De entre las escasas novedades que nos trajeron el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución mexicana se encuentran los volúmenes dedicados a la novela mexicana que, en seis tomos, recoge algunas de las mejores obras narrativas producidas en México a lo largo del siglo XX. Casi todas son conocidas y se trata de 18 novelas cortas que relatan de otra forma la historia. “18 para los 18” recopila, en todo caso, una selección de visiones que describen a la perfección lo que de alguna manera somos los mexicanos. Muy poco, por cierto, se considera a la novela como una fuente de la historia. En ello hay un equívoco, pues es en la literatura donde mejor se expresan los fragmentos de la idiosincrasia de una nación y el devenir de los grandes acontecimientos de nuestra tradición.
Incompletas como suelen ser las compilaciones, las obras recogidas son en verdad una novedad, ya que su lectura nos mejora el enfoque de los acontecimientos y revela de nueva cuenta que en México la tradición literaria es magnífica, abundante y, sobre todo, diversa.
Editados los seis tomos por el Fondo de Cultura Económica, la SEP y el gobierno federal para conmemorar el Centenario y el Bicentenario de las gestas libertarias de nuestro país, se ha indicado van dirigidas a los jóvenes que han cumplido la mayoría de edad. No obstante la utópica posibilidad de que las personas de esa edad lean estas historias (recordemos la baja cifra de lectura en México), el hecho beneficia a los escasos pero claros lectores, quienes en pocos volúmenes logran tener una magnífica colección de ejemplos sobre la novela corta mexicana.
La colección abre con Ilsinore: un cuaderno, de Salvador Elizondo y cierra con El apando, de José Revueltas. En medio se encuentra trabajos de escritura muy heterogéneos y ricos. Todos conocidos por el lector habitual. Quizás la obra menos (re)conocida ni por el tiempo ni por el lector sea la de ílvaro Enrigue: La muerte de un instalador, cuyos trabajos por ser recientes son escasamente conocidos por la mayoría, pero desde ahora ya comenzarán a mostrarse a quienes como yo no nos habíamos acercado a su obra, pese a ser tapatío y con publicaciones en editoriales de amplia distribución.
Enrigue es el más joven de los narradores (nació en 1969) que se han reunido en esta colección. El grueso de los escritores o son mayores o han muerto hace poco o en fechas ahora lejanas para nosotros. Lo cierto es que una gran mayoría recordamos —porque quizás hemos leído alguno de sus libros— los nombres de Salvador Elizondo, Elena Poniatowska, Ignacio Solares, Christopher Domínguez Michael, Guillermo Fadanelli, Bárbara Jacobs, José Emilio Pacheco, Juan García Ponce, Rafael Bernal, Rubén Salazar Mallén, Jorge López Páez, Jorge Ibargí¼engoitia, Carlos Fuentes, íngeles Mastreta, José Agustín y José Revueltas.
De algún modo la mayoría de los convidados a la reunión mantienen una labor literaria que el tiempo nos ha dicho que es imprescindible. Y esta misma tertulia obliga a su vez a una breve pero esencial reflexión.
Con motivo de este Centenario y Bicentenario se recopilan obras que en su mayoría han trascendido el tiempo y dan fe de la buena factura y de la creatividad de sus autores, pero ¿qué es lo que se publicará después? Ya no digo dentro de cien años, sino en un tiempo más corto, como novelas que ya se distinguen por su excelencia narrativa.
Actualmente los corporativos editoriales (de origen español) dictan qué es literatura mexicana y qué es lo que se debe leer en México. Pocos autores en verdad buenos han logrado editar sus trabajos por no satisfacer con sus temas la comercialización. Entonces, ¿las próximas 18 novelas a editar por el gobierno mexicano serán historias sobre el narco? ¿O se tendrá en el próximo tiempo la necesidad de rastrear a los autores que en verdad valen la pena de ser leídos, porque sus trabajos no han sido publicados en una editorial comercial?
¿Será que nuestra literatura ha debido ajustar su nivel y lo experimental ya no cobra nuevos lectores? ¿Todo se debe a la ausencia de lectores exigentes y ávidos de imaginación? ¿O todos nos hemos rendido a la podrida y “pura” realidad?