coherente la existencia del bardo de la hoy Delegación Tlalpan del Distrito Federal, quien adoró la vida, las mujeres, la escritura y el alcohol.

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